Francisco Brito Fernández, conocido en el pueblo como Paco Machuco, fue el último vecino de San Andrés enterrado en el antiguo cementerio de esta localidad. Ocurrió el 21 de junio de 1964. Cincuenta y cinco años después, la cruz de su tumba fue repuesta el pasado fin de semana, en el marco de la iniciativa puesta en marcha por la asociación de vecinos El Pescador para "honrar" la memoria de los vecinos del pueblo enterrados en este viejo camposanto.

En total, gracias al dinero recaudado en el pueblo, al colectivo de vecinos y a familiares que tampoco quisieron perderse la cita, se colocaron 50 nuevos símbolos de madera, 24 en nichos de niños y 26 en tumbas de adultos. Los había elaborado el carpintero de ribera del pueblo José Ramón Martín.

La de este fin de semana era la segunda ocasión en la que la asociación de vecinos de San Andrés ejecutaba una tarea de este tipo. La primera había tenido lugar a comienzos de este año y en ella se repusieron 18 cruces.

A pesar de los esfuerzos, aún quedan nichos sin símbolos y otros con ellos muy deteriorados. Por eso, el colectivo vecinal no descarta poner en marcha otra recolecta de dinero en el pueblo para poder completar la "dignificación" del viejo cementerio, ubicado a la entrada de la playa de Las Teresitas.

"Hay mucha gente, incluso joven, de San Andrés que tiene familiares enterrados aquí", enfatizan desde la asociación de vecinos. Uno de ellos es Rafael Hernández, uno de los ciudadanos que se plantó ante las palas el 13 de enero de 1976, cuando estas comenzaron a demoler uno de los muros del camposanto para trasladar los restos de fallecidos enterrados en él.

Orgulloso, Hernández muestra la página de El Día que recogió la hazaña del centenar de vecinos del pueblo que se enfrentó a la maquinaria y que logró pararla. Aún hoy, recuerda con claridad los tensos momentos que se vivieron y muestra su satisfacción por haber logrado que los muertos siguieran enterrados donde estaban.

El viejo cementerio de San Andrés, una de las señas de identidad del pueblo marinero, fue construido en la década de 1890 y en él se depositaron los cadáveres de las víctimas de la epidemia de cólera morbo que afectó al pueblo marinero. Alrededor de 40 vecinos fallecieron como consecuencia de la enfermedad infecciosa.

Fue precisamente ese carácter infeccioso el que llevó a las autoridades de la época a tomar la determinación de hacer un nuevo camposanto más alejado del pueblo. Permaneció operativo hasta 1964, año en el que fue cerrado definitivamente en vísperas de la primera transformación de la playa.

Aunque se ha rechazado la posibilidad de que formara parte de los bienes de interés cultural del Gobierno de Canarias, sí está dentro del catálogo arquitectónico municipal con una protección de grado ambiental nivel 1.