Opinión | El recorte

Alguien volará sobre el nido de la UCO

Comparecencia de Ángel Víctor Torres en el Parlamento de Canarias

Comparecencia de Ángel Víctor Torres en el Parlamento de Canarias / María Pisaca

El mundo está que da gusto verlo. En casa nos desborda la basura y fuera nos acongoja la guerra entre Irán y Estados Unidos, una teocracia y una autocracia que han comenzado una escalada bélica de incalculables consecuencias.

Pero a nivel doméstico, nuestra actualidad está centrada en el tratamiento de los residuos sólidos políticos. Y ayer fue noticia la declaración en los juzgados, como investigados, de José Luis Ábalos, el segundo del PSOE y superministro de Pedro Sánchez, y su asesor, Koldo García. El primero se inspiró en Sócrates para decir aquello de «solo sé que no sé nada». Lo único que sí dijo es que no reconocía como suya esa voz tan suya que había grabado Koldo, en los audios en los que departían sobre perras y chanchullos. Quien le grabó, o sea, el propio Koldo, optó por no contestar a nada. Igual sí reconoció su voz, pero quiso ser discreto.

Quienes esperaban que el ángel caído empezara a cantar coros gregorianos se quedaron con las ganas. Los cambios de abogado y de estrategia han llevado a Ábalos, de momento, a la indefinición. A verlas venir. Porque nadie sabe qué es lo que queda por salir. Por eso, tal vez, la ignorancia no sea socrática, sino amnésica. Igual es un nuevo virus que ha producido un reseteo general de la memoria de las personas investigadas o salpicadas por los escándalos, de forma tal que ya no se acuerdan con quiénes se reunieron o quiénes les llamaron. Que no recuerdan los mensajes que contestaron o que enviaron. Y que ni siquiera, vaya por dios, reconocen su propia voz en las grabaciones. O sea, un borrado del disco duro del cerebro. Como si lo hubieran roto a martillazos.

El virus podría estar afectando también a Ángel Víctor Torres, expresidente de Canarias y actual ministro de Memoria Democrática. Pero Torres, por razón del cargo, no puede alegar amnesia. Ayer compareció en el Parlamento de Canarias. Una pregunta muy simple: ¿quién decidió comprar a las empresas de la trama Koldo? Torres contesta, pero en respuestas que se difuminan. Se habló con Koldo, pero de nada delictivo. Se contrató a las empresas que recomendó, pero no se sabe ciertamente quién lo hizo. Nadie del comité de gestión de la pandemia tomó ninguna decisión sobre ninguna compra. Fue una gestión científica. De filosofía también socrática.

El peso de la evidencia es que se compraron mascarillas al triple de su precio en aquellos momentos. Que se compraron a empresas de la trama Koldo. Y que hay mensajes y llamadas que se produjeron entre altos cargos políticos de allá y de aquí. El ministro Torres se defendió, como es obvio, como un gato panza arriba. Incluso dijo que no le iban a entrampar preguntándole si se había reunido con Aldama no sea que después le acusen de mentir. O sea, que no es capaz de asegurar que no ha visto a alguien porque después puede resultar que sí lo ha visto y lo ha olvidado. El virus. Es casi grouchomarxista, pero gato escaldado no vuelve a remojo.

Estamos, entonces, en el tiempo de la política pausada. Todo el mundo está quieto parado. Mientras el mundo se incendia, en casa estamos en tiempo de espera. Nadie está seguro de quién queda por volar sobre el nido de la UCO. n

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