Opinión | Risas y fiestas
Interlocutores

Interlocutores / El Día
Una de las ideas que recorren la obra de Carmen Martín Gaite es la de «la búsqueda de interlocutor». Es decir, el anhelo, y el posterior movimiento de respuesta a ese anhelo, de ser escuchadas por alguien que nos escuche bien: alguien que pueda acoger lo que decimos tal como nosotras necesitamos que sea acogido, alguien que le dé importancia a recibir nuestras palabras, alguien que se encaje en nosotras como la piecita perfecta en el mueble a la que le encuentras por fin el sitio. La figura del interlocutor no es tan concreta como la estoy contando yo. Carmen Martín Gaite la usa para hablar de presencias que pueden ser reales, imaginadas o incluso estar muertas. La relación con el interlocutor, además, para Martín Gaite, no tiene que ser recíproca: la teoría se centra en la necesidad de comunicar, no de escuchar.
Es precioso cómo Carmen Martín Gaite considera, también, que los interlocutores nos siempre nos responden. O a veces nos responden tarde. O a veces se pierden y luego ¿qué?, pues seguir, a veces, contando con ellos en la ausencia. Lejos de plantear esto desde la planicie de un abstracto de escucha, lo hace desde lo muchas veces fallido y sucio e irregular de las relaciones humanas: de hecho, el interlocutor es tan importante porque es humano, y en su cuerpo puede reverberar lo que queremos que reverbere al contar lo que queremos contar.
A esto quería acercarme. Si sacamos la teoría del interlocutor de lo literario y la llevamos a la vida, me parece que sigue aplicando. La vida es también una búsqueda de personas con las que compartir nuestro monólogo interior, de personas con las que convertir ese monólogo en un diálogo. Hay amigues especiales con quienes hablamos desde ahí. Y a veces pensar ciertas cosas se hace más fácil si las pensamos hacia elles: cuento con tu escucha también en mi cabeza porque tu escucha me da unas herramientas que yo sola sin hablarte a ti no tengo. La intimidad con la gente nos hace eso. Ser más que solo nosotras. Ser muchas a la vez y sentir que existimos de verdad. Y en lo caótico y lo extraño de las relaciones entre seres humanos aprendemos a vernos de verdad: nosotras también caóticas y extrañas, y qué hermoso que, a pesar de eso, sigamos queriendo hacernos de interlocutores. Esto es un poco ñoño, pero quizá otro tipo de interlocutor perfecto, uno que no necesariamente es el que mejor te entiende, es el que te quiere. Y busca entenderte. Te, en fin, escucha.
He pensado mucho estos días en el asunto de la IA conversacional. Veo la facilidad con la que podemos engancharnos a hablar con ChatGPT. Cuestiones ambientales aparte, me angustia muchísimo pensar que la tendencia a contar nuestros problemas a la IA y esperar escucha y acogimiento tiene que ver con una falta generalizada de interlocutores. O con una búsqueda natural y constante de interlocutores que, al hallar algo más fácil, se termina y ahí se queda. No sé. No solo es que nos sea más cómodo sincerarnos con una máquina que sabemos que nos va a decir lo que queremos escuchar (es decir, no va a perturbarnos con su humanidad, no va a dialogar con nosotras, solo a ampliar nuestro monólogo): también es que hacerlo nos aísla de les demás. Nuestros interlocutores ya no van a serlo. Cuando necesitemos consejo o simplemente hablar, pum, con nadie. Qué sucede con las mezclas, las rutas nuestras propias que no habríamos cogido si no hubiera sido por les otres, la sensación plenísima de ser plenamente entendida.
Es horrible pensarlo y no quiero parecer una de esas personas espantadas por la tecnología (aunque, claro, creo que la IA supera todo eso, creo que sí hay muchas cuestiones éticas que deben preocuparnos y debemos revisar), pero siento que, cada vez que preferimos contarle un drama a ChatGPT y no a una amiga, nos alejamos un poco más de les otres. Porque las conexiones también se alimentan de la necesidad, aunque queramos negarlo. Porque la necesidad se alimenta de saber ser responsables y ser interlocutores. Porque comunicar y escuchar, eso es la vida. Porque la experiencia de la comunicación humana es lo más celestial que conozco. Porque un botoncito mágico hacia una comunicación aséptica aunque fingidamente empática es justo lo que no puede hacerse entre cuerpos. Y qué bien. Menos mal.
También creo otra cosa que quizá me asusta más. La IA conversacional llega en un momento en el que la vida no nos parece un diálogo. Necesitarnos nos parece un estorbo. Muchas cosas sucediendo juntas: el individualismo capitalista, el abuso del lenguaje terapéutico mal llevado, la obsesión por la «marca personal», los discursos del «bienestar» (de nuevo, mal llevados)... Lo que más me duele es pensar que hablamos con ChatGPT porque nos sentimos muy solas.
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