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Opinión | El recorte

Víctimas y verdugos y viceversa

Ione Belarra contra Vito Quiles

Ione Belarra contra Vito Quiles / Europa Press/RTVE

La censura franquista impedía que se escucharan voces discrepantes con el régimen dictatorial. Que se vieran películas contrarias a los valores católicos del momento. O que se leyeran libros subversivos. Quienes mandaban querían «salvar» a la sociedad de caer en manos del pecado y de escuchar mensajes corrosivos para el orden social. Y aunque suene increíble pensaban que estaban «haciendo el bien».

Me pregunto si los argumentos que se utilizan para impedir que hable un tal Vito Quiles, un representante de la ultraderecha, tienen esa misma legitimidad moral. Si los gritos e insultos al paso del líder de Vox por las calles de La Laguna, a los que algunos contestaron con el saludo fascista, es lo que se espera de una sociedad democrática donde se toleran todas las ideas.

Cualquier apasionado demócrata dirá que los valores de la libertad se defienden impidiendo que hablen los fascistas. Pero suena francamente contradictorio eso de defender la libertad impidiendo la libertad. Porque luego llegan los excesos. Primero se impide hablar a Espinosa de los Monteros, porque es de Vox. Pero luego se intenta echar a patadas a Cayetana Alvarez de Toledo, simplemente porque es de derechas. O a Rosa Díez, porque nunca ha sido suficientemente roja.

Los alcohólicos no se pueden permitir beber una copita. Aunque «solo» sea una copita. Porque no lo será. Y un país de fanáticos con propensión al sectarismo no se puede tolerar a sí mismo la prepotencia de establecer qué es verdad y qué es mentira; quién puede hablar y quien está obligado a guardar silencio. Porque si permitimos que unos decidan hoy, con las leyes en la mano, quiénes tienen ese derecho y quiénes no, mañana serán otros los que decidan, con las mismas leyes pero distintos principios.

Ninguna opinión puede ser delito. Todas las ideas deberían poder expresarse. Los cordones sanitarios que se han intentado establecer en torno al pensamiento ultranacionalista y de las derechas europeas han producido la mayor eclosión política vivida por estos partidos. La represión y la censura practicada por el totalitarismo democrático es el mejor abono en una sociedad del espectáculo. Pero la izquierda, que cuanto más radical más estúpida se vuelve, persiste, allí donde puede influir, en prohibir, censurar y perseguir a quienes presenta como verdugos pero trata como a víctimas.

Hay personas que creen dos cosas que son incompatibles. Una es que su idea de una sociedad es la mejor. Y otra es que, en una democracia, la mayoría determina lo que es justo y lo que no. ¿Y qué ocurre si los ciudadanos eligen opciones políticas con las que no estamos de acuerdo? ¿Qué pasaría si en una ciudad cualquiera gritan o insultan al paso de una comitiva de unos políticos de izquierda? ¿Qué vamos a hacer si resulta que la mayoría de este país termina un día votando por echar a los migrantes a patadas?

No. Eso nunca va a pasar. ¿Verdad? Este pueblo sabio y sensato nunca haría una cosa como esa. Porque somos un país progresista, culto y tolerante. Nietos de los que iban a buscar a su vecino en una camioneta para pegarle un tiro en la barriga con una escopeta de perdigones y dejarlo tirado en la cuneta.

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