Opinión | Análisis
Miserables

Tirarse al agua sin dudar y fuera de servicio, la decisión que salvó vidas en La Restinga
Es desgarrador leer los testimonios de los médicos que atendieron a los migrantes que fallecieron al llegar a La Restinga. Es frustrante la incapacidad como seres humanos de parar esta tragedia. Y lo peor es que seguimos siendo nosotros mismos, tan necios y mezquinos. Malditos los que miran los cadáveres arrastrados por la marea y siguen hablando de «paguitas». Detestables los que verbalizan las soflamas majaderas que recrean una vida de cuento mientras la muerte sigue asolando a nuestra tierra. Ustedes, miserables, que siguen deshumanizando vidas enteras en la barra de un bar y en las colas de los supermercados al mismo tiempo que nuestras costas se convierten en cementerios sin nombre. Y sí, son miserables porque no sienten el más mínimo requiebro ante una desidia de dimensiones catastróficas que mata inocentes tan cerca de tu televisor. Lo son porque han construido su visión del mundo sobre una valla de metáforas podridas, donde todo lo de fuera es sospechoso y las penurias propias van primero por nacer aquí. Por supuesto, cómplices por olvidar que nadie cruza el infierno para robar un trozo de pan y meterse en una caseta a 35 grados. Son canallas porque sobrevivir no es vivir y dormir apretado con doscientos o trescientas personas en un polideportivo o una nave industrial, no es un lujo, es resistir. Trabajar en negro en la platanera por 5 euros la hora, sin contrato ni derechos, tampoco es «estar mantenido», es estar explotado. Son despreciables porque han olvidado que cada cuerpo ahogado refleja la falta de humanidad de quienes los juzgan sin conocerlos. Es la perversión de los ojos del rencor que, ante una persona migrante flotando en el agua, no ven a un ser humano, sino un problema, un usurpador, un fraude y menos dinero para repartir entre iguales. Estamos legitimando con total impunidad una forma de violencia que perpetúa el sufrimiento y deshumaniza a quienes solo anhelan un refugio o un respiro en una vida algo mejor. Qué pena ver a obreros, profesores, jubilados y amas de casa dándole pábulo a las soflamas racistas de los grupos ultra con licencia en el Congreso y en los medios generalistas. Tu abuelo era el bueno, el que tuvo que emigrar a Venezuela, Cuba o Alemania para arreglar el país que los recibía con los brazos abiertos. Él no fue con miedo, dejando todo atrás por las carencias de aquella España oscura que viajaba en las bodegas de los carboneros. Parece que ya olvidaron su sufrimiento tan lejos del terruño. Tus abuelos también fueron los otros, aunque ahora no los reconozcas. Es una verdadera miseria intelectual exenta de un análisis profundo; es una miseria ética, porque detesta la compasión y el reconocimiento del otro; y es una miseria política, porque aprovecha el sufrimiento de los demás como una herramienta para obtener poder. La verdadera tragedia es que sigamos enterrando su memoria en la indiferencia y el odio mientras cantamos con entusiasmo los goles de Nico Williams y Lamine Yamal.
@luisfeblesc
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