Antonio Méndez era parte reconocible de una ciudad. Un personaje ligado directamente a la vida de un pueblo. Santa Cruz de La Palma, como otras tierras, no es solo rincones, edificios emblemáticos o historia. Tiene "hijos" genuinos, que defienden su pasado, aman las tradiciones y hacen propia su cultura. Ayer falleció una de esas personas eternamente diferentes.

Méndez murió en Tenerife, donde aprovechaba las fiestas navideñas para, como cada año, visitar y disfrutar de sus familiares. Será recordado como el "embajador" de La Palma, un sobrenombre ligado directamente a su hobby, su pasión epistolar. En su casa de la calle Real, donde vivía solo, se guarda aún el tesoro de centenares de cartas remitidas por personalidades de todo el mundo. "Cuando yo me muera no sé qué pasará con las cartas", decía. Estaba siempre atento a los cumpleaños, bautizos, bodas o cualquier otra efeméride de políticos, escritores, deportistas o famosos de la farándula para enviar su misiva siempre atenta y por la que esperaba durante meses una respuesta que casi siempre llegaba, habitualmente con una foto firmada del personaje.

Para la mayoría será aquel hombre bajito capaz de "cartearse" con la Madre Teresa de Calcuta, el Dalai Lama, el alcalde de Belfast, la Familia Real española, la Casa Real inglesa... "A los rusos les cuesta contestarme", afirmaba. También será conocido por haber sido uno de los participantes más carismáticos de la Danza de los Enanos, acto de las Fiestas Lustrales de la Bajada de la Virgen, del que se retiró tras la función especial organizada con motivo de la vista del Rey don Juan Carlos en 1986. Otros hablarán de su ideología socialista, "aunque con los socialistas de ahora tengo más diferencias", pero para sus amigos de diario hay otras muchas historias más cercanas, tal vez incluso más reales.

Méndez, enamorado de la cocina, se levantaba aún de noche y recorría los metros que separaban su vivienda del bar Bahía. No lo hacía, en absoluto, por alcohol o comida. Lo hacía simplemente para estar con su gente. Era capaz de "abroncar" al responsable del negocio, "su" Diego, si llegaba cinco minutos tarde o, también, mostraba su desacuerdo con las "viñetas" virtuales de las que casi siempre era protagonista.

Allí tenía su silla y se enfadaba cuando el negocio cerraba en festivo. Era su segunda casa. Del establecimiento se iba temprano, volvería al mediodía, y era habitual que desde el balcón de su vivienda viera la vida pasar. Atrás en el tiempo quedan aquellos desplazamientos en coche hasta Puerto Espíndola para comer pulpo en salsa, "en ningún lugar los hacen tan buenos como aquí". Iba junto a los periodistas Juan Antonio Medina y Antonio Manuel Pérez (q.e.p.d.). Tiempos aquellos. Ayer se murió un "enano" que llegó a "embajador".