Opinión | El recorte

Olor a quemado

El secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán.

El secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán. / EFE / BORJA SÁNCHEZ-TRILLO

La unidad de quemados de Moncloa estuvo ayer trabajando a tope. Hubo heridos graves. Pedro Sánchez había puesto la mano en el fuego por su secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán. Y también la vicepresidenta Montero. Y el ministro de Justicia, Bolaños. Después de darse a conocer el contenido de un informe de la Guardia Civil, el olor a quemado invadió Madrid.

Porque sí. A pesar de lo que dijo el portavoz socialista, Patxi López –el informe de la UCO no existe: es un montaje– resulta que sí. Que sí existía. Y que Santos Cerdán sale muy mal parado. Porque le acusan nada menos que de organización criminal y cohecho. Y no solo eso, es que además hay pruebas de que se amañaron votos para que Sánchez ganara las primarias que disputó contra Eduardo Madina. Apaga y vámonos.

El hombre que Moncloa mandó a negociar al extranjero con el exiliado de oro, Carles Puigdemont, para atar los votos de Junts a cambio de la amnistía y otras hierbas; el ejemplar secretario de Organización del partido, el hombre de confianza y mano derecha del presidente, ha caído. Y ya son demasiados los que se han despeñado por el vertiginoso abismo de la corrupción.

Sánchez volvió a comparecer en la sede del PSOE, allí donde no lo hacía desde 2018. Al fin salió de Moncloa. Habló como secretario general del partido en vez de como presidente. Como Jeckyll, en vez de como Hyde. Pero hay un problema: los que se repartían comisiones lo hacían con obras públicas que adjudicaba su Gobierno. Y había un ministro de su Gobierno. Y un asesor «modelo de militancia» de su Gobierno. No es una crisis del partido, es una crisis del Gobierno. No es una competencia del secretario general, es una incompetencia del Presidente.

Todo el mundo esperaba ayer que pasara algo gordo. Pero no pasó. Sánchez pidió perdón. Y Feijóo que se fuera. Nada nuevo bajo el sol. El Partido Popular podría coger hoy la moción de censura que presentó el PSOE para echar a Mariano Rajoy y presentarla en el Congreso sin quitar ni una coma, solo cambiando los nombres y las siglas del partido. Y sería perfectamente coherente. Como perdidos en un desierto de caos y descrédito hemos llegado al mismo sitio desde el que partimos pero con un país roto.

Pedro Sánchez tiene tantas vendas como la momia de Tutankamon. Puso la mano en el fuego con Ábalos y se la asó. Y por Koldo y se la volvió a asar. Y por Santos Cerdán y la quemadura ya le llega al hueso. Escalofría pensar que también la ha puesto por su hermano, por su pareja y por el fiel Fiscal General del Estado. ¿Cómo se puede confiar en quien se ha equivocado tan pertinazmente?

El presidente, como secretario general, compareció con tono fúnebre, como si fuera a comunicar la muerte del Estado de derecho o, peor aún, su retirada de la política por cinco días, cinco años o cinco siglos. Pero no. Lo que hizo fue lo de siempre: decir que la nueva manzana podrida ha dimitido y que él se queda dentro del cesto.

El vértigo de lo que está pasando sobrepasa lo imaginable. Ningún gobierno de una democracia europea decente habría sobrevivido a lo que está pasando hoy en España. Y en esa frase está casi todo dicho. Ni decencia, ni democracia.

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