Opinión | RETIRO LO ESCRITO

La eternización

Patricia Hernández, portavoz del PSC, PSOE.

Patricia Hernández, portavoz del PSC, PSOE. / Andrés Gutiérrez

Una de las razones básicas que explican primariamente la osificación de los partidos políticos es la eternización de una élite que termina controlándolo a través de la neutralización de las asambleas y de la confección de las listas electorales. Como tengo una tarde vaga opto por un ejemplo muy cercano: Santa Cruz de Tenerife. En la capital ejerce la alcaldía José Manuel Bermúdez desde 2011 ininterrumpidamente, salvo el año y pico que calentó la poltrona Patricia Hernández. Trece años de alcalde y los que le pueden quedar. En este largo periodo de alguacilazgo cada vez ha sido más y más inaudible el comité de Coalición Canaria de Santa Cruz de Tenerife, cuyos miembros únicamente se ven e intercambian saludos y parabienes, según las malas lenguas, en navidades, en carnavales y en las fiestas de mayo. No se le conoce a la CC chicharrera ningún pronunciamiento político, social, económico, comercial o cultural porque, como ocurre en el sistema político vigente, los aparatos de los partidos acaban gubernatizados, reduciéndose a una suerte de «coros y danzas» del alcalde y sus concejales, además de ejercer como agentes electorales en las labores más elementales de propaganda cuando se convocan los comicios.

Hace muchos años Palmiro Togliatti, líder de los comunistas italianos, repetía en los discursos a sus camaradas: «Recuerden que debemos consolidarnos en las instituciones, pero que allí siempre estamos de paso. Nuestra casa es el partido. Nuestro hogar común es el partido y de ahí salimos para conquistar el poder obrero y ahí regresamos para hacerlo mejor». Hoy pasa aproximadamente al contrario a izquierda y derecha. El hogar son las instituciones públicas. En el partido se está de paso hasta que consigues un cargo y de ahí pasas a otro y a otro: lo que se llama hacer una carrera política. Ha sido la izquierda quien más ha presumido –a menudo sin ninguna base empírica– de una mayor democracia interna en sus organizaciones y al mismo tiempo quien más ha traicionado esos principios de participación y pluralismo interno. Pedro Sánchez entendió muy bien la psicología del militante socialista. Después del largo periodo del hiperliderazgo felipista el malestar de los militantes siempre se ha manifestado en un rechazo crítico a la dirección, al malvado aparato del partido. Sánchez se puso a la vanguardia de esta irritación hacia los líderes y sus adláteres y cuando consiguió el poder en el PSOE exterminó cualquier conato de disidencia.

También en Santa Cruz encontramos el ejemplo de Patricia Hernández. Porque lo más importante, en Hernández, son las mañas aparatistas de una persona decidida a seguir viviendo (muy bien) de la política el resto de su vida. Hace pocos días fue reelegida –parece un chiste– secretaria general del PSOE de Santa Cruz de Tenerife. Un alma de cántaro no sabría explicar las razones por las que Hernández –diputada y concejal– le interesa tal nimiedad. Pero es muy obvio. Esta reelección es su primer paso para ser de nuevo candidata a la Alcaldía y exigir un escaño a la dirección regional, como se lo exigió a Ángel Víctor Torres en 2023. La dirección de la organización en el municipio santacrucero es un atributo de Hernández, no exactamente una responsabilidad, desde 2013, cuando la referida era todavía diputada en Madrid. La primera vez que se presentó solo obtuvo 61 votos de los 225 delegados presentes; la última, arrancó más del 99% de los sufragios. Doce años dan para mucho. Por ejemplo, para convertir la agrupación socialista de Santa Cruz en un solar donde reina Patricia Hernández sin ninguna oposición conocida, desconocida o simplemente imaginable. Ha dejado un reguero de metafóricos cadáveres socialistas a su paso y solo los más genuflexos han podido conservar un modesto lugar junto a tanta grandeza. Porque imagínense ustedes cuando alguien como Patricia Hernández llega a alcaldesa y vicepresidenta y diputada: está convencida que ha sido tocada por el dedo de Dios y que el dedo, además, es suyo. El mismo con el que se rasca.

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