“Está bien. Hemos pasado otra noche sin un holocausto nuclear”.

Son las palabras que, tras la invasión rusa de Ucrania, pronunció el Dr. Seth Baum, investigador y director ejecutivo del Global Catastrophic Risk Institute, una organización norteamericana que analiza el riesgo de grandes catástrofes globales.

La escalada de tensión entre la Federación Rusa y Occidente es tan rápida que en unos días nos ha llevado a una situación comparable a la de los momentos más álgidos de la Guerra Fría. Putin y Biden se amenazan respectivamente con una guerra nuclear.

¿Estamos como en la Guerra Fría?

¿Realmente estamos corriendo un peligro tan grande?

Durante más de 40 años la Guerra Fría entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos de Norteamérica condicionó buena parte de la investigación científica en el mundo.

Uno y otro bloque basaron su estrategia como superpotencias en alcanzar una delantera, insuperable para el enemigo, en tecnología militar.

Por eso muchos de los mejores talentos, tanto occidentales como del área de influencia de la URSS, fueron reclutados para trabajar directamente en dicho conflicto.

Literalmente, cientos de miles de científicos y técnicos, con un presupuesto colosal, estuvieron implicados en los más diversos programas de desarrollo de armamento nuclear, biológico y químico (NBQ).

Armas NBQ, la principal amenaza

Como resultado, las armas NBQ alcanzaron un grado de desarrollo tan extraordinario que desde entonces se han convertido, con mucho, en nuestra principal amenaza. Se estima que este tipo de armas tienen hoy en día la capacidad para acabar varias veces con toda la humanidad.

Nuestra supervivencia como especie depende de que no se utilicen. Pero están ahí y en cualquier momento la tragedia puede desatarse.

¿Cuál es el riesgo real que corremos?

¿Cuál es el riesgo real que corremos de que se produzca una guerra con armas nucleares, biológicas o químicas? El riesgo se puede cuantificar científicamente de una manera rigurosa.

Matemáticamente, es el producto entre el daño que puede producir un evento adverso y la probabilidad de que ocurra dicho evento. El daño de una confrontación con armas nucleares es muy diferente del que se produciría con armas biológicas o químicas.

La probabilidad de que se usen unas u otras es muy diferente. Y, por lo tanto, estamos ante tres riesgos muy diferentes que intentaremos explicar en diferentes artículos.

El riesgo nuclear está muy testado

Es el riesgo del que más se está hablando en estos días, así que comenzaremos analizando lo que supondría para el mundo una confrontación nuclear.

Tenemos una idea bastante clara del daño que producen las armas nucleares.

Hay datos experimentales muy precisos sobre ello.

Los primeros se recogieron el lunes 16 de julio de 1945, cuando Trinity, la primera bomba atómica la historia, detonó en el desierto de Alamogordo en Nuevo México, USA.

  • En el lugar de la explosión se alcanzaron temperaturas unas 150 veces más altas que las de la superficie del Sol.
  • El inmenso calor y la brutal presión de la onda de choque transformaron el suelo del desierto en un nuevo material desconocido hasta entonces (y que se bautizó con el nombre de Trinita).
  • El desierto se vio sacudido por un fuerte terremoto. Y la onda de choque afectó a más de 160 kilómetros a la redonda.
  • La deslumbrante luz alarmó a la gente en 290 kilómetros a la redonda.
  • Trinity dejó un enorme cráter de más de 75 metros de profundidad.
  • Pero más del 80% de la energía de Trinity se liberó en la atmósfera en forma de radiación gamma, totalmente indetectable para nuestros sentidos, pero letal para la vida.

¿Así que los daños podría causar una bomba como Trinity en una ciudad son una pregunta que ojalá nunca haya que responder?

La catástrofe para los seres humanos en Hiroshima y Nagasaki

Tres semanas más tarde, el 6 de agosto de 1945, un avión B-29 dejó caer a Little Boy, una bomba atómica alrededor de un 25% menos potente que Trinity, en la vertical del puente Aioi en la ciudad de Hiroshima.

Se programó la bomba para que explotara a 600 metros de altura y no cuando impactase contra el suelo. Y por eso la mayor parte de la energía de Little Boy se disipó en la atmósfera. Pero aun así…

La temperatura en el lugar de la explosión superó el millón de grados centígrados. Más de 60.000 personas murieron al instante, volatilizadas totalmente en millonésimas de segundo y sin dejar el menor rastro.

Quienes estaban más lejos tan solo dejaron una tenue sombra en el suelo. A más distancia, las personas quedaron reducidos a cenizas.

A los que estaban todavía más lejos les hirvió el humor acuoso dentro de los ojos. Después les estalló el cráneo por la presión de sus cerebros, que el intenso calor de la bomba evaporó en su interior. Todos sus fluidos corporales hirvieron y la presión les hizo reventar.

A mayor distancia la bomba carbonizó a la gente. Más lejos los asó vivos. Pero quienes se encontraban más lejos lo pasaron peor. Les ardió la ropa y se les desprendió totalmente la piel.

A otros muchos la onda de choque les reventó los pulmones y se ahogaron en su propia sangre.

Pero los peores sufrimientos aquejaron a los millares de personas que estaban todavía más alejadas del centro de la explosión.

Sobre ellos cayó una lluvia oscura de hollín y partículas altamente radioactivas de la bomba que los mató lentamente. Se les ampolló la piel, sufrieron náuseas y vómitos, fallo su sistema inmune, y murieron.

Miles de personas más morirían en los años venideros como consecuencia de enfermedades inducidas por la exposición a la radiación gamma de la bomba.

Tres días después, Fat Man, una bomba atómica idéntica a Trinity, repetiría semejante horror en Nagasaki. Las explosiones atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki aportaron datos reales sobre los catastróficos efectos de las armas nucleares sobre los seres humanos, tanto a corto como a largo plazo.

Las bombas termonucleares, mucho más poderosas

Aquellas aterradoras explosiones se vieron muy pronto superadas por una nueva generación de bombas muchísimo más poderosas: las bombas termonucleares.

Ya en una fecha tan temprana como 1961, la Unión Soviética tenía un arsenal nuclear capaz de destruir el mundo entero 2 veces.

Por su parte, los norteamericanos, que siempre habían tenido una considerable ventaja tecnológica, acumulaban suficientes bombas termonucleares como para destruir el mundo 7 veces.

Entonces los científicos de la URSS desarrollaron el arma más poderosa que jamás existió: la bomba termonuclear Tzar.

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Tzar, la bomba más destructiva jamás construida

Para darnos cuenta de lo que significó Tzar, conviene tener en cuenta que Trinity y Fat Man tenían una potencia explosiva equivalente a unas 20.000 toneladas de TNT, uno de los explosivos convencionales más potentes que se conocen.

Pues bien, Tzar tenía nada menos que una potencia equivalente a 100 millones de toneladas de TNT. Eso significa que Tzar era como 5.000 de las primeras bombas atómicas.

Su poder destructivo era tal que la URSS no tenía donde probar algo tan poderoso. Entonces limitaron la potencia de la bomba a la mitad (unos 50 millones de toneladas de TNT).

Pero la tuvieron que detonar en el Ártico, en Novya Zemlya, pues aun así era demasiado potente para probarla en el polígono de pruebas de armas nucleares de Kazajistán, donde probaron la mayoría de sus bombas atómicas.

El 30 de octubre de 1961, Tzar detonó con una potencia de 56.000.000 de toneladas de TNT.

Fue la mayor explosión de la historia.

Más de 10 veces el poder de todas las armas juntas empleadas durante la Segunda Guerra Mundial.

El hongo atómico alcanzó 65 kilómetros de altura y más de 100 kilómetros de diámetro en la base.

La explosión fue visible en más de 1.000 kilómetros a la redonda. La onda expansiva de la bomba dio 3 veces la vuelta a la Tierra. Nunca se probó de nuevo una bomba tan potente como Tzar.

¿Y qué pasaría si una bomba termonuclear como Tzar explota en el kilómetro 0 de la Puerta del Sol de Madrid?

Madrid se volatilizaría, pero ciudades como Toledo, Segovia o Ávila quedarían completamente destruidas.

La mayor bomba de los Norteamericanos tiene una potencia de unas 14 millones de toneladas de TNT (7 veces más pequeña que Tzar). Pero tienen muchas.

¿Qué dicen las simulaciones de una confrontación nuclear?

Según una reciente encuesta, cerca del 50% de los españoles creen que el conflicto entre Occidente y la Federación Rusa desatado por la invasión de Ucrania podría terminar en una Tercera Guerra Mundial.

La Agencia Internacional para la Energía Atómica (IAEA) desarrolló una de las más completas simulaciones sobre las consecuencias para la humanidad de una confrontación nuclear limitada entre la Federación Rusa y la OTAN.

Su propósito es advertir sobre la irreversible catástrofe que se nos puede avecinar.

Otros muchos organismos científicos y universidades desarrollaron sus propios modelos.

Desafortunadamente, todos ellos coinciden en que tal confrontación sería la mayor catástrofe de la historia de la humanidad.

En realidad sería su fin.

A fin de cuentas vivimos en el que quizás sea el peor de los escenarios posibles, el llamado MAD, esto es, la Destrucción Mutua Asegurada.

Simulación de la IAEA

Tanto Estado Unidos como la Federación Rusa disponen de una potencia nuclear que alcanza más que de sobra para destruir no solo a la humanidad, sino a la mayor parte de las especies que hoy pueblan la Tierra.

Para tener conciencia del peligro infinito que corremos, resumiremos aquí uno de los posibles escenarios en esta confrontación.

Según el modelo de la IAEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica) que pertenece a las organizaciones internacionales conexas al Sistema de las Naciones Unidas, se trataría de:

  1. Un ataque nuclear limitado solamente a las cabezas nucleares que ahora mismo se encuentran armadas y operativas (hay que tener en cuenta que en pocos días el número de ojivas nucleares disponibles para un hipotético conflicto podría llegar a cuadriplicarse).
  2. Un ataque iniciado por la Federación Rusa que tiene como consecuencia la inmediata respuesta de la OTAN.
  3. En el ataque ambos bandos emplean: Misiles Balísticos Intercontinentales Estratégicos con base en tierra y misiles con base en submarinos y armas nucleares en bombarderos estratégicos. Pero solamente se disparan armas termonucleares durante las primeras 24 horas del conflicto. Y se asume que tras ese primer día no se producirá ningún nuevo ataque nuclear.
  4. Los sistemas de interceptación temprana de misiles balísticos consiguen el máximo éxito estimado.
  5. No se usan armas nucleares tácticas.

Si esa simulación fuese lo que ocurriese, analizaremos lo que ocurriría durante tres fases bien diferenciadas del conflicto nuclear:

  1. En las primeras 24 horas del conflicto, cuando la mayor parte de los daños se producen como consecuencia de la disipación de la ingente cantidad de energía de la detonación de las armas nucleares.
  2. En el primer mes tras la detonación de las armas atómicas, cuando la mayor parte de los daños se producen como consecuencia de la radiación liberada en estas explosiones nucleares.
  3. Durante el primer año, cuando los daños se producen como consecuencia de las graves alteraciones climáticas (el “invierno nuclear”) y del funcionamiento de la biosfera como resultado de las explosiones nucleares y de la radiación.

Las estimas de muertes se basan en que en los países de la OTAN viven cerca de 950 millones de personas, mientras que en la Federación Rusa viven unos 146 millones.

¿Qué pasaría en las horas siguientes al ataque?

La simulación solo contempla qué le ocurriría a estos 1.096 millones de personas que viven en los países en conflicto.

Pero otra mucha gente morirá, aunque sus países no estén directamente implicados en esta guerra.

El cálculo de las cifras de muertos es el siguiente:

  • En la primera hora del ataque nuclear morirán 7.372.000 personas.
  • En la segunda hora, 15.513.000.
  • En la tercera hora, 21.017.000.
  • •En la cuarta, 41.912.000.
  • Tras las primeras 10 horas ya habrán muerto 103.862.000 de personas.
  • Al final de las primeras 24 horas habrían muerto 91.893.000 rusos y 86.151.000 occidentales.

Áreas densamente pobladas de España, con bases militares importantes en sus cercanías (como Madrid, Zaragoza o Cádiz) serían borradas de la faz de la Tierra en estas primeras horas.

Los primeros muertos serían los más afortunados

Sin duda estos muertos serán los más afortunados. En la segunda fase del escenario las muertes se producirán tras enormes sufrimientos como consecuencia de los efectos de la radiación.

Un mes después del ataque habrán muerto por esta causa alrededor de 190 millones de personas.

Y la radiación afectará a todo el hemisferio norte. Pero aunque más lentamente, llegará al hemisferio sur.

El terrorífico invierno nuclear

Y quienes después de todo esto sobrevivan, no lo tendrán fácil. Por entonces, la mayor parte de las plantas que cosechamos y del ganado que comemos ya habrían muerto, tanto por los efectos de las explosiones del primer día como por la radiación.

Quienes sigan vivos entrarán en una noche cerrada, perpetua: Sin Sol, sin Luna ni estrellas. Los billones de toneladas de polvo y hollín levantados por las explosiones atómicas del primer día no dejarán pasar absolutamente ninguna luz.

Enseguida las temperaturas caerán en picado. Es el invierno nuclear. Con mucho, la peor consecuencia de la guerra atómica. Tres meses después de la explosión habrán muerto de frío e inanición alrededor de 303 millones de personas.

En 10 meses habrían muerto unos 550 millones de personas.

Por entonces la temperatura del mundo se habrá desplomado.

- En el ecuador habrá medias de 20ºC bajo cero.

- En España estaríamos de media a 59ªC bajo cero.

- Y en el norte de Europa estaríamos a 91ºC bajo cero.

Para entonces, la radiación y el invierno nuclear ya habrían alcanzado a todos los países del hemisferio Sur. En este conflicto nadie puede resultar victorioso.

La definitiva estrategia de la “mano muerta”

Además de los controles humanos sobre las armas nucleares, ambos bloques se han asegurado la destrucción mutua mediante la estrategia de la “mano muerta”.

Imaginemos que uno de los bloques ataca por sorpresa y consigue destruir totalmente los centros de decisión del enemigo.

Aún sin ningún ser humano para dispararlas, las armas nucleares cumplirán su función, pues tanto la Federación Rusa como Estados Unidos disponen de controles de disparo automáticos que lanzan sus arsenales nucleares contra el enemigo cuando:

- La radiación excede de un determinado nivel.

- Se genera una onda de choque de gran magnitud.

- E incluso si la temperatura baja de un límite como consecuencia del invierno nuclear.

Ya sabemos el daño que puede producir un ataque nuclear. Sus efectos en la salud son letales. Y casi que cuanto antes, mejor. La destrucción mutua (y de toda la humanidad) está asegurada. Solo nos queda estimar cuál es la probabilidad de que ocurra este ataque nuclear.