Opinión | Miel, limón y vinagre
Arnold Schwarzenegger, ríanse de Llados
El culturista pluscuamperfecto y el ídolo cinematográfico de masas visitará la San Diego Comic-Con Málaga para recordarnos que la vida es un continuo de sueños e inspiraciones

Arnold Schwarzenegger, culturista, actor y exgobernador de California. / Redacción
Arnold Schwarzenegger encontró el sentido de la vida de adolescente, en un cine, viendo un péplum: Reg Park, rival de Steve Reeves por el trono de rey forzudo de las aventuras romanas musculadas y en sandalias, hacía de Hércules, y aquel chaval austriaco, en la butaca, supo que él sería como ese coloso británico. Estudió su cuerpo al milímetro y descubrió cómo logró levantar, a pulso, un emporio de gimnasios. Se sintió inspirado. Sería incluso mejor.
Que aquella fascinación se transformara en obsesión resultó algo natural: el joven Arnold vivía en casa un particular infierno con su padre, nazi y jefe de policía empeñado en llamar a su hijo menor 'Cenicienta' al ser "más pequeño y débil" que el hermano mayor, Meinhard. Obligaba a los pequeños, cinturón mediante, a levantarse a las 6 de la mañana para hacer sentadillas y ganarse el desayuno. Seguro que mientras las hacía Arnold veía en su cabeza el cuerpo imposiblemente rocoso de Reg Park como posibilidad de escape. Lo había decidido.
"Voy a ser el hombre más fuerte del mundo", les dijo a sus padres apenas cumplidos los 15. Por supuesto, se rieron de él, más preocupados por que simplemente no fuera un homosexual con tantos posters de tipos hipermusculados en slip en su cuarto. A sus compañeros de clase les anunciaba: "Voy a ir a Estados Unidos y seré millonario"; se rieron de él, y pensaron que daría como mucho para policía, como su padre. Pero aquel chico estaba en otro nivel: "Si puedo verlo y creerlo, entonces puedo conseguirlo".
La cabeza siempre fue el músculo más poderoso de Arnold. Empezó a entrenar dándole su sentido completo a la palabra estajanovismo: ni un solo día faltaba a su cita con las pesas, contrataba a un fotógrafo una vez al mes para que le retratara casi sin ropa y escudriñaba la instantánea con una lupa en busca de cualquier aspecto mejorable; también escribía: "Eres un ganador, Arnold" en papelitos que distribuía en lugares visibles de la casa. Y pensaba mucho en mucho dinero. Se decía: "En mi mente, ya he ganado millones, ahora sólo es cuestión de seguir adelante". Ríanse del método Llados.
Nada podía parar a Arnold. No fue a los entierros de su hermano mayor (alcohólico, accidente de coche) ni de su padre (ictus); se dijo que porque no podía faltar a su entrenamiento diario. Años después, se supo que fue una estrategia para parecer aún más fuerte, para imponer su sombra, inapelable, inconmovible, sobre sus rivales. No cuesta imaginar llorando solo, encerrado en su cuarto, al joven que quería ser el hombre más fuerte del mundo.
Y lo terminó siendo: a los 20 años ganó el título de Míster Universo y fue Míster Olympia siete veces. ¿Qué podría hacer entonces un hombre para el que la vida es "tener hambre constante, avanzar, ascender, conquistar"? Pues desde chaval lo tenía pensado: "Si quería triunfar a lo grande tenía que convertirme en un showman".
¿Han visto El último gran héroe (1993)? Sí, la película en la que un actor de cine de acción acaba traspasando la pantalla para acabar conociendo a un fan adolescente. Pues eso le pasó a Arnold: 'desvirtualizó' a Reg Park, su ídolo. El austriaco recuerda que su mejor instrucción no tuvo que ver con entrenamiento, sino con la oratoria: básicamente le enseñó a hablar en público, algo que siempre había atormentado al joven titán. De nuevo, el héroe le indicaba el camino.
Pero la cámara se le resistía a Arnold: su físico, imponente en los concursos, resultaba bizarro para la pantalla; su acento, demasiado germánico. ¿Quién querría ver un filme protagonizado por un forzudo austriaco de apellido impronunciable?
Pues John Milius, impresionado por Schwarzenegger en su prueba para Conan El Bárbaro (1982). Era perfecto para ese antihéroe impasible, indomable. También James Cameron, quien le brindó las 16 frases que tenía su papel de androide asesino en The Terminator (1984); una de ellas, "I'll be back", el exacto momento, caprichoso como suele ser el instante que trae el icono, en que Arnold Schwarzenegger empezó a habitar la gloria popular.
Hay muchas razones por las que la autobiografía del austriaco se titula Mi increíble historia real: las diatribas contra su rival en el cine de acción, Sylvester Stallone; sus años como gobernador de California, su hijo con el ama de llaves de su casa... A finales de septiembre, Arnold viajará a España para apadrinar la primera edición de la San Diego Comic-Con Málaga; saltará otra vez de la pantalla para sus fans, como años antes Jack Slater sorprendió al joven Danny, como en los 60 Reg Park apuntó el camino a otro chaval, un austriaco solitario y sin propósito que hacía sentadillas para ganarse el desayuno. La vida, infinito continuo de sueños convertidos en inspiración.
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