El cáncer mata en España a casi 105.000 personas al año. Junto con las enfermedades cardiovasculares es la principal causa de muerte en nuestro país.

Y a medida que envejecemos la probabilidad de padecer cáncer aumenta considerablemente. Según la Sociedad Española de Oncología Médica, la probabilidad de contraer un cáncer...

  • Entre los 30 y los 34 años es solo del 1%,
  • Entre los 60 y los 64 supera ligeramente el 15%
  • Y en los hombres de 80 a 84 años llega a ser del 48,6%.

Es cierto que durante las últimas décadas la mejora en los tratamientos ha aumentado significativamente la esperanza de vida de buena parte de los enfermos oncológicos. Pero a pesar de ello cada año que pasa mueren de cáncer en nuestro país casi 1.000 personas más de las que lo hacían el año anterior.

Imagen cedida por The National Cancer Institute's (NCI) The National Cancer Institute's (NCI)

Reducir la incidencia del cáncer está en nuestra mano

La realidad hoy es que está en nuestra mano reducir significativamente la incidencia del cáncer, tal y como demuestran una serie de trabajos científicos muy rigurosos.

Por ejemplo, si no fumamos y no consumimos alcohol, la probabilidad de que contraigamos cáncer cae en picado.

Si a esto unimos estilos de vida más saludables, especialmente evitando la exposición a sustancias cancerígenas y a radiaciones ionizantes, alrededor de la mitad de los cánceres que se producen actualmente podrían evitarse.

Es fácil de entender.

En la base molecular del cáncer están las mutaciones en una serie de genes que, en sentido amplio, controlan el ciclo y la proliferación celular, así como la diseminación de las células.

Las mutaciones, que ocurren como errores durante la replicación del ADN, se van acumulando con la edad. Y una vez que se producen una serie de ellas, una célula que antes era normal a veces se transforma en una célula tumoral.

Pero además de las mutaciones que inevitablemente se van a ir generando estocásticamente con el tiempo, otras muchas se producen:

  • Como resultado de la exposición a una larga serie de sustancias de efecto mutagénico (por ejemplo el benceno, el formaldehído, el cloruro de vinilo, el arsénico …)
  • O a las radiaciones ionizantes (ultravioleta, rayos X, radiación gamma…).

Estos factores ambientales aumentan significativamente las tasas de mutación y con ello incrementan enormemente las probabilidades de contraer cáncer.

La conclusión es evidente. Debemos evitar todas y cada una de estas fuentes de riesgo.

Añadido a una casa cubierto con material de asbesto Mewtu

Somos los principales responsables de nuestra salud

En este sentido durante los últimos años se han empezado a realizar diversas campañas con el objetivo de conseguir una concienciación individual sobre el problema.

Se nos insiste para que adoptemos un estilo de vida saludable, pues debemos ser los principales responsables de nuestra propia salud.

Un buen ejemplo lo tenemos con el tabaco. Tras muchas décadas donde la propaganda del tabaco era habitual en televisión, radio y prensa, y cotidianamente veíamos a los protagonistas de películas y series encendiendo un cigarro, por fin se lanzaron mensajes claros del tipo “El tabaco mata”.

Y todo esto se refuerza con una legislación antitabaco que trata de proteger a quienes, aunque no fumen, son en realidad fumadores pasivos.

Evitar la exposición a agentes cancerígenos

En este sentido cada vez son más frecuentes las campañas que nos incitan a que seamos muy cuidadosos con la exposición a los agentes cancerígenos.

Por ejemplo durante el verano se nos advierte de que debemos tener precaución con la radiación ultravioleta del Sol. Es necesario que usemos protectores solares y que estemos poco tiempo expuestos.

También los medios de comunicación dan noticias sobre agentes cancerígenos y prácticas peligrosas. Por ejemplo hace poco se habló sobre el peligro de abusar de los alimentos ultraprocesados.

Todo este despliegue propagandístico en favor de la prevención del cáncer resulta encomiable.

Insistir en que adoptemos individualmente actitudes responsables evitando la exposición a los carcinógenos es un enorme acierto. Es mucho lo que está en juego. Tanto como evitar la mitad de los cánceres que se producen actualmente.

Desafortunadamente el problema está muy lejos de arreglarse por más que adoptemos a nivel individual todas las medidas posibles para evitar la exposición a los carcinógenos.

Trabajadoras preparando láminas de asbesto para tejados, en una fábrica de Lancashire en septiembre de 1918. Lewis, George P.

No siempre podemos protegernos: el amianto

Por más cuidadosos que sean nuestros comportamientos individuales, no siempre pueden protegernos de la exposición a numerosos agentes mutágenos y carcinógenos en nuestra vida cotidiana.

En mi caso particular puedo considerarme un privilegiado. Soy catedrático de genética y trabajo en la ciudad universitaria de Madrid y no en una industria contaminante.

Pero aún así estoy expuesto a numerosos agentes cancerígenos.

Por ejemplo, a pocos metros de la ventana de mi despacho hay viejas instalaciones en desuso construidas hace más de 40 años con amianto-cemento.

Puedo extremar al máximo todas las precauciones que tomo a nivel individual, como no fumar, no exponerme a la radiación ultravioleta del Sol, no comer alimentos ultraprocesados y un largo etc.

Pero por más cuidados que ponga, llevo ya 35 años trabajando en una zona donde la meteorización libera cada día peligrosas fibras de asbesto a la atmósfera.

Así, tras dejar que el polvo se deposite durante algunos días sobre portaobjetos en la mesa de mi despacho, resulta fácil observar al microscopio peligrosas fibras de amianto que llevo años respirando.

Y la exposición al amianto produce, entre otros muchos efectos dañinos, mesotelioma de pleura, un tipo de cáncer pulmonar de elevada mortalidad.

Tuberías envueltas en aislamiento de asbesto, hoy claramente marcadas. daryl_mitchell

La relación directa del amianto con el cáncer ya fue documentada por primera vez por Galeno en la Roma clásica, al observar que los esclavos que trabajaban con amianto terminaban muriendo antes de tiempo por problemas pulmonares. Mucho tiempo después, a principios del siglo XX la ciencia moderna estableció la inequívoca relación causa efecto entre el amianto y el mesotelioma de pleura, así como entre el amianto y otros graves problemas de salud como la asbestosis.

Pero aunque se conocían perfectamente los efectos dañinos del amianto desde hace más de 100 años y la ciencia había advertido de su enorme peligro, la presión de la poderosa corporación del sector del fibrocemento impidió su regulación.

El sector empleó 2 argumentos.

  • Uno de ellos aseguraba que existía un umbral de seguridad por debajo del cual el amianto no era dañino. Publicaciones científicas en las mejores revistas demostraron que esto no era así.
  • El otro era de corte neoliberal radical. Si el amianto era en verdad tan malo como decían los científicos, un mercado libre, sin necesidad de regulaciones, dejaría de comprarlo.

No fue hasta el año 2001 cuando se prohibió totalmente el uso del amianto en España.

Pero durante muchas décadas se empleó en numerosas construcciones y viviendas, en la industria, en ropas ignífugas, e incluso en las tuberías de abastecimiento de agua potable a las ciudades y en placas para tostar el pan.

Como consecuencia hoy en día todavía seguimos expuestos al amianto de forma que aún morirá mucha gente por mesotelioma de pleura. A cambio unos cuantos ganaron mucho dinero.

A pesar de que el amianto está prohibido desde 2001, y que incluso una catedrática compañera de trabajo murió recientemente por mesotelioma de pleura, el amianto de las instalaciones cercanas a mi despacho sigue sin removerse.

La radicación no siempre está tan avisada Foto de Dan Meyers en Unsplash

La radiación también es un peligro no siempre evitable

Pero el amianto no es el único agente carcinógeno al que estoy expuesto.

Hoy en día en nuestro laboratorio la radiación gamma existente es muy superior a la que hay en cualquier central nuclear.

Cada día decenas de miles de estudiantes y miles de profesores y personal de administración y servicio acuden al campus de la Universidad Complutense de Madrid.

Y solo con asistir, muchos de ellos se someten a un nivel de radiación significativamente mayor que el que tendrían si estuviesen empleados en una central nuclear.

La situación es que aunque la mayoría de la gente no lo sabe, el 7 de Noviembre de 1970 ocurrió un escape radioactivo en un reactor nuclear situado en lo que hoy en día son instalaciones del CIEMAT (Avenida Complutense nº40, 28040. Madrid).

Porque aunque parezca mentira, desde 1968 la Junta de Energía Nuclear operaba allí el reactor nuclear Coral-1.

Eran tiempos de la dictadura de Franco y prácticamente nadie se enteró del escape aunque fue, con mucho, el mayor accidente nuclear ocurrido en nuestro país.

Desde entonces, a diario miles de personas en la zona de Ciudad Universitaria seguimos recibiendo una dosis de radiación muy superior a la que recibiríamos si trabajásemos en la zona más peligrosa de una central nuclear.

Pero no tengo elección. O voy a trabajar a mi despacho o renuncio a mi empleo.

Aun así soy un privilegiado. Por lo que respecta a exposición a carcinógenos, la mayoría de la gente está significativamente peor que yo. Y ni siquiera lo saben.

Ponemos límites, pero no es suficiente

Es cierto que la legislación se muestra cada vez más restrictiva y muchas sustancias cancerígenas se van retirando de la circulación. Pero el esfuerzo que se dedica no es ni mucho menos suficiente.

Estamos en una época en la que nos vemos expuestos ambientalmente a nuevas sustancias químicas muchas de las cuales son mutagénicas y cancerígenas.

Una persona que naciese en los años sesenta potencialmente se exponía a unas 30.000 sustancias químicas manufacturadas por el hombre y vertidas sin control al ambiente.

Pero quienes nacen hoy se están exponiendo a las más de 300.000 de estas sustancias que contaminan nuestro ambiente.

A la hora de prevenir los cánceres evitables es necesario que individualmente adoptemos actitudes saludables. Pero no es suficiente.

Durante décadas nuestro sistema ha primado la rentabilidad económica, permitiendo que una serie de productos extremadamente peligrosos para la salud invadan nuestra vida cotidiana, aunque teníamos la tecnología necesaria para que no hubiese sido así.

Costó millones de muertos. Y aún costará muchos más.

¿No va siendo hora de cambiar?