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Opinión | Retiro lo escrito

Matanza, ética, postureo

Israel asalta los barcos de una nueva flotilla a Gaza y detiene a seis españoles.

Israel asalta los barcos de una nueva flotilla a Gaza y detiene a seis españoles.

Enloquecidamente la aterradora situación de Gaza se ha transformado en el principal eje del debate político en el espacio público español. Todos los gravísimos problemas (estructurales o coyunturales) que padece este país en términos políticos, institucionales, económicos y sociales han entrado en sordina. Por supuesto el Gobierno socialista y su presidente han alimentado esta escalada. Les conviene. No únicamente porque desplaza a otros asuntos que atañen negativamente al PSOE, sino porque sirve para acentuar el divisionismo y recuperar autoridad moral. Quien no condena a Israel al cubo de basura de la Historia, quien no se manifiesta en la calle por una Palestina libre, quien ose siquiera matizar el discurso oficial al hablar de uno de los conflictos más antiguos, sangrientos y complejos no merece ser considerado ser humano. Y por supuesto el palestinómetro es propiedad de la izquierda. Faltaría más. No les gusta, por supuesto, pero en muchas izquierdas, y no solo en Podemos, es perfectamente detectable un hondo tufo de antisemitismo. Es obvio al escuchar a la señora Belarra una conclusión: Israel es un Estado genocida y debe ser abolido. Que vuelvan a dar tumbos por el mundo. En realidad los judíos solo representan el 74% de la población de Israel, unas 7.400.000 personas. Un 21% son árabes y un 6% forman parte de otras minorías, como circasianos, drusos o samaritanos. Porque en Israel existe libertad religiosa, garantizada jurídicamente tanto en la Declaración de Independencia de 1948 como en las Leyes Básicas, que es una suerte de cuerpo constitucional. Lo que no quiere decir que no se produzcan fricciones y conflictos.

Tal vez mencionando uno de los rasgos de la catástrofe pueda atisbarse la complejidad de la situación. Gaza no ha sido gobernada o gestionada en los últimos 18 años por Israel ni por la Autoridad Nacional Palestina. En 2007 se celebraron elecciones en la franja de Gaza lo suficientemente libres como para ser ganadas por el movimiento islamista Hamás. Después de unos meses de enfrentamientos entre Hamás y los milicianos de Fatah, grupo leal a la ANP, los radicales tomaron el control del territorio hasta hoy mismo. En sus propios principios fundacionales Hamás no reconoce al Estado de Israel. Resumidamente, entiende como su objetivo estratégico básico echar a los judíos al mar con la protesta política pero sobre todo con la lucha armada. De manera que el Gobierno israelí tiene a 70 kilómetros de Jerusalén, a 80 kilómetros de Tel Aviv, una organización terrorista que controla un territorio de decenas de kilómetros cuadrados y cuya principal meta es dejar a los judíos sin hogar. Pues bien, es esta organización, Hamás, que cuenta con el apoyo financiero, militar y logístico de Irán –y en su órbita Irak y Siria– la que hace dos años lanzó 500 cohetes, atacó varias bases militares y asesinó a unos 1.200 civiles israelitas, secuestrando a más de 200 hombres, mujeres y niños. Espero –sin demasiada confianza– que no se tome esta información como argumento justificativo de la brutal y desproporcionada reacción del gobierno de Netanyahu y su crueldad vesánica al arrasar Gaza. El primer ministro está haciendo política, miserable y ensangrentada política, con el pretexto de la guerra, para seguir en el poder y salvar su canallesca carrera.

Es imposible escuchar un debate sobre Gaza que utilice datos y argumentos, que admita responsabilidades, errores y bestialidades compartidas. Todo se reduce a una elección moral, porque no se utiliza la reflexión política y ética para entender mejor la situación, sino para simplificarla y ahogar la rabia, la angustia, el miedo a lo incomprensible. Existe una trampa en la que por respeto a las víctimas no debemos caer: tolerar que esta incomparable desgracia sea utilizada partidistamente para tapar miserias y obviar la gravedad de los problemas de nuestro país. En este contexto pedir que se suspenda el partido entre el CB Canarias y el equipo israelí Bnei Herzliya carece de justificación política, moral o deontológica. No es una selección nacional. No blanquea a nadie, a menos que se considere que ser judío blanquea cualquier cosa que haga un judío, mein Bürgermeister. Es un necio postureo que solo conduce a envenenar más una situación dramática.

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