Opinión | A babor
Arrepentido Koldo

El exasesor de José Luis Ábalos, Koldo García, sale del Tribunal Supremo tras prestar declaración, en imagen de archivo. / EFE / RODRIGO JIMÉNEZ
No hay que ser un genio para entender por qué Koldo García, fontanero mayor del sanchismo y rostro primitivo del poder con chándal, decidió grabar durante años todas sus conversaciones. No era afición al archivo ni sentido del deber. Koldo grababa porque sabía demasiado, participaba de todo y confiaba nada. Su colección de audios era su seguro de vida, su pasaporte a la inmunidad o –llegado el caso– a una penitencia amortiguada.
La posibilidad de que Koldo se acoja al papel de colaborador con la justicia, como ya hizo su socio, el empresario Aldama, parece muy cercana. Aldama ha conseguido un lugar destacado en la investigación como primer arrepentido, y sus revelaciones han ido confirmándose una tras otra. ¿Por qué no iba a seguir sus pasos el militante ejemplar que lo grababa todo? Si lo hace –si canta–, la que se viene encima al PSOE puede ser de órdago. El caso Koldo ha dejado de ser un escándalo sobre comisiones, mascarillas o enchufados, ya no va solo de lo que hizo Ábalos en Fomento o Cerdán en los despachos de Ferraz y Moncloa. Ahora va de la financiación ilegal del PSOE. El informe de la UCO, de casi 500 páginas, es demoledor: no se limita a describir amaños o sobreprecios, apunta directamente a un sistema organizado de extracción y reparto de fondos. Una red de adjudicaciones, favores y mordidas donde –lo adelantó Aldama– parte del dinero iba para el partido. Y es ese «para el partido» el corazón del asunto.
Desde 2012, los partidos políticos están sujetos a la responsabilidad penal como cualquier empresa. Y tras los papeles de Bárcenas, el Código Penal se endureció para castigar la financiación irregular. El círculo se cierra –metafóricamente– alrededor del cogote PSOE. Y los audios de Koldo son la soga de la que se van a columpiar algunos. Hay pocas dudas de que la imputación del PSOE se producirá en las próximas semanas o meses. La elección por Sánchez de Ferraz como sede de su maquillada comparecencia es premonitoria.
El 24 de este mes, el juez Puente tomará declaración a Koldo y a su antiguo patrón, Ábalos; y un día después, será el turno de Santos Cerdán. La UCO ya los ha cercado. Lo que empezó como un caso incómodo ha ido mutando en un terremoto procesal con epicentro en Ferraz y réplicas en todo el Gobierno. Cuando el PSOE acabe imputado, Sánchez no solo se enfrentará a una tormenta judicial que intentó en su rueda de prensa descargar en el partido, sino a una crisis de legitimidad política que le alcanzará de lleno. A él y a su Gobierno, a Koldo, a Ábalos y a Cerdán, a otros ministros que acabarán apareciendo, a colaboradores necesarios en las autonomías, jefes de gabinete, funcionarios implicados. Todos ellos al servicio de lo que prometieron erradicar de la política española: la financiación corrupta de los partidos.
A partir de ahora, ese Koldo cuya lealtad era tan literal como su obediencia, será el encargado de sustituir a Aldama en abrir la olla podrida: contará lo que grabó, pondrá su voz a todo lo que haga falta. No debería sorprender a nadie. Koldo es el clásico producto del poder: útil mientras sirve, prescindible cuando estorba. Ha entendido ya que el valor de su silencio decrece mientras el de su confesión se dispara. Sus silencios pesan, pero sus pruebas van a gritar. Su archivo sonoro es una mina. En todos los sentidos. También una mina que va a hacer volar por los aires al PSOE.
La figura del «arrepentido» no es común en España, pero la presión judicial y las condenas obran milagros. Aldama marcó el camino, señaló la existencia de cupos territoriales, adjudicaciones amañadas y pagos que acababan en el partido. Todo apunta a que Koldo dirá lo mismo, o más.
El PSOE se enfrenta al peor de los escenarios: el regreso del siniestro fantasma de la corrupción estructural, justo cuando los socialistas creían haber superado sus ERE, manteniendo las Púnicas y los Gürtel. El relato de su superioridad moral, tan eficaz en campaña, se viene abajo con cada audio. El césar Sánchez, que hace apenas unos días se escondía tras cinco días de silencio reflexivo, se asoma ahora a un nuevo calvario. Y sus hijos putativos –los Brutus– empiezan a crecerle alrededor.
La historia de lo que quede de esta legislatura, si no se corta antes, se escribirá en clave de descomposición. El sanchismo fue eficaz como aparato, pero está demostrando ser letal como sistema. Se construyó con lealtades personales, no con principios. Y cuando los leales se ven en peligro, no se aferran a los ideales: se agarran a un acuerdo con la Fiscalía.
Si algún día Sánchez decide encargarle a otra periodista que reescriba sus memorias, dudo que recuerde con gusto la cabalgada en el Peugeot, las confidencias con Koldo, las risas y las paradas en carretera. No incluirá lo que piensa hoy al escuchar los audios. Ni lo que pensará cuando recuerde a su «ejemplo de militantes» convertido en el delator más efectivo de la causa. Koldo no era sólo el piloto del Peugeot. Es también su caja negra.
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