Opinión | El recorte
Un bolero

Pedro Sánchez, el pasado jueves en la sede del PSOE. / JOSÉ LUIS ROCA
Y al tercer día, Sánchez resucitó. Y habló. Después de pedir otra vez perdón, anunció a las masas enfervorecidas que está dispuesto a asumir responsabilidades. O sea, que va a seguir en el Gobierno. Lo que equivale a decir que su responsabilidad es seguir con su responsabilidad. No se puede decir que no haya hecho nada.
Centró la corrupción en el PSOE, sin aludir a los indicios de una organización criminal que actuó dentro de su Gobierno. Y pasó al ataque, presentándose como el valladar progresista ante la ultraderecha, inasequible al desaliento del escándalo. Aunque para seguir tiene que atar, en primer lugar, el apoyo de sus socios de gobierno. Es la primera y desagradable tarea que debe afrontar. Cerrar filas, con el argumento de que en la oposición hace mucho frío.
El presidente sabe que la gente tiene memoria de pez. Y que, como decía Cela, en España el que resiste gana. Está dispuesto a aguantar en la convicción –muy cierta– de que todo esto que hoy produce alarma social mañana será pasto del olvido. Pero eso solo pasará si se controla el incendio. Si no caen más cuerpos a las llamas. Y a día de hoy no hay garantías de que eso no suceda. Tampoco es despreciable el descontento que se ha generado dentro del PSOE. Los críticos con el entorno de Sánchez han visto superados sus temores por la realidad. Y hay cabreo por que se pretenda acotar el relato de una corrupción en el partido para salvar a Moncloa, cuando quienes salieron ranas fueron aquellos que formaban parte de la guardia de corps del presidente.
Sánchez, a lo suyo, se comparó con el capitán de un barco que tiene que mantener firme el timón en medio de una terrible tempestad. Sabe que la oposición no tiene números para presentarle una censura viable y por eso mismo les invitó democráticamente a hacerlo con una de las pocas sonrisas de tiburón de su rueda de prensa. Así que ha decidido enrocarse. Entiende que el barco no se va a hundir, aunque esté escorado. El Gobierno no se va a tocar, porque ¿qué problema tiene? Y el partido está limpio, porque se fueron los malos. Y como él representa a millones de personas que quieren una España progresista, por eso va a seguir hasta que todo reviente. Por el interés del país. Qué enorme grandeza.
Madrid se ha convertido en un gigantesco mentidero en el que corren todo tipo de rumores. Por eso Sánchez evitó hablar de su famoso «fango»: el informe de la UCO, que era «un bulo», detonó como una bomba atómica en los bajos de Moncloa. Y lo peor es que la espoleta fueron las grabaciones realizadas por uno de los suyos, un miembro original de su círculo de confianza, hoy caído en desgracia. La pregunta que muchos se hacen es: ¿cuántas cosas más quedan por salir? ¿Y a quién afectan?
Cualquiera de los posibles escenarios que ha planeado Sánchez para afrontar esta grave crisis depende de la fonoteca de la Unidad contra el Crimen Organizado. De la información que vaya goteando, como ácido sulfúrico, de las grabaciones de Koldo. De las pruebas que alguna vez vaya a aportar Aldama. Porque el bulo era un bolo y España es un bolero. Uno en el que alguien va a terminar cantando. n
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