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Opinión

Dos presidentes y un destino

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se quita las gafas en la comisión de investigación del caso Koldo en el Senado.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se quita las gafas en la comisión de investigación del caso Koldo en el Senado.

El presidente del Gobierno, sentado en el Senado, soltó: «esto es un circo». Si eso es lo que piensa de la Cámara Alta la segunda autoridad del país, es lógico que millones de ciudadanos, por la descosida geografía nacional, piensen lo mismo de este Estado fracasado. Pedro Sánchez fue convocado a la comisión de investigación sobre el caso Koldo. Ya se sabe que las comisiones políticas son a la verdad lo que los comisarios políticos a la justicia. Y fue, en efecto, un circo. Pero sin fieras, ni payasos. Solo un ilusionista venido a menos. Aquel brillante mago que asombraba al mundo sacando sorprendentes conejos de la chistera se ha transformado en un prestidigitador que escamotea preguntas detrás de unas gafas y que, no obstante, fue capaz de mantener una función de más de cinco horas frente a la incompetencia del público presente.

Hay un paralelismo en el colapso que viven Pedro Sánchez y Carlos Mazón. Dos presidentes amortizados que se resisten a entender lo que todo el mundo parece ver, menos ellos mismos y sus tiralevitas. Sánchez ha sumergido a al socialismo centenario en un baño de ácido sulfúrico. Confesaba no saber dónde estaba el despacho del gerente en la sede de su partido. Y a nadie asombró que eso lo dijera un secretario general del PSOE. O ya no va por Ferraz o la familia Sánchez tiene un problema de geolocalización en los sitios donde debería trabajar.

Es como si todos los elefantes del circo se le hubieran defecado al mismo tiempo encima. Los escándalos se suceden sin pausa. Koldo, Cerdán y Ábalos abren la puerta a una causa judicial por los pagos en efectivo en el PSOE. Aldama, el rescate de Air Europa, el dinero de las mascarillas y los hidrocarburos, asoman la proa ominosa por los mismos juzgados donde ya están el fiscal general; Begoña Gómez, la esposa de Sánchez y David Sánchez, su hermano. Y ante todas esas calamidades se esgrime el mismo argumento peregrino que asiste a Carlos Mazón cuando piensa que los gritos de los familiares de las víctimas de la dana en Valencia están gestionados por los socialistas. Que las víctimas son marionetas manejadas por la mano siniestra de la oposición.

Es complicado llegar al poder. Pero es mucho más difícil saber marcharse. El portavoz de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, advirtió una vez a Sánchez de los peligros asociados a su agonía política. «Llegará un punto que usted no frene a la derecha y la ultraderecha, sino que su permanencia permita que cuando llegue la derecha y la ultraderecha llegue para siempre». Ya casi estamos ahí.

En el PP celebraron con indisimulado jolgorio el nacimiento de Podemos, como una manera de drenarle votos a la socialdemocracia española. Es lógico que la congénita miopía de la derecha española le impidiera ver más allá de sus narices. Lo que se consiguió, al final, fue radicalizar a Pedro Sánchez, arrastrado por sus necesidades de supervivencia. Los socialistas moderados fueron extinguidos y la discrepancia, de los que no comulgaron con la amnistía, fue considerada una lesa traición a la causa Sanchista.

En justa reciprocidad y con la misma indigencia mental, el socialismo gobernante se frota las manos con la efervescencia de la extrema derecha en España. Les sirve, de manera instrumental, para equiparar a Núñez Feijóo con Santiago Abascal, pensando que así dividen el voto de sus enemigos. La necedad no conoce límites pues a estas alturas deberían darse cuenta de que su mayor logro será convertir a un presidente del PP en prisionero de la extrema derecha, de la misma forma que Sánchez ha sido un esclavo de la extrema izquierda y los independentistas. Tal vez se puedan felicitar todos a sí mismos por debilitar hasta tal punto a los gobernantes del país, siempre y cuando no se paren un segundo a pensar en lo que le están haciendo al país mismo.

Uno estaba en un restaurante y no se enteró de nada. El otro en Babia y tampoco. Carlos Mazón, debería dimitir. Falló donde no debía fallar. Es posible que su presencia no hubiera evitado las muertes causadas por la riada. Pero no estuvo donde tenía que estar. Y eso, en política, se paga. Pedro Sánchez, después de aquellos cinco días de reflexión, tendría que haber anunciado su marcha. Porque la riada de aguas fecales que está anegando este país nace en su presidencia, en su partido y en su entorno de mayor confianza. Y eso, en política, también se paga.

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