Opinión | Miren a ver

Muere Manuel Hermoso: «No tengo cuernos, ni despido azufre»

Apostó por una región que ya no era una entelequia abstracta en la mente de cada canario. Asentada en la isla, con aciertos y errores, es lo que tenemos ahora

Manuel Hermoso Rojas.

Manuel Hermoso Rojas. / ED

Manuel Hermoso Rojas fue el primer presidente del Gobierno de Canarias que logró ser reelegido al culminar una legislatura. Tras un mandato, además, que no había comenzado como jefe del Ejecutivo regional.

Alcanzó esa responsabilidad tras una laboriosa y alambicada moción de censura (1993) contra el PSOE de Jerónimo Saavedra con el que había firmado el denominado ‘pacto de hormigón’ (1991) -por la cantidad de diputados que integraba entre socialistas, ‘áticos’ y resto de insularismos periféricos aglutinados entonces en las AIC-, y al que muy pronto se vio que padecía de aluminosis extrema.

Fuerzas políticas de variado pelaje y desigual calidad democrática propiciaron aquella operación de la que nacería el moderno nacionalismo canario y que ha marcado la vida de la Comunidad Autónoma durante los últimos 30 años. Con sus importantes éxitos y sus grandes fracasos, que no han sido pocos, ni unos, ni otros.

Manuel Hermoso inició su proceso de ‘regionalización’ en 1986. Víctima del pleito insular que durante sus años de alcalde de Santa Cruz de Tenerife contribuyó a agitar era imposible bajo el manto insularista contar con respaldo en una isla como Gran Canaria, que elegía una cuarta parte de los diputados del Parlamento de Canarias, ni de muchos otros canarios que creían en una idea de región abstracta, pero no insularista.

Primero con las AIC y luego con CC lograría en cierto modo quitarse de encima la rancia caspa que le rondaba a partir del amplio rechazo tinerfeño a la creación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria o de la vergonzosa jornada de los ‘paraguazos’ en Teowaldo Power contra los parlamentarios que apostaban por una Ley de Aguas que acabara, o redujera, el sistema caciquil de los aguatenientes.

En este contexto, no es de extrañar que en una entrevista concedida en vísperas de su primera intervención en el Club Prensa Canaria de la calle León y Castillo declarara que quienes asistieran al acto podrían comprobar que era un hombre, un canario, un humano: «No tengo cuernos, ni despido azufre».

Efectivamente, no tenía cuernos, ni tampoco olía a azufre, pero eso no le libró de la algarabía de los grancanaristas furibundos que atiborraban la sala. Lo aguardaban en la bajadita, más o menos desde el día en que proclamó con el comienzo del ascenso de ATI a los cielos de la autonomía lo de que «ha llegado la hora de Tenerife».

Claro que su acceso al Gobierno de Canarias significó también el inicio de la andadura hacia su plena ‘desinsularización’. Es lo que tiene asumir responsabilidades comunes, viajar entre islas y conocer a la gente de a pie. Algo que se le daba bien y que ya había practicado con éxito pateando los barrios de Santa Cruz.

Quieran o no, tuvo buena vista e hizo un favor impagable a los barrios de La Feria y Escaleritas y con ellos al conjunto de la ciudad. La primera fase de la circunvalación creaba una trinchera insalvable entre ambos y puso sobre la mesa el proyecto y financiación para realizar un falso tunel donde ahora está la rotonda de La Ballena y propiciar un pulmón verde para la capital.

Con apoyo de Olarte, Mauricio, Adán Martín y algunos otros -Fernando Ríos, José Miguel González o Fonfín Chacón- contribuyó a hacer una región que ya no se sustentaba en una entelequia abstracta en la mente de cada canario, sino que se erguía sobre el ideal de una suma de islas. Con aciertos y errores.

Tracking Pixel Contents