Opinión | Risas y fiestas
Resúmenes

Resúmenes / Vostoky
Cuando era pequeña, me parecía una tortura hacer resúmenes. No los entendía. Los exámenes en los que algún ejercicio pedía un resumen los solía suspender, y creo que ahora de adulta ya entiendo un poco en qué fallaba: como no me cabía en la cabeza que se pudiera generar un texto de otro texto con otras oraciones totalmente distintas, mi forma de resumir se acababa pareciendo más a hacer un collage. Sacaba las frases que me parecían más importantes y las juntaba en un párrafo más pequeño y me parecía absurdo y me encogía de hombros porque una tiene que decir sí a tantas cosas absurdas cuando está estudiando. Y en las resistencias a esas cosas que parecían absurdas una ve con el tiempo intuiciones muy profundas de cuestiones que la razón entiende más tarde. Sensaciones clavadas como puntitas de lápiz fermentando en la palma de la mano. Y un día, ay, las sacas y te das cuenta de que tu picor absoluto tenía motivos: qué bien/mal.
Qué bien/mal. Esa es la cosa. Un texto es un organismo vivo, se supone, un conjunto de palabras que busca traducir algo mucho más complejo que en realidad no debería tener cabida en las palabras. No en las palabras sueltas, porque si necesitamos escribir ochocientas y no un solo sustantivo es porque lo que vamos a contar no existe como concepto, como idea que existía antes de que la hiciéramos existir. Las palabras se juntan para que los espacios en blanco que quedan entre ellas digan algo. Por eso al leer una palabra sola quizá vemos una imagen clara, pero al leer un par de frases sentimos una amalgama que se concreta en una especie de nube mental que sin duda entendemos mucho mejor, mucho más hondamente. Supongo que yo de pequeña captaba esa sutileza, ese equilibrio tan medido de un párrafo, y más que significados percibía colores y lluvias, y de ahí mi confusión, porque un texto resumido puede guardar los significados pero siempre se pierde los significados más importantes: los que nacen y crecen en esas paginitas de Word, los que no son tan obvios y al ser explicados se van volando como pelusas que soplas sin querer no no no pero cómo vas a desoplar eso no se puede. Temo, siempre, esas corrientes de aire ladronas.
Parece una tontería. Pero de nuevo digo que me parece el estallidito de una intuición mucho más profunda. Ahora lo veo así: ¿cuántos procesos del día a día nos resumen, o resumen lo que nos importa? ¿Cuánto se pierde en la transmisión de los mensajes que tan complejos son y tan complejos deben ser porque así es la vida y nada se despacha con dos palabras cagadas? Nuestros reclamos, nuestras necesidades, nuestras ideas: el capitalismo es experto en tamizar y convertir cualquier discurso en un discurso en sus términos, en una enredadera más de la ficción de simplicidad que parece ser el mundo. Es frustrante cómo universos enormes se aprietan hasta que les salen gotitas de jugo y luego es masa apretada se enseña triunfante y acabas consiguiendo a veces lo que quieres pero ya no es lo que quieres porque mira cómo menguan las espinacas en la sartén.
Y el agua, el agua era lo bueno.
Pasa con lo que contamos desde Canarias. ¿Cuántas formas hay de vivir las Islas? ¿Y por qué se nos vende esa vivencia como un día a día, como una intimidad absoluta, que le sucede exactamente igual a tanta gente? ¿De verdad solo pensamos, al pensar en «canariedad», en vestirnos de magas y mirar los volcanes y el mar? Ojo, yo también amo todo eso. Pero quizá nos desenriquecemos en los resúmenes, en los moldes ya tan obvios en lo que parece ser que tenemos que clavar nuestra identidad para que tenga sentido y sea comunicable e importante. Me pone nerviosa que se hable de «generación literaria» por esto mismo: quizá acabamos empujándonos a empeñarnos en los mismos temas o en las mismas formas porque se supone que ese es el bien que le estamos haciendo a la visibilización de lo canario. Ese bien, para mí, tiene más que ver con generar un tejido en el que cada cual hable de lo que le dé la gana y se apropie su propio espacio como le dé la gana. A menudo sucede que las cosas que dejamos fuera del discurso son las más valiosas. A menudo sucede que el agua, si no la contenemos, se acaba yendo lejos, perdida, adiós, adiós: lo peligroso de resumirnos es que acabamos confiando en el que el resumen sea el que nos explique quiénes somos, y no lo va a hacer. Incluso lo que nos parece «nuestro relato» puede ser mentira. Recordemos que el capitalismo se lo traga todo a su paso y lo escupe fácil, vendible. La idea es acabar con la norma, no construir una nueva.
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