Opinión
Desconfianza o sospecha

Una mujer revisa el móvil de su pareja mientras éste duerme. / FREEPIK
La desconfianza como la sospecha pueden considerarse conceptos sinónimos que lo mismo abarcarían un colectivo social, una organización política o una determinada interacción de corto recorrido, como la personal con alguien muy concreto.
Alumbrándonos con la luz de la sabiduría de nuestro recordado profesor de Psiquiatría Carlos Castilla del Pino, también pueden considerarse, según remarca Heidegger, como formas de estar en el mundo, y por eso tienen un carácter duradero y sistemático debido a cuestiones que se remontan desde la infancia, estando seguros tanto de sí mismos como ante los demás, a pesar de tener los vientos en contra.
Son personas irreductibles, a la vez que estimulan desconfianza o sospecha dado que su actuación está estimada por los otros como personajes con los cuales no hay nada que hacer. Y es que desde la mentira, a la que definen como categoría política de altos vuelos, no rectifican ni por despiste, aumentando la sospecha o la desconfianza en todo aquello que han prometido y que en el siguiente recodo sus decisiones serán totalmente diferentes. No tiene nada que ver la conclusión, el final, con los argumentos de los inicios.
No es que sean imitadores de Tartufo puesto que no llegan a considerarse hipócritas como el personaje de Molière; no engañan, su personalidad va sobrada soportada por el andamiaje del titán que lo estima como el mejor, que aturde hasta la exaltación del aplauso y la rendición.
Si su cometido es como presidente del gobierno español, estaría fuera de combate por acontecimientos que se tuercen dificultando sus actuaciones, pero la sumisión de los que sostienen su arquitectura de mando doblega voluntades y hasta respeto, lo que demuestra la ristra de insignificancias y atonías discursivas que se mueven a su alrededor.
Si actúa como presidente de una primera potencia, EEUU, podrá decir lo más ocurrente sobre lo que acontece en Oriente Próximo, o en Ucrania o aun dentro de su país sobre conflictos que si se enconan pudieran terminar en una insurrección civil. No importa. Está convencido, aunque levante sospechas de comportamientos alejados de lo lógico y rodeado del disparate que seguirá siendo el salvador del planeta. Todos estarán a sus pies como cómplices de las decisiones finales que en nada se parecerán a las tomadas al principio.
Si se actúa como uno de los cientos de gobernantes de otros mundos que se sienten acongojados por estas decisiones, mejor que no se empeñen en modificarles el rumbo porque será engullido por esa diamantina fuerza que despliega su propia sospecha sobre los demás.
Y si no resuelven los problemas desde una parte del mundo, como Canarias, a su Gobierno habría que decirle que no desespere porque seguirá así hasta que la dinámica de los acontecimientos y de las palabras cambien, no por la fuerza generada desde dentro sino por despistes o amnesia de aquellos que desde fuera mandan, obligan, aun con el silencio.
Y como enfatiza el profesor, el indeterminismo psicológico-social hace difícil esclarecer las redes motivacionales que concluyen en una u otra forma de vida. «El confiado, como su opuesto, el desconfiado, están irremisiblemente destinados a ser como son». Además, si en la jugada tanto uno como otro tienen los triunfos del poder en sus manos estaremos en el peor de los escenarios donde la sospecha o la desconfianza se hacen escurridizas e intrigantes.
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