Opinión | Análisis

La experiencia no caduca: reconstruir el pacto con el talento sénior

La experiencia no caduca: reconstruir el pacto con el talento sénior

La experiencia no caduca: reconstruir el pacto con el talento sénior

Durante años hemos aceptado una paradoja silenciosa. Justo cuando una persona ha acumulado más experiencia, más templanza, más habilidades transferibles… el mercado de la contratación laboral le cierra la puerta. Y no es un problema individual. Es una pérdida colectiva. Prescindir de los mayores de 50 años no es solo dejar fuera a un grupo etario. Es renunciar a todo lo que aportan: Perspectiva, estabilidad, responsabilidad y ese saber hacer que no se improvisa. Es como desmontar una maquinaria justo cuando ha alcanzado su máxima eficiencia. Pero también es cierto que el futuro no se hereda: se entrena. Y ahí es donde está la fuerza imbatible del talento sénior: En quienes se atreven a actualizarse, a formarse de nuevo, a recalibrar sus competencias tecnológicas, y a entrar en un nuevo ciclo productivo, no desde la nostalgia, sino desde la vocación.

Una economía inteligente no segmenta por edad, sino por valor.

Y el valor no es solo juventud o frescura: también es saber qué errores no repetir, cómo gestionar lo crítico, cómo reducir la curva de aprendizaje de un equipo o cómo aportar en lo esencial.

Claro que hay desafíos:

Algunos convenios colectivos encarecen la continuidad por antigüedades que no siempre reflejan la productividad.

Y muchas personas necesitan jornadas más flexibles, más razonables, que les permitan aportar sin agotarse, y prepararse para una transición vital distinta.

En una buena negociación colectiva se pueden conseguir muchas cosas si se hacen desde el compromiso y la productividad.

Pero lo curioso es esto:

Cuando ya no hay hipotecas, cuando ya no hay hijos que criar ni carreras por pagar, aparece algo inmenso: la disponibilidad y la generosidad del tiempo. Y eso también tiene un valor económico. Y humano.

No se trata de regalar espacios laborales. Se trata de rediseñar un polinomio virtuoso, donde se sumen:

•Experiencia

•Actualización

•Flexibilidad

•Productividad

•Propósito

•Transmisión intergeneracional de conocimiento.

•Emprendimiento y autoempleo.

Un país no puede hablar de inclusión si deja fuera al 70% de su población desempleada mayor de 50 años. Y una empresa no puede hablar de sostenibilidad si su plantilla no integra la diversidad generacional como fortaleza.

Hoy, más que nunca, necesitamos políticas activas que reconozcan ese potencial.

Formación que comparta la experiencia.

Flexibilidad que no signifique marginación. Y métricas que midan no solo la velocidad, sino la solidez de cada aportación. La edad no es un techo. Es un punto de apoyo. Cuando el sistema logra verlo así, no solo prolonga trayectorias profesionales: multiplica su sentido.

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