Opinión | El trasluz
De momento
De súbito pensé en todos los pares de zapatos ocultos en el interior de aquellas cajas, todos vacíos, todos anhelantes de otros tantos pies

Interior de una zapatería. / Shutterstock
Estaba probándome un par de deportivas en una zapatería cuando llegó a mis oídos un silencio atronador, un silencio que tenía que ver con una forma terrible de mutismo. Hay objetos que hablan y objetos que, lejos de limitarse a callar, callan de un modo activo. Tal es lo que ocurre con las cajas de zapatos. Alineadas en las estanterías del establecimiento como monjes en un coro, callaban y callaban y callaban con una agresividad insoportable.
-¿Le ocurre algo? -preguntó el vendedor al observar mi expresión de pánico?
-No -dije- y continué probándome las deportivas fingiendo que no pasaba nada.
Fingiéndolo, digo bien, porque de súbito pensé en todos los pares de zapatos ocultos en el interior de aquellas cajas, todos vacíos, todos anhelantes de otros tantos pies que rellenaran su hueco metafísico, y sentí un estremecimiento. Cuánto hueco por ocupar, ¿no? ¿Serían los pies la cocaína del calzado? ¿Serían las hormas (esos pies de madera) un sucedáneo de esa droga?
Compré apresuradamente las deportivas y salí de la tienda en busca de un poco aire, pues había empezado a faltarme la respiración. Pero en la calle hacía un calor insufrible, que estaba acabando con el oxígeno de la ciudad. Me pareció que los viandantes tenían también la respiración entrecortada. Jadeábamos todos, yo con mi caja de zapatos debajo del brazo. Aquella caja se había convertido en una especie de aparato de radio que emitía un silencio blanco (en el caso de que haya silencios de distintos colores, que me parece que sí). Tomé un taxi con aire acondicionado que me permitió recuperar el resuello.
Lo primero que hice al llegar a casa fue sacar las deportivas de la caja y rellenarlas con bolas de papel de periódico, lo que pareció calmarlas momentáneamente. Lo cierto es que su abertura tenía la forma de una boca, con sus dos labios correspondientes, de modo que lo que hice, en cierto modo, fue amordazarlas. En cuanto a la caja, la pisoteé hasta aplanarla y la arrojé al contenedor de cartones que han puesto en la esquina de mi calle. El silencio ha cesado, de momento.
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