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Opinión

Monos, dinero y prostitución

Monos, dinero y prostitución

Monos, dinero y prostitución

En Cayo Santiago, una pequeña isla frente a Puerto Rico, hay una colonia de monos capuchino de aproximadamente 800 especímenes de Macaca Mulata, descendientes de una colonia que fue llevada a la isla desde Calcuta en 1938 con la intención de utilizarlos para investigaciones médicas. El interés de los investigadores en la isla reside en que pueden estudiar a los primates en su hábitat natural y no en jaulas como es, tristemente, costumbre.

La mayoría de los estudios se han centrado en la sociobiología, por lo que la isla ha sido la meca de los etnólogos que querían estudiar las jerarquías y la interacción social de estos monos. Al estar en libertad, los investigadores tenían que sobornar con comida o con objetos llamativos a los monos para poder estudiarlos, esto es algo que hizo la profesora en Ciencia Cognitiva y Psicología de Yale, Laurie Santos, quien comenzó a intercambiar con un pequeño grupo de seis monos piezas de metal por comida.

Santos montó un mercado experimental en donde les ofrecía cierto tipo de alimentos a distintos precios. La investigadora pretendía averiguar si los simios utilizaran el dinero de la misma forma que los humanos, así que les dio libertad total para que intercambiaran entre ellos las piezas de metal. Santos y otros colegas empezaron a vender en este mercadillo los mismos alimentos a diferentes precios, y pronto los monos empezaron a ir a comprar a los puestos en los que los alimentos estaban más baratos. Además, los simios aprovechaban cualquier despiste para robar fichas, por lo que queda claro que entendían perfectamente su valor.

Los investigadores pusieron en marcha otro experimento. Un vendedor proporcionaba a los monos un alimento por un precio exacto —una venta segura y sin sorpresas— mientras que otro vendedor daba las piezas de fruta en cantidad aleatoria, lo que hacía que el simio a veces obtuviera más o menos por el mismo precio. Era, por tanto, una decisión arriesgada. La mayoría de los monos eligieron al vendedor que daba siempre la cantidad exacta de comida por el precio que se daba, es decir, la opción segura.

Santos concluyó que los monos comprendían las leyes de la oferta y la demanda, pero además, los animales empezaron a mostrar comportamientos similares a los humanos con respecto a las conductas económicas.

Al parecer, dejaron caer unas fichas al suelo aposta para que algunos monos las cogieran con el fin de ver qué hacían con ellas. Al poco tiempo, una de las hembras —que no era de las que habían cogido las fichas— apareció con unas en la mano. Para ver qué había pasado, los investigadores revisaron las cámaras y descubrieron con asombro que uno de los monos que había cogido las fichas caídas le dio una a una hembra a cambio de sexo. Aunque el patrón es muy revelador, Yale no aportó dinero ni tuvo ninguna intención de seguir con el estudio de la prostitución de los simios, por lo que el experimento no siguió esa línea.

Sin embargo, hay algunos estudios que han investigado la prostitución en animales, como la llevada a cabo por los zoólogos Lloyd Davis y Fiona Hunter, quienes estudiaron las colonias de pingüinos Adélie en las costas de la Antártida. Al parecer, suelen hacer los nidos sobre montículos de piedras que evitan que los polluelos mueran arrastrados por las inundaciones. Estas piedras son difíciles de encontrar y, por tanto, muy valoradas por la comunidad de pingüinos. Los investigadores se sorprendieron al darse cuenta de que las hembras que robaban a sus vecinos no eran atacadas si ofrecían favores sexuales a cambio de las preciadas piedras.

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