Opinión | El recorte

Otra vez los plomos

Los ciudadanos quieren que funcione el ascensor. Y la nevera. Y ver la tele al llegar a casa reventados. Necesitan energía para su vida. Pero son capaces de escuchar a cuatro cantamañanas que se oponen a todo por sistema y comulgar con enormes ruedas de molino

Central eléctrica en La Palma

Central eléctrica en La Palma / El Día

A La Palma se le volvieron a fundir los plomos. Ayer, otra vez, cayó el sistema eléctrico afectando a miles de usuarios. Y como era de esperar, empezaron los pronunciamientos en cascada. Borbotones de indignación y palabras gruesas. Y sobre todo, una afirmación: esto no puede volver a pasar.

Es un misterio que alguien, con suficientes conocimientos, diga que algo no puede volver a suceder sabiendo perfectamente que es bastante probable que pueda pasar otra vez. Porque los milagros no existen y cuando concurren una serie de circunstancias, como las que se dan en Canarias, no solo en La Palma, lo más normal es que algo falle. La central de Los Guinchos trabaja con equipos de generación obsoletos. O lo que es lo mismo, máquinas que en cualquier momento pueden fallar. Y eso sin entrar a hablar de la red de transporte.

Es exactamente lo mismo que ocurre en otras islas, como la nuestra. La capacidad de generación empieza a verse superada por los tirones de consumo y muchos de los equipos con los que se produce electricidad se encuentran funcionando en zona crítica. ¿Por qué estamos así? Porque somos estupendos. Durante muchos años la legislación estatal ha impedido que el oligopolio canario de producción renovara sus equipos. Querían introducir una sana competencia que nunca llegó. Así que ni una cosa ni la otra. Y la casa sin barrer. El discurso de las renovables, la fuerza de la ensoñación, arrasó con el sentido común. Como íbamos a tener siete islas abastecidas con la fuerza del sol y del viento, solo a un idiota se le ocurriría apostar por motores sucios y contaminantes que produjeran energía quemando gasoil. Eso ya era cosa del pasado.

Ahora resulta que los ayuntamientos están por meterle un palo en las ruedas a cualquier proyecto de instalación de energía renovable. Quieren luz, pero que «la hagan» en el vecino de al lado. Poner en marcha un parque eólico o fotovoltaico en Tenerife es –exagerando solo un poco– casi tan difícil como hacer un nuevo hotel. Y solo después de un esfuerzo titánico de negociación con Madrid, que ni come ni deja comer, se logró aprobar un concurso para adjudicar casi a regañadientes unos grupos «de emergencia» que con mucha suerte y gracias a que las empresas encargadas se han roto los cuernos, estarán disponibles hacia finales de año. Pero no en todas las islas, claro está.

Los ciudadanos quieren que funcione el ascensor. Y la nevera. Y ver la tele al llegar a casa reventados. Necesitan energía para su vida. Pero son capaces de escuchar a cuatro cantamañanas que se oponen a todo por sistema y comulgar con enormes ruedas de molino. Si no producimos energía no tendremos luz: punto y final. Si no exigimos que las redes de distribución mejoren, un día podemos llevarnos un susto. No se puede decir «que esto no vuelva a pasar» cuando se sabe perfectamente que sí puede volver a pasar. Y eso va también para los que hoy intentan sacar lasca política pero son igualmente responsables de no haber hecho nada en el pasado, cuando les tocó hacerlo.

No se crean que solo La Palma puede tener un cero energético. Está rondando la oreja de todos, empezando por esta isla.

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