Opinión | A babor
Cuenta atrás

Comparecencia de Torres en la comisión de investigación. / María Pisaca
Pedro Sánchez no suele madrugar mucho, pero estos días lo hace. Tiene que maquillar una crisis: la próxima que se le viene encima, con la trama de los hidrocarburos salpicando en los papeles a su ministro de Política Territorial. Es un asunto que huele a petróleo rancio y a traición de hemeroteca. Sánchez es consciente de que Torres aparece en el epicentro de un escándalo que apesta a crudo refinado y derivadas nacionales.
En ese particular contexto, con los pseudomedios que acertaron con Cerdán empeñados ahora en sacarle las tripas al ministro canario, su comparecencia en la Comisión de Investigación del Parlamento no ha servido para aclarar absolutamente nada. Ni cuál fue su papel en las compras de mascarillas y PCR; ni quién en su Gobierno decidía las adquisiciones; ni por qué hablaba con Koldo y le decía que podía dormir tranquilo después de pagar a la empresa de Aldama; ni por qué el de Canarias fue el Gobierno con el que más facturaron las empresas de la trama: 20 millones de euros. Ni siquiera sirvió su escurridiza declaración para explicar por qué aparecía en aquella foto en un restaurante de Fuerteventura, con gente próxima a la fraudulenta RR7, una empresa que no era de la trama Koldo, pero se levantó cuatro millones que Canarias no recuperará nunca, a pesar de haber prometido que se recuperaría hasta el último euro. Preguntado por aquel almuerzo, lo único que dijo es que se reunió con un amigo para hablar de otras cosas. En fin, la comparecencia de Torres solo ha sido útil para medir el grado de desconexión entre sus palabras y la realidad que lo acecha.
Con su tono habitual de indignación contenida, Torres repitió con una sonrisa cada vez más congelada que «se hicieron las cosas de la mejor manera posible», que él nunca ha pedido un euro para nada, que todo fue muy difícil y que el mundo se parecía en 2020 a un «mercado persa». Lo que no dijo es por qué se le señala en cuatro reuniones con los cerebros de una operación que pretendía convertir Canarias en escala del crudo venezolano. Ni por qué no recuerda haber conocido a Díaz Tapia, el de Megalab, pese a que lo recibió en su despacho oficial y se ha publicado que se vieron más de una vez. Esta vez tuvo la precaución de no negar explícitamente conocer a otros Díaz Tapia, no fuera a ser que la memoria le traicionara. La amnesia selectiva es pandemia entre los gestores del Covid.
La diputada Espino, que ha demostrado su vocación de fiscal en esta comisión, acorraló a Torres con las compras del Servicio Canario de Salud a Megalab. Y él, lejos de contestar con datos o asumir responsabilidad alguna, se revolvió como un boxeador sonado, soltando frases hechas y acusando al PP de «querer enfangar su imagen», y a la diputada de ofender a los funcionarios. Pero el barro no salpica a Torres desde el PP en las islas –bastante educado y correcto con él– sino por las noticias demoledoras que hablan de su participación en reuniones, de proyectos de refino, empresas pantalla y comisiones en Ferraz a cambio de licencias para importar hidrocarburos. Torres no se da ni loco por enterado: insiste beatíficamente en su inocencia y en la presunción de la misma para todos sus subordinados más directos. Aunque rehusó poner la mano en el fuego por nadie. Ni por Antonio Olivera, hombre de su absoluta confianza, director del Servicio Canario de Salud durante la primera etapa de la pandemia (antes que Conrado Domínguez), y que hace muy poco dejó de ser jefe de Gabinete en su ministerio. Tampoco le importó dejar a los pies de los caballos a los que ya están enjuiciados: Conrado –fichaje suyo– y la antigua responsable de Recursos Económicos del SCS. Insistió en que eran los técnicos quienes decidieron los cien millones en compras –algo absolutamente increíble– y que él no sabe quiénes eran esos funcionarios, que solo vio una vez y de pura casualidad a la exdirectora Ana María Pérez. Y que si alguien hizo algo indebido, pues que lo pague. Su gestión durante la pandemia –dijo– «fue impecable», y se hizo «por el bien común» y «conforme a la ley». Se compró por valor de veinte kilos a Aldama y él informó a Koldo y dio instrucciones a Olivera para que rematara los pagos pendientes, pero las compras fueron legales y las EPI, muy baratas. De todo lo demás, «yo no sabía absolutamente nada».
Pero ya no cuela: el escudo del «no sabía» no funciona tan bien cuando quienes pillaron a Cerdán con la lata del gofio aseguran que Torres estuvo sentado con Aldama y Rivas hablando del petróleo de Maduro. ¿Será cierto? Torres lo niega categóricamente. Y es posible que diga la verdad.
Pero a Sánchez nunca le preocupa la verdad. Le preocupan los tiempos. No quiere otro caso Cerdán: otro informe filtrado en fascículos, otro chorreo de titulares durante semanas. Por eso la salida de Torres será inminente, aunque aún no tenga fecha. Lo que se discute ahora es si su caída será discreta… o en prime time. Por eso lo sacrificarán antes de que la sangre llegue al Senado, y buscarán a alguien con menos pasado a sus espaldas. El socialismo de emergencia requiere mártires funcionales. Torres aún no lo ha entendido: cree que puede salvarse a base de negar, señalar técnicos y repetir que no recuerda. Pero la cuenta atrás ya ha comenzado.
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