Opinión | Tal cual

El milagro de los panes y los misiles

Misiles en Qatar

Misiles en Qatar

Lo más grave de que el presidente Pedro Sánchez haga el ridículo en Europa -ya sea en la asamblea de la OTAN o en el Consejo Europeo-, es que, al representar a España, nos deja en evidencia a todos los españoles, sean o no de su cuerda.

Aquí ya lo conocemos y sabemos de sus contradicciones constantes y de sus mentiras patológicas, o más concretamente, de su pseudología fantástica, lo que le lleva a creer sus propias mentiras. Sin embargo, en Europa están descubriendo su verdadera e inescrutable magnitud.

Al acabar la sesión plenaria de la OTAN en La Haya –donde todos los países, sin excepción, firmaron el compromiso de destinar el 5 % del PIB en defensa (un 3,5 % en gasto militar directo y el 1,5 % en otras partidas relacionadas)–, el presidente español volvió a recurrir a su habitual ambigüedad creativa.

Acostumbrado en el ámbito doméstico a contradecirse sin inmutarse, Sánchez intentó justificar ante sus socios de gobierno que, aunque se había comprometido por escrito a llegar a ese 5 %, que él era más chulo que nadie y que, en un ejercicio de mero oportunismo político, iba a lograr los mismos fines que los demás pero con solo el 2,1 %.

El pitorreo de sus compañeros primeros ministros europeos fue para enmarcar. Comenzando por el belga De Wever: «Si él puede hacerlo, es un genio. Y por supuesto, la genialidad me inspira». La primera ministra de Italia Meloni denunció el doble discurso de Sánchez al recordar que durante la asamblea no hubo ni una sola nota discordante entre los miembros, para añadir con ironía: «Italia ha hecho como España, que ha firmado el mismo documento que nosotros. Por consiguiente, comunico oficialmente que hemos hecho como España o España ha hecho como nosotros, no lo sé, pero los 32 hemos hecho lo mismo».

Por su parte, Trump amenazó a España –¡Qué culpa tendremos los españoles!– con una de sus frases lapidarias: «Negociaremos con España, lo voy a hacer yo directamente, y van a pagar más dinero, así que ya puede decirle a España que se va a unir al grupo de los que pagan el 5%. No va a ser el único país que no lo haga, no tiene sentido»

A las burlas de sus homólogos se suman las duras críticas de la prensa internacional, que viene haciéndose eco de la actuación «disidente» del primer ministro español, al que califican como: «el nuevo villano de la OTAN»; «Sánchez intentó torpedear la cumbre de La Haya»; «El nuevo profeta que intenta hacer el milagro de los panes y los misiles».

Pero quizá lo más revelador son los apodos que le han puesto los medios extranjeros: como The Times, que le llama Don Teflón (por el mafioso italoamericano John Gotti), chicken (gallina), o villano poniendo de manifiesto que, muy a su pesar, ha perdido el control de su imagen en el contexto internacional.

Y si todo esto no fuera suficiente, para más inri, ahora el presidente se desmarca afirmando que no fue él quien propuso ese 2,1 % de gasto en defensa –a pesar de que existen grabaciones que demuestran lo contrario–, sino que han sido los militares a través del Ministerio de Defensa –un argumento que no se cree ni él mismo–.

Este nuevo episodio revela a las claras el malvado cinismo de un líder que, por aferrarse al poder unos días más, unas horas más, es capaz de traicionar y vender a su propia prole.

Para entender lo que está pasando con semejante personaje, hay que partir de una premisa clave: todas sus acciones –incluso sus avatares en el escenario internacional– están supeditadas a la política nacional. Su único objetivo es mantener el apoyo de quienes lo sostienen en la Moncloa, incluida la extrema izquierda –que se han convertido en cómplices silentes de su desbordada corrupción–, aunque eso implique ridiculizar a España en el proceso.

Y para ello no le importa hacer el ridículo intentado imponer el catalán en Europa, liderar una cruzada contra el estado de Israel —el único país con una democracia plena en Oriente Medio—, o convertirse en el líder anti-Tump de Europa.

Al parecer la estrategia política de Sánchez, que no es nueva, se pone de manifiesto cuando nos acordamos de una de las citas más célebres de Quevedo: «nadie ofrece más que quien no piensa cumplir» El problema es que las consecuencias de sus dislates las pagamos todos los españoles.

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