La iglesia de La Concepción acoge entre su paredes múltiples tesoros. No obstante, su altar mayor sobresale por encima de todos ellos. Desde el techo hasta el suelo, el retablo esconde múltiples detalles que, según el mayordomo de la Virgen del Carmen, José Arturo Navarro Riaño, hacen de este una pieza "única" en Canarias.

El primero de ellos hay que buscarlo en la propia esencia del altar. Gran parte de su estructura está hecha con la madera, aunque se desconoce el tipo, de un galeón que se desguazó en el puerto de Santa Cruz.

Cabe señalar que este retablo, que no es el original de la iglesia, se construyó entre 1726 y 1731. Según los datos existentes, en 1746 aún de estaba dorando. El primero ardió en el gran incendio que arrasó la iglesia matriz de la capital el 2 de julio de 1652. Estaba hecho de madera de Flandes.

A este lo sustituyó uno de estilo barroco, cuenta Navarro Riaño, que chocaba con la riqueza en la que estaba sumida en esa época Santa Cruz, con exportaciones de, entre otros productos, azúcar. Por eso, personas adineradas de la capital decidieron comprar los terrenos de lo que se conocía como la calle de la Carnicería, se amplió la capilla principal y se encargó el nuevo altar.

El otro detalle que, a juicio de este experto, hace único al retablo mayor es que, por primera vez, aparecen en él los estípites, columnas o pilastras troncopiramidales invertidas que a veces tienen funciones de soporte.

El tercer aspecto destacado tiene que ver con otro elemento del decorado. En este caso, la presencia de dos columnas, únicas en el barroco canario, con guirnaldas de flores.

Tabernáculo de plata de ley

El retablo mayor de La Concepción está "presidido" por la imagen de la Inmaculada Concepción. "Es la joya de la iglesia", asegura Navarro Riaño. Esculpida en el siglo XIX por el artista orotavense Fernando Estévez del Sacramento, discípulo de Luján Pérez, la obra solo tiene cara, manos y medio cuerpo (en el argot, una virgen de candelero). A ambos lados reposan sus padres: San Joaquín, a la derecha, y Santa Ana, a la izquierda. De madera policromada y estofada, ambas figuras fueron talladas por José Rodríguez de la Oliva en el siglo XVIII.

La parte superior del retablo está coronada por un medallón con un cuadro con la Asunción de la Virgen, que este caso se presenta vestida de rojo.

De la parte inferior del altar mayor destaca el tabernáculo de playa de ley elaborado en La Laguna hacia 1745. Fue impulsado por los hermanos Logman, Ignacio y Rodrigo, aunque en su financiación participaron otras personas. En él sobresalen el sagrario y el expositorio o manifestador. Este último abría antes con un mecanismo de manivela.

"La puerta de este elemento está considerada como una de las obras más importantes de repujado", valora José Arturo Navarro Riaño. En su parte central están grabados dos soldados que transportan un racimo de uvas, que simbolizan el vino (sangres de Cristo), y unas espigas trigo (de las que sale la harina de las hostias), tal y como reza en un pasaje de la Biblia. Debajo del sagrario sobresale un viejo escudo del Estado español.

El frontal del altar también simula plata, aunque en este caso está construido de zinc. Lo mandó hacer el Ayuntamiento de la capital para colocar la cruz fundacional de la ciudad, que reposa en un lateral del altar.

En el siglo XIX, según relata el mayordomo de la Virgen de Carmen, se le quiso dar altura al sagrario y se elevó con madera recubierta de plata repujada. El encargado de la obra fue Rafael Fernández-Trujillo Toste.

Lo que esconde el techo

El techo de la capilla mayor también esconde su secreto. Con forma de octógono, está pintada a la portuguesa la Santísima Trinidad. No obstante, la curiosidad está en el contenido. El Espíritu Santo se muestra con forma humana, cuestión prohibida por la religión católica si no se muestra, como es el caso, con una paloma en el pecho. De hecho, las caras del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son las mismas, con el único matiz de la apariencia física -de más joven a más viejo-.

En las cuatro esquinas del octógono están pintados los cuatro evangelistas, representados con formas alegóricas de tetramorfos: San Juan, como un águila; San Mateo, un ángel; San Lucas, un toro; y San Marcos, un león. También se puede apreciar el cordero místico, sobre el libro de los siete sellos, y varios ancianos adorando al animal.