Opinión | El recorte

Una vergüenza de país

Leire Díez, este miércoles, durante su comparecencia en un hotel de Madrid.

Leire Díez, este miércoles, durante su comparecencia en un hotel de Madrid. / José Luis Roca / EPC

Aquí está. Este maravilloso país, esta democracia plena donde exporteros de puticlub engrasan negocios con el sector público y militantes del partido que gobierna ofrecen favores de la Fiscalía a cambio de información contra los adversarios.

El penúltimo capítulo de esta cutrísima serie sobre chorizos de cantimpalo que es la política de ahora está protagonizado por una señora llamada Leire Díez, militante socialista por temporadas y periodista en los ratos en que no ha ocupado puestos directivos en empresas públicas donde fue colocada dedocráticamente por Moncloa. Una intrépida investigadora que se reunió con empresarios imputados en delitos fiscales ofreciéndoles un trato de favor judicial a cambio de suministrar información tóxica y comprometedora para esos guardias civiles que están investigando a la familia y allegados del presidente del Gobierno. Un ejemplo de periodismo del régimen, al mismo nivel en que Koldo García fue un ejemplo de militancia socialista y custodio de papeletas con el nombre de Pedro Sánchez.

La vida política de España es una ETS. Una enfermedad vergonzante. Un despropósito que genera toneladas de frívolo veneno para colonizar los programas de televisión. Las parrillas de entretenimiento están sustituyendo a toda máquina los reality shows por los recortes de los telediarios, que son muchísimo más pornográficos que La Isla de las Tentaciones y más divertidos que Supervivientes. Política basura para la telebasura.

Las fotos en ropa interior de Jessica, la feliz odontóloga, inquilina de un apartamento de lujo en Madrid pagado por los empresarios a la sombra de Ábalos, son los episodios nacionales del Sanchismo. Aquellas otras del Tito Berni en calzoncillos, emulando a Roldán, no eran más que el aperitivo de una escatológica degustación de escándalos sin cuento. Esto ya no hay quien se lo trague. Ni siquiera quien lo mastique. Vale que la ultraderecha es el demonio Cojuelo. Y que Feijóo tiene cara de tolete. Lo que tú quieras. Pero lo del entorno de Moncloa traspasa los límites de lo impresentable.

No hablo del hermano de Sánchez, enchufado en un organismo público y viviendo en otro país. Ni de un fiscal que borró mensajes y se encharcó en la feroz batalla contra Isabel Díaz Ayuso. Ni de la esposa del presidente, metida en el mundillo de los negocios y las amistades peligrosas con quienes querían influencia en Moncloa. Ni siquiera de ese acorralado ministro que ha perdido veinte kilos, pero de peso, metido en los dientes de la trituradora judicial. Es que cada día salta un nuevo conejo maloliente de una inagotable chistera de verdulerías políticas. Como esa tal Leire, cazada in fraganti en una negociación impresentable, digna de El Padrino, que se defiende alegando que recopilaba material para escribir «su» libro. Un guion para una nueva película de Torrente.

Leire Díez, la mujer del momento, no era una militante del montón: ocupó puestos políticos de responsabilidad. Ella afirma que no era una fontanera de Sánchez. Igual era electricista. O sea, experta en enchufes. Pero lo cierto es que ha terminado en una tubería atascada por un inmenso tsunami de fango. O sea, de mierda.

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