Opinión | El recorte

Hacia el naufragio

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / Pool Moncloa / Fernando Calvo y Pool OTAN

En la Segunda Guerra Mundial España se colocó de perfil frente a los nazis. Era lo normal, porque España era una dictadura. Ahora se explica menos que nuestro país haya dado un paso para ponerse fuera de la OTAN, que es la unión de las democracias para defenderse ante las amenazas de un mundo peligroso.

Esta pasada semana, el presidente Sánchez, una vez más, ha hecho lo mejor para sí mismo, pero no para el país. Si se mantiene en el Gobierno es gracias a los votos de la extrema izquierda, que es anti OTAN y anti Estados Unidos, propalestina, proárabe y anti judía. Justo por eso ha firmado una cosa pero ha dicho otra. Ha suscrito un acuerdo para dedicar el 5% del PIB a gastos de defensa —80.000 millones de euros— pero acto seguido ha asegurado —palabra de Sánchez— que no se va a gastar más del 2,1%, con lo que ha hecho cabrear a los demás países de la OTAN. Especialmente al bocazas de Donald Trump que ha amenazado con meternos aranceles al comercio hasta que nos salgan por las orejas.

Sánchez dice que hay que elegir entre cañones o aspirinas. Entre el gasto militar o el gasto en servicios públicos. Alguien podría pensar que es razonable. Pero es extraña tanta sensibilidad en el presidente de una nación donde el dinero se tira por las alcantarillas. No hablo del gasto en corrupción, ni de la economía sumergida, sino de la fiesta con la que se riega la financiación de los partidos políticos, sindicatos y patronales y del dispendio de plantillas de gente enchufada en empresas públicas que no dan un palo al agua.

Si hoy gastamos dinero a manos llenas es porque esa Europa de la que nos hemos apartado nada discretamente nos prestó dinero. Lo hizo en el 2008 cuando la crisis de los créditos. Y lo hizo en la pandemia. Miles de millones que llegaron para modernizar el país y ayudarnos a superar los malos momentos. Y es una muy mala idea hacer cabrear a quienes te han echado una mano en los peores momentos y a los que les debes hasta la camisa que llevas puesta.

Europa ha decidido crear un ejército propio que garantice su defensa. Porque ya no se puede fiar de Estados Unidos y de un presidente autócrata como Trump, que se ha desentendido olímpicamente de nuestra seguridad. Y porque en el mundo de ahora la libertad solo está garantizada si eres capaz de defenderla. Pedro Sánchez, sin consultar al Congreso, ha decidido poner a España fuera de esa apuesta común de las democracias. Debe ser un homenaje al pasado, que siempre se repite como comedia, porque es el año de Franco.

Pero con Sánchez nunca se sabe. Puede estar engañando a sus socios de Sumar, diciendo que no gastará lo que ha firmado. O a la OTAN, firmando algo que no va a cumplir. Puede ser, perfectamente, como cuando aseguraba con rostro grave y circunspecto que los políticos independentistas catalanes no eran presos políticos, sino políticos presos para después indultarles y, por si fuera poco, aprobarles una Ley de Amnistía donde el culpable de todo lo ocurrido fue el Estado. Esa Ley que el Tribunal Constitucional considera que sí cabe en la misma Constitución donde no caben los indultos generales. Porque en el frontispicio del Tribunal figura hoy una maquiavélica frase: “el fin justifica los medios”.

Y por eso, porque en España están pasando cosas inverosímiles, que nuestro demacrado Pedro Sánchez intente vender el milagro de los panes y los peces. Que puede gastar 25 mil millones en vez de 80 mil, demostrando al resto de los 31 países de la OTAN que son unos pardillos. Que piden sacrificios a sus ciudadanos para nada. Que van a dejar a los alemanes, suecos, franceses o italianos sin servicios públicos, pobrecitos, mientras aquí seguimos manteniendo un Estado del Bienestar que es envidia de toda Europa.

La clave de todo lo que está pasando está en que Sánchez hace todo lo que tiene que hacer para sostenerse en La Moncloa. Como si hay que traer a Puigdemont a la pela desde el exilio belga. Las decisiones que hoy emanan de la fétida política de la supervivencia son chalecos salvavidas para un naufragio inevitable en las aguas residuales de los escándalos. El electorado español no castiga la corrupción, pero sí el ridículo.

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