Opinión
San Mazón, ahogado y mártir

Carlos Mazón. / EP
Carlos Mazón ha ascendido a los altares por voluntad propia. Ha proclamado su santidad, refrendada por las máximas autoridades pues presume de actuar "después de haber hablado con Su Majestad el Rey". La mención no solo avala su canonización, también sirve de mensaje amenazador a la jueza que pueda tener la tentación de acusarle. Se necesita muy buena voluntad para equiparar su discurso de autohomenaje a una dimisión. A lo largo de veinte minutos, apenas dos menciones al bies apuntan a una retirada a medias, desde luego forzada y revanchista contra los socialistas a quienes "no voy a llamarles asesinos". Es decir, los llama asesinos.
Mazón pronunció el discurso de quien dimite con una pistola apuntándole.
Mientras Maribel Vilaplana desgranaba un rosario de banalidades de sobremesa en el juzgado, su anfitrión admitía a duras penas el pecadillo de no haber tenido "la visión política de cambiar mi agenda".
Curiosamente, ha reincidido en este error durante su discurso de presunta despedida, al suprimir el 29O del calendario y saltar directamente al 30O, para atribuirse los milagros que justifican su ingreso en el santoral.
Con un año de retraso, San Mazón concluye que un mal día lo tiene cualquiera. Dado que "no fue por cálculo político", se proclama la víctima propiciatoria del 29O. Es la persona que más ha sufrido, se supone que entre las vivas, a raíz de "la mayor tragedia de la historia de Valencia". Su discurso no incluía un propósito de la enmienda, sino de la venganza. El gaseoso "apelo a esa mayoría para elegir al nuevo presidente de la Generalitat", contiene la carga explosiva de que no habrá acuerdo al margen de su persona, porque la perfección que se atribuye lo convierte en providencial. De ahí que mientras se escriben estas líneas, quienes le han obligado a largarse deban insistir en que cumpla su promesa a regañadientes. Si no fuera obligado despedirlo por su ausencia en la riada con 229 muertos, su adiós indefinido bastaría para forzar su desalojo. Cerró su elevación a los altares con un condescendiente "ha sido un honor". Ha sido una vergüenza, y no ha acabado.
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