Opinión | El recorte

Las propiedades del corcho

La inquietud de Moncloa no está circunscrita a saber cuál de los tres apóstoles —Koldo, Ábalos o Cerdán— se convertirá en un Judas y acabará cantando. Es de suponer que ya cuentan con ello. El problema es evaluar si lo que va a salir puede obligarles a dejar caer algún ministro abatido por sus relaciones con la trama corrupta

Zapatero

Zapatero / EUROPA PRESS TV

Sic transit gloria mundi. Santos Cerdán, ese amigo entrañable, ese compañero del alma, ese héroe del socialismo, ha saltado del escaño al talego. Visto y no visto. Como el Houdini del Sanchismo. De la Carrera de San Jerónimo a Soto del Real. Y lo que es más importante, se ha convertido en “esa persona de la que usted me habla” en boca de quienes antes le besaban en la boca. “Con socialistas así —le dijo hace nada Zapatero, rendido de amor— se explica la historia de fortaleza del PSOE”.

No hizo falta que el gallo cantara tres veces para que quienes acusaban a los periodistas de la fachosfera de propagar mentiras y fango saltaran grácilmente del barco que se hundía. Como si nunca hubiesen estado allí. ¿El argumentario? Canela fina. Santos Cerdán es casi como si no hubiera estado al mando del PSOE, sino tan siquiera militando en un partido con el que «no tiene nada que ver». De los cuatro del Peugeot hoy solo flota inmune el que tiene el alma de corcho.

Con el PSOE en estado de shock y el Gobierno con respiración asistida, España está en un callejón sin salida. Los pocos socialistas que claman por un comportamiento ejemplar de su partido están meando fuera del tiesto, porque lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Para “limpiar” al PSOE de todo aquello que huela a Cerdán, Pedro Sánchez tendría que cesarse a sí mismo, porque él es el más cercano de los cercanos. Así que la purga ha sido como sus últimas ruedas de prensa: exceso de maquillaje. Si Ábalos usó a las mujeres en el sexo, Sánchez las ha utilizado como chicas de limpieza, para lavar la imagen del partido.

Pero el gafe es inasequible al desaliento: uno de sus nuevos cargos, Paco Salazar, ha dimitido al día siguiente de ser nombrado, acusado por varias mujeres de «comportamientos inadecuados». ¡Vaya carrerón que llevan en Ferraz!. El presidente, esclavo del deterioro del fin de ciclo, habita un Gobierno del que no se puede ir. Es consciente de que le espera una tortura china y que está dañando electoralmente a su partido. Pero no quiere perder su mejor herramienta para defenderse, que es el poder. A los socios independentistas lo que les interesa es un Gobierno débil. Dure lo que dure la legislatura la utilizarán para saquear más poder y recursos. La oposición del PP y VOX no suman suficientes diputados para echar a Sánchez y mastican su impotencia con nostalgia de unas urnas que solo desean ellos.

Y en la extrema izquierda, con Yolanda Díaz a la descabezada cabeza, gesticulan como plañideras, se mesan histriónicamente los cabellos y luego van a los Consejos de Ministros a sentarse junto al diablo Cojuelo. Eso sí, toman bicarbonato a toneladas para digerir que se sientan con aquellos a quienes acusan de corruptos. Para su desgracia, Podemos se ha desmarcado del apoyo a Sánchez, al que le están dando hasta en el carné de identidad, lo que hace aún más evidente el vergonzoso apego al poder de los de Sumar. Y así está el patio.

La inquietud de Moncloa no está circunscrita a saber cuál de los tres apóstoles —Koldo, Ábalos o Cerdán— se convertirá en un Judas y acabará cantando. Es de suponer que ya cuentan con ello. El problema es evaluar si lo que va a salir puede obligarles a dejar caer algún ministro abatido por sus relaciones con la trama corrupta. Y por eso, a la limpieza de sentinas del partido suena en Madrid que puede seguirle una remodelación del Gobierno, antes de que alguien salga tocado del ala. Una en la que la salida de varios ministros camufle la ejecución preventiva de uno.

Hay gente importante —aunque escasa— dentro del PSOE que cree que Sánchez debería dar un paso a un lado. Dejar un presidente de su partido, pero pagando él, con su dimisión, el precio de sus evidentes errores. Esa medida sería un cortafuegos definitivo a las críticas y dejaría a la oposición masticando en seco. Pero a Sánchez solo le importa Sánchez. No va a dimitir. Ni siquiera en el supuesto caso de que la UCO ponga un día sobre la mesa las pruebas de los negocios multimillonarios con Venezuela que Aldama dice que ha hecho Zapatero. Ese día se hundirá el PSOE pero Sánchez, que está hecho de corcho, seguirá flotando. A la deriva, eso sí, pero flotando.

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