Opinión | Observatorio
Joan Cañete Bayle
Brigitte Macron y el terraplanismo

Brigitte Macron con la esposa del presidente de Ucrania, Olena Zelenska, en el Palacio del Elíseo el 12 de diciembre de 2022. / TERESA SUAREZ / EFE
En Francia, los brigitólogos son aquellos supuestos periodistas presuntamente expertos en la figura de Brigitte Macron, la esposa de Emmanuel Macron y primera dama de Francia. Los brigitólogos son los autores de disparatadas teorías sobre la esposa del presidente: la principal, que nació hombre, que usurpó la identidad de su hermano en los 80 y que, como tal, abusó sexualmente de un joven Macron, del que es 25 años mayor. La tupida red de bulos y teorías de la conspiración incluyen que Brigitte en realidad es el padre de Macron, y que su relación es, por tanto, incestuosa.
¿Quién no ama una buena teoría de la conspiración basada en rumores, bulos y medias verdades demasiado divertidos como para no ser verdad? Que levante la mano quien, en la era anterior a las redes sociales, cuando el monopolio de la emisión de mensajes lo tenían los medios de comunicación, no conoció a alguien que afirmaba con total convencimiento que había visto en televisión una escena sexual entre una chica, un perro, una rebanada de mermelada y el cantante Ricky Martin emitida en un programa de televisión de máxima audiencia. No sucedió, no se emitió, pero la historia era demasiado divertida como para no creérsela, y el programa tuvo que desmentir el bulo en antena y hasta una asociación de defensa de menores interpuso una denuncia ante la fiscalía.
Antes de los móviles, la mermelada de Ricky Martin era un espléndido tema de conversación en barras de bar y sobremesas familiares. En redes sociales, bulos como ese son una herramienta política de primer orden.
Donald Trump no se entiende sin estos bulos. Su irrupción en política se basó en el movimiento birther, una teoría de la conspiración del movimiento del Tea Party que sostenía que Barack Obama no había nacido en Hawai, sino en Kenia, y que por tanto constitucionalmente no podía ser presidente de EEUU. El presidente presentó la documentación que negaba esta afirmación, pero los hechos y las pruebas no frenan este tipo de bulos. Trump se convirtió en el adalid de los birther, y exigió en medios y redes conocer la «verdad». Fue su forma de entrar en política: conectó con el Tea Party y sus sentimientos nacionalistas, racistas y de desconfianza hacia las élites del Gobierno. Empezó de esta forma a capitalizar el resentimiento. Corregido y aumentado, repitió la fórmula en sus primeros cuatro años hasta desembocar en la teoría del fraude electoral que acabó con el asalto al Capitolio. Su regreso al poder y sus primeros meses de mandato han seguido el mismo patrón, desde los emigrantes que se comen a gatos y perros en Springfield (Ohio) hasta los disturbios actuales en Los Ángeles.
Los bulos permitieron a Trump ganar atención mediática masiva, conectar con el segmento más radical y extremo del electorado, posicionarse como enemigo del establishment y construir una narrativa, una fórmula, que después explotaría sin pausa. Desde entonces, brigitólogos y ayusistas; Bolsonaros y Alvises; Salvinis y brexiters, de una forma u otra han seguido el mismo patrón, obligando a medios, políticos e instituciones (el establishment) a desmentir que la tierra sea plana. O que las vacunas del covid no eran una ingeniería social; o que Brigitte Macron no nació hombre.
Es difícil la tarea que tiene el periodismo ante los bulos. ¿Qué hacer? Porque la controversia que genera Trump o los brigitólogos es un hecho, genera debate social y atrae la atención de la audiencia, pero es mentira; porque es ridículo y da risa tener que desmentir que los Clinton participaron en una supuesta red de pederastia dirigida por figuras del Partido Demócrata desde una pizzería de Washington, pero su difusión lastima y erosiona los cimientos de la democracia; porque si la prensa denuncia los bulos con firmeza, les dará más fuerza, dado que los conspiranoicos lo presentarán como prueba de que el establishment se defiende a sí mismo.
Solo cabe apelar a la responsabilidad de la ciudadanía y a dotarla de las herramientas para que no contribuya a la difusión de los bulos y las teorías de la conspiración. Y exigir a los actores políticos que no difundan los bulos ni se beneficien de ellos. Una quimera, hoy por hoy.
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