Opinión | Un carrusel vacío
Desde su libertad

Desde su libertad / El Día
Delgada, vestida de blanco, con un sencillo y elegante dos piezas y el cabello liso, apareció Ana Belén en el escenario del Palau de la Música de Barcelona el sábado pasado. Enseguida, los músicos comenzaron a tocar «Sólo le pido a Dios», una clara declaración de intenciones en los tiempos que vivimos, con la crueldad desatada en Gaza y un mundo que parece mirar hacia otro lado: «Sólo le pido a Dios / que la guerra no me sea indiferente; / es un monstruo grande y pisa fuerte / toda la pobre inocencia de la gente». El tema compuesto en 1978 por León Gieco fue en los ochenta un símbolo de la canción protesta, interpretado por el propio Gieco, por Mercedes Sosa, Antonio Flores… En la voz de Ana Belén sonaba poderoso y resultó una magnífica forma de abrir un concierto que duraría más de dos horas, dentro de la gira «Más D Ana» proyectada para 2025.
De los artistas entrados en años solemos decir cosas como «no ha perdido su toque», «conserva gran parte de su voz»… Pero Ana Belén, con sus setenta y cuatro recién cumplidos, estaba mejor que nunca. Sin ambages, sin dudas. No le temblaba la voz; derrochaba energía juvenil y seducía al público con esa teatralidad que le aporta su carrera de actriz, que comenzó en 1966 como protagonista de Zampo y yo, película dirigida por Luis Lucia. Tenía trece años y ya era considerada una niña prodigio, aunque sin alcanzar la fama de Marisol. Desde aquel tiempo, su talento fue desarrollándose, llegando a momentos tan culminantes como su papel de Fortunata en la aclamada serie ochentera de TVE, adaptada por Ricardo López Aranda y Mario Camus a partir de la novela de Benito Pérez Galdós.
«Desde mi libertad, soy fuerte porque soy volcán», canta en una de sus canciones más famosas, que también interpretó en el concierto. «Nunca me enseñaron a volar, / pero el vuelo debo alzar». En 1979, la canción triunfó por su mensaje feminista, emancipador de la mujer. Y desde luego que alzó el vuelo. Desde hace décadas, se convirtió en un icono de la cultura popular, musa de la Transición, identificada con las ideas izquierdistas, porque nunca ha ocultado su ideología; al contrario: se ha sumado a todas las campañas sociales y políticas que ha considerado justas, junto a su marido y compañero de siempre, Víctor Manuel, a quien mencionó en el concierto en varias ocasiones, identificándolo como el autor de muchas de las canciones de su nuevo disco. Debido a sus implicaciones con el Partido Comunista Español, el matrimonio llegó a ser objeto de un intento de atentado terrorista cuando pusieron dos bombas en su casa de Torrelodones.
Precisamente fue Víctor Manuel el compositor de uno de los temas más populares de la cantante: «España, camisa blanca», que mucha gente atribuye erróneamente a Blas de Otero –quien solo escribió el verso que le da título– y que interpretó en el concierto, eligiéndolo como uno de los temas finales. «España: camisa blanca de mi esperanza; / la negra pena nos atenaza, / la pena deja plomo en las alas. / Quisiera poner el hombro y pongo palabras / que casi siempre acaban en nada / cuando se enfrentan al ancho mar». Sin duda, la canción es un auténtico poema. El público vibró con ella, como con otras muy representativas de la cantante: «Agapimu», «El hombre del piano» –versión del tema de Cohen–, «Peces de ciudad», «Derroche»… Las del nuevo álbum también sorprendieron. Terminó el concierto con dos imprescindibles de su repertorio: «La Puerta de Alcalá» y «Balancé». Los ritmos caribeños despidieron una actuación que nos hizo levantarnos de nuestros asientos, exaltados y maravillados, en aquel precioso teatro modernista que fue obra del arquitecto catalán Luis Domènech i Montaner en 1908.
«Me ha dejado de preocupar el paso del tiempo», confesó Ana Belén, nacida como María Pilar Cuesta en 1951. Y, de alguna forma, a ninguno nos extrañó, porque su elegancia, carisma y talento siguen intactos. Porque siempre ha brillado en el escenario, tanto en su faceta de cantante como en la teatral y la cinematográfica. También popularizó algunos poemas de Federico García Lorca cuando en 1998 publicó el álbum Lorquiana, mi preferido de toda su carrera y el único que no recordó en el concierto. En la portada, un montaje fotográfico con el poeta; cuando era niña, me creó mucha confusión: llegué a pensar que habían sido amigos. De ese disco, resulta memorable su versión de «Pequeño vals vienés» a partir de la adaptación de Leonard Cohen. Quizá fue lo único que me faltó para redondear un concierto magnífico de quien he considerado un referente artístico desde que tengo memoria. Una mujer libre. n
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