Opinión | A babor
El tercer hombre
Se trata de una operación osada, en los límites mismos de que Cerdán se quiebre y cante. Una apuesta de esas que tantas veces le han salido a Sánchez, sin red de seguridad. No será sólo una humillación personal para el exnúmero tres del PSOE

Santos Cerdán llega al juzgado. / EP
Santos Cerdán ha sido, durante todo el sanchismo, el tercer hombre más poderoso del PSOE, justo por detrás del propio Sánchez y Zapatero. En el reparto de funciones que colocaba a Pedro como líder indiscutible de la familia socialista y a Zapatero como consigliere al cargo de la hacienda, él se ocupaba de gestionar el poder en la sombra. Era el responsable de mantener bien atadas las costuras del PSOE, sin hacer ruido. El hombre que mandaba con mano firme en el partido, el que habló con Bildu y con Junts y con quien hiciera falta para garantizarle a Sánchez los votos precisos para mantenerse en la Moncloa.
Y era también el negociador de todas las entregas, rendiciones y renuncias impensables hace tan sólo un par de años. Nunca buscó los focos, ni era un orador brillante, ni un estratega académico, ni un portavoz de titulares. Era otra cosa: una suerte de ejecutor, un Luca Brasi, un operador: el tipo que resolvía todo lo que implicara mancharse las manos o el alma, y los demás no querían asumir.
Por supuesto, moverse siempre en los límites, con licencia presidencial para matar, tenía también sus ventajas. Le permitió organizar una estructura extractiva que canalizaba recursos hacia altos cargos del PSOE, de la que Ábalos –intervenido por Koldo y entretenido por sus sobrinitas– era el pívot y cooperador necesario. Con esa estructura, Cerdán metió la mano a modo en su propio ministerio y sus empresas, hizo caja en Navarra, Canarias y Baleares, y logró fidelizar a algunos comisionistas de renombre –Aldama, por citar uno– y a empresarios dispuestos a todo. Cuando la investigación avance y descubra la trama perversa del petróleo de Maduro, descubriremos que Cerdán no era ni el más listo, ni el más hábil, ni probablemente el más sinvergüenza. Pero esa es la historia que viene después del verano, no la que ahora nos ocupa.
Por su intensa conexión con Sánchez, resulta tan significativo que sea él, y no Ábalos o Koldo, el primero en enfrentarse a una petición de prisión provisional sin fianza por parte de la Fiscalía Anticorrupción. Porque Cerdán, a diferencia de los otros dos, no sólo fue un peón listillo y aprovechado, al estilo de madame Leire o el trabucaire Koldo. Él fue el tercer hombre de esta trama. Lo que está en juego no es sólo su suerte penal, sino el nervio mismo del aparato sanchista: la red informal de fidelidades, encargos y favores sobre la que se ha sostenido el poder en España durante los últimos cinco años.
Ayer lunes, Cerdán declaró ante el juez Puente del Supremo, durante más de una hora y media. Lo hizo en los términos más prudentes posibles: sólo respondió a su abogado, negó cualquier participación en la corrupción vinculada al Ministerio y se presentó como víctima de una «cacería política». Según su versión, las acusaciones son un intento de destruirlo por haber sido el interlocutor con las formaciones independentistas y nacionalistas que han sostenido al Gobierno. Eso dijo con descaro, pero no le sirvió para evitar acabar en Soto del Real.
Su defensa se construye sobre una doble falsedad: que sus vínculos con la empresa Servinabar –una de las piezas del rompecabezas– son de carácter estrictamente privado, y por tanto no deberían tener trascendencia penal; y que las grabaciones aportadas por Koldo carecen de toda validez, y han sido manipuladas por inteligencia artificial o lo que sea. Su abogado ya ha anunciado que presentará una pericial para tratar de desmontar el valor probatorio de esos audios. Pero la Fiscalía no ve así las cosas. Lo considera la figura central de la trama. No un comparsa: el responsable directo, implicado en el diseño, aprobación y cobertura política de un sistema de comisiones ilegales en contratos públicos.
Si las cosas salen como en Moncloa quieren, Cerdán será también un excelente cortafuegos: el hombre que protegerá con su caída a todos los que estaban por encima de él, a cambio quién sabe de qué. Por eso ha pedido el fiscal para él prisión provisional sin fianza, una medida que no se pidió ni para Ábalos ni para el propio Koldo, alegando riesgo de fuga y posibilidad de destrucción de pruebas.
Es un salto cualitativo. Transmite hasta qué punto Cerdán va a ser presentado por los fiscales como clave en la trama de corrupción institucionalizada. Se trata de una operación osada, en los límites mismos de que Cerdán se quiebre y cante. Una apuesta de esas que tantas veces le han salido a Sánchez, sin red de seguridad. No será sólo una humillación personal para el exnúmero tres del PSOE. Será un terremoto político para el viejo sanchismo, que Sánchez quiere ver renacer completamente limpio de polvo y paja tras esta anécdota que sólo debe afectar a Ferraz y al PSOE, no a su presidencia. Porque Cerdán no era ministro del Gabinete, no era un hombre del Gobierno, era solo un cargo del partido de primer nivel, el que mandaba el ejército. Era –y lo seguirá siendo hasta que comprenda que ha sido entregado– el depositario de los secretos, compromisos, pactos y recursos ilícitos que sostenían el sanchismo. Era el tercer hombre.
Pero no detrás de Koldo y Ábalos. Por delante.
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