“Es un mármol de una riqueza increíble”. Así define José Arturo Riaño, algunos de los tesoros artísticos que esconde la iglesia de La Concepción, en la que es mayordomo de la Virgen del Carmen. Se trata de piezas casi únicas que llegaron a la Isla tras un largo viaje en barco, procedentes de la siempre fecunda Génova italiana. De allí procede, por ejemplo, el que para Riaño es elemento de mármol de Carrara más importante de la parroquia matriz: el púlpito.

La pieza, de casi tres metros de alto, fue inaugurada el 8 de diciembre de 1736. Cuenta este experto en los tesoros de La Concepción que la obra fue encargada y sufragada por Matías Rodríguez Carta y su esposa Concepción Domínguez Carta, dueños de lo que hoy se conoce como Palacio de Carta, en plena plaza de La Candelaria. “Debió costar una millonada”, reconoce Arturo Riaño.

El púlpito, de mármoles de distintos colores embutidos, ha sido objeto de estudio por parte de expertos de otros países. Consta de varias piezas, algunas ensambladas con trozos de metal, y una base, también de mármol con la inconfundible huella barroca. A él se accede a través de una escalera de madera hecha en las Islas que imita a la perfección el material principal. En ella, cuenta Riaño, esperaban los monaguillos, mientras el cura predicaba para todos los fieles. Desde el Concilio Vaticano II, la predicación se hace desde el altar mayor.

El tornavoz, también de madera

Sobre la gran pieza de mármol se sostiene el tornavoz, también de madera, con una imagen del Espíritu Santo y un cristo. Todo queda coronado con una pequeña imagen de los cuatro padres de la Iglesia: San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno.

Otro de los tesoros de la herencia genovesa está ubicado en el retablo de la Virgen del Carmen: la imagen de Santa Teresa de Jesús, de Antón María Maragliano. Fue encargada por los hermanos Logman, Ignacio y Rodrigo, dos religiosos flamencos que dejaron una profunda huella en la capital. Se trata de una talla de madera policromada, dorada y estofada (técnica utilizada para la aplicación del pan de oro). Junto a ella reposa también una imagen de San Nicolás de Bari. Recuerda Riaño que de este mismo retablo desapareció una figura de Santa Catalina, de la que solo se conserva la aureola de plata, que luce ahora María Magdalena.

De la huella genovesa de La Concepción también dan muestra otras tres tallas de madera policromada, ahora ocultas en el retablo de madera de la capilla de Los Carta: San Matías (centro), San Andrés (izquierda) y San Carlos Borromeo (derecha). Pero no son las únicas. También de mármol de Carrara, en este lugar está depositada una Virgen del Rosario con su hijo -mutilados ambos-, obra del escultor Adolfo Octavio Ponzanelli. Allí llegó procedente del Convento de las Dominicas.

Los ojos cerrados

Todas están vigiladas por un cuadro de Matías Rodríguez Carta, pintado por José Rodríguez de la Oliva, conocido como el pintor de los muertos. La imagen se muestra con los ojos cerrados y con los brazos cruzados sobre el pecho. “Es esplendor de Santa Cruz se produjo en los siglos XVIII y XIX”, enfatiza Arturo Riaño. “El puerto daba mucho dinero”, añade.

De esos siglos es también la fuente con pila de mármol, en la que el sacerdote se lavaba las manos antes de ofrecer la misa, que hoy se ubica en una sala detrás del altar mayor. Aunque existen varias versiones, parece ser que fue regalada por alguna de las familias irlandesas que vivían en la ciudad. Y también de mármol de Carrara es la pequeña escultura de la Inmaculada Concepción que preside la entrada principal de iglesia. Descansa protegida por un cristal.

La huella genovesa se completa con el piso de las tres capillas centrales. Tras llegar a la Isla se comprobó que no había dinero suficiente para pagarlo. Por eso se decidió vender las andas de plata del Santísimo para hacer frente a la deuda.