RETIRO LO ESCRITO
Machado y la pobre izquierda

Antonio Machado
La concesión a María Corina Machado del Premio Nobel de la Paz ha exacerbado a nuestra pobre izquierda, como si no tuviera ya bastante con lo que sufrir en este perro siglo. El Gobierno español, al menos hasta la tarde de ayer, guarda silencio, practicando su tancredismo habitual frente al régimen chavista. Podemos, el PCE y varias fuerzas de Sumar han argumentado que María Corina Machado es una ultraderechista, que es una golpista que pretende derribar el Gobierno de Venezuela, que apoya una intervención armada estadounidense en su país. Por supuesto los denunciadores carecen de vergüenza pero, sobre todo, de cualquier legitimación desde el momento que queda claro –si no lo estuviera mucho antes– su respaldo a la dictadura de Nicolás Maduro y sus compinches.
María Corina Machado pertenece a una familia muy rica. Dispone ciertamente de un patrimonio millonario y dirige en la actualidad varias prósperas empresas en Miami. Podía haber hecho perfectamente lo que hicieron otros ricos y ricachones: llegar a un acuerdo con el chavismo. Los millonarios venezolanos viven en Lechería o en La Florida con fincas, casonas ajardinadas y yates de lujo, aunque suelen pasar la mitad del año fuera. A ellos se han sumado los nuevos riquísimos creados en el chavismo y esa pequeña clase media alta que se ha dado en llamar la boliburguesía. Todas estas facciones no alcanzan el 30% del país y son los que pueden comprar en grandes almacenes, disfrutar de vacaciones, cenar fuera y pagarse una seguridad privada. Más del 70% del país vive en condiciones de pobreza, pobreza extrema y exclusión social. No es necesaria ninguna investigación exhaustiva. Basta con tener familiares o amigos en Venezuela. Basta con que graben por sus móviles las escenas cotidianas en un hospital público y te las remitan. Machado se negó a pactar con el chavismo desde el primer momento como se negó a marcharse. Se quedó en Venezuela a combatir un régimen autoritario que se transformó rápidamente en una dictadura caudillista de las muchas que ha conocido el país. Pero a diferencia del chavismo los regímenes liberticidas de Juan Vicente Gómez (1908-1935) y de Marcos Pérez Jiménez (1950-1958) aniquilaron la democracia, pero propulsaron el desarrollo económico. Chávez y Maduro, en cambio, han llevado a Venezuela al borde mismo del abismo para imponer una supuesta revolución socialista que, después de algunos éxitos iniciales, se ha evidenciado como una fuerza incapaz de mejorar sustancialmente la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los venezolanos.
El Gobierno de Maduro es un gobierno de facto. El año pasado el sucesor de Chávez perdió las elecciones presidenciales. No tuvo problemas en pisotear la Constitución y amarrarse al poder. Mataron a cientos de personas y detuvieron a varios miles en Caracas y otras ciudades del país. Ganó Edmundo González Urrutia, candidato de repuesto de la Plataforma Unitaria Democrática, porque el Consejo Electoral Nacional –todos y cada uno de sus miembros son militantes chavistas– prohibió la candidatura de María Corina Machado. Es necesario un cuajo excepcional para reprocharle a nadie querer desbaratar una dictadura tan criminal, estúpida y agusanada por la corrupción como la que sostiene a la oligarquía colorada que tiene en Maduro su mascarón de proa. María Corina Machado ha sido denunciada, amenazada y ultrajada públicamente durante lustros por la gentuza que desgobierna Venezuela, debe cambiar diariamente de domicilio, se enfrenta con sus compañeros a un Gobierno que concentra todo el poder político, militar, legislativo y judicial en sus manos. Pero es una golpista, te cuenta con el ceño fruncidito Pablo Iglesias y compañía. Pero quiere que se invada su país. Y eso es cierto. Lo quiere como yo. Lo quiere como esa misma izquierda anhelaba en 1945 y aun antes que las potencias democráticas declaran la guerra a España y entraran por los Pirineos. Esta izquierda imbécil, ignorante, canallita, que lo sacrifica todo ya no a un ideal sórdido y vetusto, sino a una colección de eslóganes. Su historia es una novela familiar de neuróticos que no soportan la vida sin una fantasía revolucionaria masturbatoria, sin asaltar el cielo con el café y las tostadas, sin soñarse héroes de su delirio.
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