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Opinión | Aquí una opinión

Aquí, no allá

Una enfermera del SCS.

Una enfermera del SCS. / Europa Press

Una amiga ha enfermado de Parkinson. En su centro de salud, donde primero la recibieron por ciertos indicios preocupantes, no pudieron ir muy allá, aunque ya fue suficiente que el médico fuese capaz de anticiparle de qué se trataba, ante determinados síntomas que ella le explicó, ya que se considera una patología que requiere posteriores pruebas que valora un especialista del campo de la Neurología.

Mientras ha esperado por esta cita –crucial ante una enfermedad que junto con el ELA y el cáncer es de las que mayor zozobra nos produce– ha pasado casi medio año. Como mi amiga es alguien muy echada para adelante, no me cuenta los días nublados en su estado de ánimo sino los soleados. Ante los mareos, ya tiene un bastón que suele dejarse olvidado por los rincones y con el que, presupongo, hace como pequeñas pruebas de su capacidad; sale a caminar con un familiar y mientras éste corretea diez parques, ella pasea dos despacio, con paradas para, según su nulo criterio médico, «coger sol en un banco, que la vitamina D también es buena».

No hablamos mucho del tema porque ni yo puedo aportarle una solución, ni ella parece tener deseos de compasión o de esos ánimos tan sobrevalorados, pero sí me he puesto a su disposición para cuestiones prácticas, aquellas a las que no damos importancia mientras podemos realizarlas pero que agradecemos asimilen otros cuando la salud se complica y a los que desearemos devolverle esa protección cuando sean ellos a quienes toquen esos malos tiempos. Un apoyo que debería incluir, bajo pena de cárcel en caso contrario, el ser pudoroso hacia la intimidad del enfermo. Sólo se tiene que estar, no molestar…

De modo que ayer la esperé, para dicha cita, en la puerta del hospital del tórax, donde pasan los profesionales de esa unidad, para servirle de guía mientras el familiar acompañante buscaba aparcamiento.

Estaba guapa mi amiga. Ligeramente maquillada, con los labios firmemente decididos a no dejar pasar ocasión de preguntar, de saber, de conocer todo lo que los resultados de la prueba pudiese clarificarle la especialista. Las manos le temblaban ligeramente pero, con ese esmalte de uñas color canela con un rematito en la punta en azul mar, las lucía preciosas.

Mientras esperábamos, hubo cierta preocupación por la lectura de unos documentos que le anticiparon porque entre lo copioso del asunto, y algunos puntos que no sabíamos cómo interpretar, noté que se le desganaba algo el ánimo. Pero lo recuperó hablando del póster de la pared donde se publicitaba una asociación de ayuda ante esta patología. Es valiente mi amiga. Y me alegré de que su whatsapp a la salida de la consulta informase de que la doctora era «maja», que la había medicado y que la verá antes de fin de año.

Recordé, mientras lo leía, las declaraciones de esa simpleza que ostenta, actualmente, la Presidencia de Estados Unidos, de su comportamiento de primate tergiversando la relación entre paracetamol y autismo. Ridiculizándose en cada aparición, en connivencia con el Kennedy antivacunas, nombrado ¡Secretario de Salud!, haciéndose eco del ‘rumor’ de que el poco desarrollo de esa enfermedad en Cuba se debe a que allí no tienen dinero para comprar dicho analgésico.

Este individuo no es más cruel porque no existe una proporción mayor que la que le sostiene.

Y me alegré de que mi amiga (y yo, en cualquier momento del futuro) estemos en manos del Servicio Canario de la Salud.

Con sus momentillos bajos y sus pecados (veniales)… Pero aquí, no allá…

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