Opinión | EL recorte
Primera sangre

María Guardiola, Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y Jorge Azcón, en una reunión de líderes del PP. / Diego Puerta / Partido Popular
El Gobierno de Extremadura ha convocado elecciones para diciembre porque no ha podido aprobar los presupuestos. La presidenta Guardiola le echa la culpa al PSOE. Pero no la tiene, porque los socialistas son la oposición. También responsabiliza a Vox. Y tampoco, porque Vox también se ha colocado en la oposición. En el PP son así de originales, tienen una oposición a la izquierda y otra a la derecha. Y en El Hierro, dentro.
En realidad a Guardiola le han dicho desde arriba que se lance a las urnas. Para hacer una prueba con gaseosa. Porque no aprobar unos presupuestos es el pan nuestro de cada día. Sánchez lleva gobernando así toda la legislatura. Prorroga las cuentas, las reforma y las cambia como le da la gana. Y sin pasar por el Congreso. La democracia es un coñazo, como nos ha demostrado esplendorosamente el presidente.
El experimento electoral de Extremadura va a servir de ensayo de las próximas elecciones generales que se celebrarán en algún momento entre dentro de dos meses y el mes de julio del año 2027. Si se mantiene lo que hoy nos dicen las encuestas, el PP ganará las elecciones –no es ninguna novedad porque ya fue el más votado en las últimas– pero no podrá gobernar en solitario, porque no alcanzará la mayoría absoluta. Lo más lógico sería un pacto con Vox. Pero Abascal y Feijóo piensan, como en ‘Los Inmortales’, que solo puede quedar uno con vida. Así que no se puede dar nada por supuesto.
Por eso lo de Extremadura va a ser tan interesante: una muestra de la reacción del electorado a los mensajes de las dos derechas. El PP se presenta como el único voto útil para quien quiera jubilar de una vez al Sanchismo. Y Vox sigue defendiendo que es la única derecha verdadera; o sea, dura. Ya veremos si esa piedra verde con barba de califa que tiene en el zapato Núñez Feijóo le hace imposible caminar hasta Moncloa.
Vox es un partido antisistema, como lo fue Podemos. Y ha recogido el voto de cientos de miles de personas cabreadas con la casta política; hombres agraviados por el feminismo extremo; personas que consideran la migración como una amenaza; nostálgicos del franquismo y partidarios de un Estado más fuerte y más centralista. Santiago Abascal es el coche escoba del desencanto en este país. Pero también le espera una prueba de fuego. La misma que vivieron Ciudadanos o Podemos. Tendrá que decidir si permite gobernar a la derecha moderada del PP. O si exige gobernar con ella. O si se mantiene en la oposición. Acertar o equivocarse en cualquiera de esas decisiones marcará el futuro de la extrema derecha en este país.
No piensen que es fácil. Alguien tan listo como Pablo Iglesias, en la extrema izquierda, decidió pactar con el PSOE y Sánchez le dio el abrazo del oso, se lo comió con papas fritas y lo escupió como una pipa de aceituna en las elecciones autonómicas de Madrid, donde Isabel Díaz Ayuso le dio una felpa electoral de las que no se olvidan. Albert Rivera, haciendo lo contrario, o sea, haciéndole a Sánchez una peineta y mandándolo a freír puñetas, sufrió una debacle electoral aún peor que la de Podemos. ¿Quién lo entiende? En política nunca puedes dar nada seguro salvo que un día, por lo que sea, la gente te deja de votar.
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