Nadie podía imaginar que una botella lanzada al mar cristalizaría, setenta años después, en una moderna iglesia donde se rendirá culto a la Virgen de Begoña, la virgen de Almáciga.

El caserío de Anaga vivió ayer uno de sus días más importantes de las últimas décadas, con la consagración del nuevo templo, cuya construcción arrancó hace trece años, pero que, por diversas circunstancias, no se terminó hasta hace pocas semanas.

La historia del nuevo lugar de culto comenzó, por azar, una mañana de abril de 1949, cuando tres vecinos del caserío, Eusebio Sosa y Benita Izquierdo, y su comadre Luisa Izquierdo, encontraron una pequeña botella de agua Caravaña en la orilla de la playa. Estaba sellada con cera y lacre y contenía varios papeles.

Tras romper el cristal y extraer cinco estampas de la Virgen de Begoña, los tres vecinos mencionados continuaron rumbo a Benijo. No obstante, el hallazgo les produjo cierta inquietud.

Como no sabían leer, optaron por llevar su mensaje a la maestra del pueblo, que por aquel entonces era doña Clotilde. Ella les desveló el contenido.

El texto relataba que la botella había sido lanzada al mar, en agosto del año anterior, por 35 peregrinos de la Acción Católica de Bilbao que viajaban a bordo del vapor "Aragón". Iban rumbo a Santiago de Compostela. Culminaba con un profético: "Nos encontramos en el cielo". Por suerte, se cumplió todo menos esto último.

Aprovechando sus conocimientos, doña Clotilde escribió una carta que fue enviada a Martín del Valle, la persona que facilitaba su dirección en uno de los documentos introducidos en la botella de Caravaña. En ella, los vecinos de Almáciga le solicitaban un cuadro de la Virgen o una pequeña imagen para venerar en la pequeña ermita del pueblo, cuyo patrón es San Juan Bautista.

"Cuando Martín del Valle recibió la carta en Bilbao no se lo creía", contó Begoña Izquierdo, nieta de Eusebio y Benita, a este periódico hace unos años. A partir de ese momento, la correspondencia entre ambos pueblos se hizo habitual.

Tal fue la devoción que despertó en el lugar la Virgen de Begoña, que la gente comenzó a pedir que fuera la patrona del caserío. Entre los cambios motivados por la nueva imagen, el nombre del equipo de fútbol, que pasó a llamarse Unión Deportiva La Begoña.

Pero la historia no paró ahí, sino que continuó impulsada, esta vez, desde Bilbao. Un artículo del jesuita Andrés de Arístegui, publicado en La Gaceta del Norte, se convirtió en el paso definitivo para que una talla de la Virgen de Begoña, igual que la bilbaína, fuera enviada a Tenerife. Llegó al puerto de la capital el 6 de mayo de 1950 a bordo del "Monte de Urquiola", y fue recibida por una gran multitud y por las autoridades de la Isla. Ocho días después, y en la falúa de Ismael, perfecto conocedor de las corrientes del litoral de Anaga, la Virgen fue descargada en la playa del Roque de Las Bodegas.

La réplica fue colocada en la ermita el 14 de mayo del año 1950, que durante un tiempo fue vigilada por los vecinos para evitar que pudieran sustraer la imagen.

Allí permaneció hasta el inicio de los años 2000, cuando se decidió tirar la antigua ermita para construir una nueva iglesia a la entrada del pueblo. Sin embargo, lo que parecía que iba a ser un solución rápida se complicó con el paso de los años, principalmente, por la falta de recursos económicos.

Pero la obra no podía quedar a medio hacer. La historia bien merecía un final feliz. En agosto de 2017, la Cofradía de Begoña de Bilbao anunció el inicio de una campaña para recaudar fondos con el objeto de poder culminar las obras del templo. Se sumaban así al esfuerzo que, durante años, llevaban haciendo los vecinos del caserío de Anaga.

Ese mismo mes llegaron a la Isla los primeros recursos, alrededor de 6.000 euros, a los que se sumarían otras cantidades con posterioridad. El coste total de los trabajos se había calculado en unos 350.000 euros.

Finalmente, y tras casi dos décadas, la iglesia pudo ser terminada con el esfuerzo de unos y otros. Ayer, el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, y el obispo auxiliar de Bilbao, Joseba Segura, presidieron la consagración del templo. También participó el párroco del barrio de Begoña, Eusebio Pérez.

Y a ese acto tan importante no solo se sumaron los vecinos del Macizo, sino que también se unió un grupo de 24 personas, muchas de ellas pertenecientes a la bilbaína Cofradía de Begoña. Entre ellas, José Luis Ausín, de 88 años, uno de los jóvenes de Acción Católica que en abril de 1949 lanzó la botella al mar.

De él fue la idea de que el corcho fuera lacrado con cera para evitar que entrara agua. Con eso contribuyó a iniciar una historia que unió a dos pueblos para siempre y cuyo último capítulo se escribió ayer.