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Opinión | A babor

Milagro (económico)

En la economía del siglo XXI, el riesgo no cotiza: se premia la renuncia

Así celebró el CEO del Banco Sabadell, César González-Bueno, el resultado de la opa

EPC

El mundo de la economía se acerca a veces más al teatro que a la ciencia. BBVA fracasó en su intento de absorber al Banco Sabadell tras meses de batalla y mensajes triunfales. La OPA hostil se estrelló con una aceptación del 25,5 % de las acciones, muy lejos del 30 % mínimo establecido por el propio banco.

Pero lo sorprendente no es que una OPA con el Gobierno en contra fracasara, sino la reacción del mercado: las acciones del BBVA subieron un 6 % y marcaron máximos históricos, mientras las del Sabadell caían estrepitosamente, arrastradas por las turbulencias financieras. Un escenario ideal para comprobar que la lógica del mercado tiene más de prestidigitación que de lógica: el que pierde gana y el que gana se hunde.

La OPA del BBVA sobre el Sabadell nació con el aura de una gran operación destinada a redibujar el sector financiero. Prometía sinergias, liderazgo nacional y músculo internacional. Pero lo que pretendía ser una fusión amorosa se convirtió pronto en un matrimonio forzado. El Sabadell resistió como gato panza arriba. Y los accionistas, ante el ruido político y el escepticismo del mercado, prefirieron malo conocido a bueno por conocer.

El fracaso llegó porque BBVA optó por una oferta prudente (cicatera, según versiones) que no convenció a los grandes fondos y tenía enfrente al Gobierno, decidido a frenar la operación. En un ejercicio de intervencionismo evidente, Moncloa actuó para proteger a un banco estratégico para el poder catalán. Lo que pudo ser un pulso económico se transformó en una guerra política: el Gobierno de Sánchez defendiendo los intereses de sus socios frente a la expansión de La Vela.

Europa ha mostrado su cabreo por la injerencia, pero en el sanchismo el enfado de Bruselas se lleva como medalla.

El fracaso deja heridas. Carlos Torres, presidente del BBVA, no dimite, pero pierde crédito. Quiso hacerse más grande y lo han dejado solo. Sin embargo, los mercados premian su derrota: el banco evita riesgos, mantiene dividendo, preserva liquidez y esquiva una fusión llena de tensiones políticas.

Cuanto menos te comprometes, más suben las acciones.

El Sabadell, en cambio, se queda sin la prima de la OPA y sin horizonte. Lo que ayer era un objetivo codiciado hoy vuelve a ser un banco mediano, vulnerable y expuesto al humor de los mercados.

La ironía es que BBVA gana perdiendo. Y el Sabadell preserva su independencia pero pierde valor.

La bolsa no premia la épica ni la ambición, sino la liquidez y la prudencia.

En la economía del siglo XXI, el riesgo no cotiza.

Pero más allá de los balances, la política manda. El Gobierno ha demostrado su capacidad para ajustar el capitalismo a la aritmética parlamentaria. La fusión perjudicaba a sus aliados catalanes y había que impedirla. Si Bruselas protesta, se la ignora. Es la lógica que sostiene el proyecto sanchista: intervenir, condicionar, decidir quién gana y quién pierde.

Esta OPA se convierte así en una parábola del capitalismo español, donde el poder pesa más que el mercado. Mientras los accionistas del BBVA brindan por su derrota, el banco anuncia recompras, dividendos récord y una narrativa milagrosa: “fracasar es triunfar”.

Quizá lo más sensato sea asumir que la economía moderna funciona como la literatura fantástica, pero con cifras.

Un territorio donde los bancos se salvan perdiendo, los gobiernos intervienen con descaro y los mercados premian la inacción.

Los hechos contradicen los datos, los datos alimentan el absurdo y el absurdo sostiene el relato político.

BBVA no compró al Sabadell, pero compró tiempo, prestigio y tranquilidad.

El milagro (económico) del año: perder sin caerse, mentir sin sonrojarse y lograr que la bolsa te premie.

Extraño y milagroso mundo, este mundo nuevo.

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