Opinión | A babor

¿«El Dos»?

Es verdad que Zapatero no ha sido jamás investigado ni imputado. Ni siquiera ha tenido que dar explicaciones. Pero comienza ya a ser reiteradamente señalado.

José Luis Rodríguez Zapatero, el pasado 30 de noviembre durante un acto del PSOE.

José Luis Rodríguez Zapatero, el pasado 30 de noviembre durante un acto del PSOE. / JULIO MUÑOZ / EFE

La reunión entre Zapatero y Carles Puigdemont en Zúrich no es una excentricidad diplomática, ni una maniobra de distracción para aliviar la caída de Santos Cerdán. Es, más bien, la prueba más reciente –y más descarnada– de que Zapatero no actúa como expresidente, sino como arquitecto de un nuevo PSOE, y como garante último del pacto que sostiene esta legislatura.

Hace ya tiempo que se habla de Zapatero como «el Dos». El hombre de la retaguardia, el que siempre está, pero no se exhibe. El interlocutor con Maduro, con Evo, con el Grupo de Puebla. El consejero que nunca molesta, el padrino sonriente. Pero los hechos desmontan esa metáfora: Zapatero no solo asesora: actúa, organiza y negocia. Su margen de acción –incluso en medio de lo que supone que a uno le den la Raimunda un par de días antes de que Cerdán entre en prisión– sugiere algo más. Sugiere que quizá Zapatero no sea «el Dos». Que sea él mismo «el Uno», el que verdaderamente inspira y orienta las estrategias del sanchismo.

La trayectoria reciente del PSOE abona esa sospecha. Buena parte del andamiaje ideológico que ha sostenido al Gobierno de Sánchez en los últimos años –y que ha desdibujado las líneas rojas del socialismo clásico– lleva su huella: la revisión de la Transición, la reinterpretación del «régimen del 78» como una etapa a superar, la justificación de los pactos con el independentismo como un paso hacia la «plurinacionalidad efectiva», la reconversión del Estado en una suma de naciones federadas con peso asimétrico, y el abandono de la diplomacia tradicional para abrazar causas ideológicas.

Ahí están los cambios con Marruecos, el viraje hacia una lectura antisionista de la realidad en Oriente Próximo, la ruptura con el laborismo británico, la condescendencia con el chavismo y la intervención de Zapatero en Venezuela con credenciales de facilitador, aunque actuando de facto como protector del régimen de Maduro. Un modelo de acción exterior más activista que institucional, y más cercano al bolivarianismo que a la socialdemocracia europea.

Ese cambio de paradigma no se explica solo por convicciones personales. Se sostiene sobre una red de vínculos –algunos ideológicos, otros puramente funcionales y económicos– en los que Santos Cerdán, Ábalos y el comisionista Aldama jugaron roles cruciales. Se trata de una red que permitió a Zapatero viajar con discreción a Caracas, lograr el apoyo de Maduro a la candidatura de Sánchez como presidente de la Internacional Socialista, operar en República Dominicana, y utilizar –según el propio Aldama– el jet privado del comisionista en vuelos y gestiones que no se han explicado. Una red con capacidad para mover influencias, contratos y silencios.

Los famosos sobres de Aldama, custodiados por su socio Escolano, que Aldama asegura contienen pruebas de pagos millonarios desde PdVSA a Zapatero, no son solo un problema reputacional. Son un riesgo directo para el relato del nuevo PSOE. Porque implican una línea de continuidad entre la ingeniería parlamentaria de Ferraz, la gestión de los intereses venezolanos en España (Delcy incluida), y la diplomacia paralela del expresidente español, que ha ido desplazando a Asuntos Exteriores como actor de las relaciones internacionales del país.

No es la primera vez que el nombre de Zapatero aparece vinculado a zonas de interés. Ya ocurrió con Morodo, con la Fundación CEPS y sus vínculos caraqueños. Ya ocurrió con los contratos entre PdVSA y el bufete de Baltasar Garzón, cuando su pareja, Dolores Delgado, ocupaba cargos clave en la Fiscalía General del Estado. Pero esta vez el contexto es distinto: el andamiaje judicial se mueve, y las pruebas –si finalmente se confirman por la UCO– no salpicarían a un entorno, sino a un núcleo.

Es verdad que Zapatero no ha sido jamás investigado ni imputado. Ni siquiera ha tenido que dar explicaciones. Pero comienza ya a ser reiteradamente señalado. Y ahora no solo por sus detractores, sino por quienes hasta hace poco lo consideraban un activo silencioso. Cuando Aldama dice públicamente que Zapatero sabe perfectamente lo que ha ocurrido en el PSOE, o denuncia que ha viajado con él en su avión privado desde Caracas a Santo Domingo, no está insinuando: está señalando en una concreta dirección. La reacción de Zapatero –silencio, ninguneo, ninguna reacción legal– resulta como poco inquietante.

Y lo más inquietante no es lo que se dice, sino lo que se percibe que ocurre. Que Zapatero haya asumido directamente la interlocución del PSOE con Puigdemont justo ahora, cuando Cerdán cae y Sánchez calla, no es una casualidad, es una jugada de poder, una forma de decir: «yo sigo aquí, yo mando en esto». El Zapatero que se reúne en Suiza con el prófugo de la justicia no es un jubilado con nostalgia de protagonismo. Es alguien que está operando con legitimidad política dentro del sistema, alguien al que el ministro Bolaños premia indecorosamente con la mayor distinción de la Justicia española, alguien que se pasea por Canarias precisamente cuando recae sobre él un aluvión de tantas acusaciones y sospechas.

¿Es Zapatero «el Dos» o «el Uno»? Esa es la pregunta. Quizás no tardemos demasiado en tener una respuesta…

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