Opinión | Risas y fiestas

¿Qué es un cuerpo?

¿Qué es un cuerpo?

¿Qué es un cuerpo? / Adae Santana

Virgie Tovar cuenta en su libro Tienes derecho a permanecer gorda (Melusina, 2017) algo que le ha costado mucho conquistar: ahora, cuando se imagina a sí misma en el futuro, no se imagina delgada. Se imagina gorda, con su cuerpo actual, tal cual es, sin acudir a un cuerpo supuestamente ideal que se supone que es el que tendría que protagonizar los sueños: si soñamos que todo nos va bien, ¿cómo somos en ese «todo nos va bien»? Explica ella que, de hecho, ese imaginarse gorda no tiene solo que ver con haber logrado que su cuerpo gordo se apropie de su futuro (es decir, con haber logrado desmontar la idea de que los cuerpos gordos tienen que ser cambiados y también la de que lo mejor que le puede pasar a una persona gorda es adelgazar y si eso no sucede pues nada vale): significa, además, que su cuerpo gordo se ha apropiado de su presente.

¿Qué tienen que ver, en este sentido, el futuro y el presente? Muchísimo. No solo tendemos a imaginarnos delgadas en el futuro por el imperativo de adelgazamiento. Otra cosa que nos lo provoca es la presencia de un cuerpo ideal embutido así a presión en nuestras cabezas. Como si el cuerpo que tenemos fuera pasajero y circunstancial y en realidad a nuestro yo interior, complejo y frustrado, lo representara un cuerpo distinto al que tenemos que aspirar a través de absolutamente todo lo que hacemos en la vida. Que el cuerpo gordo sea el que se materializa en la imaginación del futuro implica que el cuerpo gordo es el que se materializa en nuestra propia concepción de nosotras mismas. Significa que, lejos de identificarnos con un ideal que no hace más que dañarnos, empezamos a ser capaces de mirarnos tal cual somos, de habitarnos tal cual somos.

Eso es algo muy poderoso. Quizá parece una nimiedad. Pero dejar de esperar el florecimiento de una misma en otro cuerpo libera de muchísimo gestos que tienen que ver con la gordofobia interiorizada. Si mi cuerpo verdadero es el que tengo, el cuerpo que tengo cuenta con todos los derechos con los que sé que debe contar un cuerpo. Si mi cuerpo verdadero es el que tengo, el cuerpo que tengo habla de verdad sobre mí y yo puedo hablar de verdad sobre él, defenderlo, disfrutarlo, no esperar que me guste (¿qué es «gustar», de todos modos?) todo de mí para vivir. Las cosas que se supone que puedo soñar con hacer en el futuro porque en el futuro tendré el cuerpo adecuado, entonces, puedo hacerlas ahora y ya está: rompiendo la ensoñación delgada, se rompe también la espera gorda, y la vida empieza a ser más luminosa, y todo por entender que no será otra autorizada la que las haga por mí si acaso algún día sino soy yo la autorizada siempre por el simple hecho de tener un cuerpo y saberlo mío. Y punto.

Virgie Tovar, además, enlaza, de forma muy hermosa, las ideas de futuro y presente y las ideas de cuerpo ideal y cuerpo real: el futuro es plano y liso, pulido, su concreción no da problemas porque es tan difuso que podemos proyectar en él una seguridad comodísima y, sin embargo, artificial. El presente, a su vez, es sudoroso y con rugosidades, áspero, espinos, huele y sabe y está lleno de matices que pueden incomodar por el simple hecho de ser matices. Complejos y reales. Aunque nos parezca que los cuerpos deben ser como el futuro, los cuerpos siempre son como el presente. Siempre son presentes. ¿Qué es un cuerpo?

No lo sé todavía, pero estamos tan acostumbradas a que sea una idea. Esta soy yo y soy así y tengo que transformarme constantemente para ser yo. Esta soy yo, estática. Y para conservarme estática tengo que moverme moverme moverme, como en ese poema que escribí hace años en el que una persona, para dejar de temblar, empezaba a temblar adrede sobre el temblor involuntario: movimientos que se suspenden entre sí y en teoría deberían ser quietud pero acaban siendo un esfuerzo continuado y horroroso.

El cuerpo, sea lo que sea, es como el presente: incontenible, impredecible, urgente, y estamos irremediablemente metidas en él porque irremediablemente somos él. Es decir, siempre estamos en un presente y siempre estamos en el presente de nuestro cuerpo: ambos, distintos cada vez. Sea lo que sea, el cuerpo es duro y estable como la vida, estable en su devenir sorprendente, pelosdepuntaencíashinchadas, y acorralarlo como nos enseñan a acorralarlo (contra un «debes ser» inventado, que ni nos pertenece ni nos aporta nada) nos roba su disfrute. No sé. El futuro con el que soñamos es un presente más, y el cuerpo con el que soñamos ya es este.

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