Opinión | A babor
A la parrilla
Valido no. Ella ha expresado sus temores con claridad meridiana: «El Gobierno no sabe qué más va a salir»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, a 18 de junio de 2025, en Madrid (España). / Jesús Hellín - Europa Press
Ningún Gobierno puede mantenerse eternamente en pie sosteniéndose solo gracias a la inercia del relato. La política, como la física, tiene sus leyes de conservación. Y una de ellas es que la materia oscura del poder –pactos, concesiones, complicidades– necesita combustible nuevo cuando el motor se gripa. Eso es exactamente lo que está ocurriendo estos días, para asombro de los creyentes en la invulnerabilidad del capitán: el motor de Pedro empieza a hacer ruidos raros. Y hasta los aliados más prudentes se lo piensan dos veces. Incluso Coalición.
Cristina Valido es la prueba de que algo se ha roto. En plena crisis de deslegitimación por corrupción, apenas hace un par de días, el discurso de Coalición era el de siempre: responsabilidad, estabilidad, agenda canaria. Estilo práctico coalicionero: si hay que mirar a otro lado y olvidar los líos de Koldo, Ábalos, Cebrián y cía., pues se mira. No es momento de poner en riesgo los compromisos ya firmados. Canarias no debe pagar los platos rotos de la corrupción del PSOE. Eso decían. Y con ese planteamiento, mitad naíf, mitad cínico, justificaban su coqueto e inútil hueco en la geometría variable del sanchismo.
Sorprendentemente, ayer, tras una visita exprés a La Moncloa, eso de la geometría variable y el «París bien vale una misa» salió del guión. Valido dio una rueda de prensa en el Congreso tras reunirse con el capitán de todos los capitanes e hizo una declaración de medio guerra: «No podemos garantizar nuestro apoyo, la confianza se ha quebrado». Así, sin anestesia. La misma Su Señoría que hasta hace nada pedía no mezclar el culo con las témporas advierte ahora que el escándalo ha desbordado cualquier contención posible. La explicación oficial es sencilla: la gente está «asombrada», la desafección crece, el daño democrático es «profundo». Todo cierto, desde luego. Cierto e instrumental.
Porque si algo huele a achicharrado en Madrid, es precisamente el pellejo del presidente. El clima parlamentario se ha vuelto irrespirable. Los socios del bloque de investidura se han distanciado en público y con elocuente teatralidad. Yolanda Díaz y Ernest Urtasun se autoexcluyen de los encuentros en Moncloa, Rufián le leyó ayer la cartilla con torva mirada de excompadre que ya no se traga el cuento. Esquerra, Junts, el BNG, Sumar… todos, menos los silenciosos vascos, hablan como si el final de esta fotonovela tardía estuviera más cerca de lo que Sánchez quiere admitir. La vicerrubia del Gobierno habría matado una semana antes por una foto en el palacete con su líder carismático. Y el resto de los alegres mirmidones del sanchismo no habrían osado largar en ese tono antes de oír a Cerdán hacer cuenta de sus mordidas millonarias.
Coalición, con su escaño solitario, no está para provocar crisis de Gobierno. No puede. Pero su giro tiene cierto valor simbólico. Si incluso los pragmáticos de la pela empiezan a marcar distancias, es porque la sensación de que el presidente no aguantará hasta el 27 empieza a cundir. La próxima semana hay una cumbre de la OTAN en la que Sánchez quería erigirse en contrapeso de Biden, de Scholz y de Macron, cuestionando el aumento del gasto militar más allá del 2 por ciento, frente a la fórmula del 3,5+1,5 que exige Mark Rutte. Pero eso no va a pasar: en vez de liderar nada, Sánchez va a llegar a la cumbre como caricatura de maquillado y sufriente presidente en funciones, desahuciado por sus propios apoyos.
Las cosas no pintan nada bien: ya no preocupa lo que sabemos –contratos, comisiones, audios, amistades que se enrollan que te cagas–, sino lo que se piensa que está por salir. Todo apunta a que lo peor no ha llegado. En los mentideros se da por hecha la colaboración del arrepentido Koldo con la justicia. La Fiscalía puede abrir en unos días la vía de la financiación ilegal del PSOE, cargándose de un plumazo todo el argumentario del «y tú más». El caso Air Europa amenaza con salpicar el colchón conyugal de Moncloa. Y Aldama afila la cuchilla sobre el cogote de Zapatero y sus negocios con Pedeven. ¿Quién seguirá apoyando a Sánchez cuando empiece la demolición?
Valido no. Ella ha expresado sus temores con claridad meridiana: «El Gobierno no sabe qué más va a salir». Y si no lo sabe ni el Gobierno, menos aún lo saben sus amigos de antes. De ahí el nerviosismo, el recule, el cambio de turno. Porque todos intuyen que la barbacoa en que se tuesta el sanchismo va a seguir encendida durante meses, y que no conviene quedarse demasiado cerca cuando empiecen a meterle más carbón.
Sánchez, dice doña Cristina, está «tocado». Aún no hundido. Pero sí alcanzado y herido. Pero eso no lo convierte en víctima. Cosecha lo que ha sembrado: un estilo basado en la opacidad, el control del aparato, la degradación institucional y la explotación emocional del poder. Un método que le ha permitido sobrevivir, pero no gobernar con un proyecto de país. La cuestión es: ¿cuánto se puede seguir así? ¿Cuánto resistirá el castillo de naipes? Coalición Canaria no ha sido nunca un partido dado al riesgo. Si ahora tensa la cuerda, es porque huele sangre. Y porque no hay agenda canaria que compense acompañar en la parrilla a un presidente abrasado.
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