Opinión | A babor
La máquina del fango

Víctor de Aldama y Javier Pérez Dolset, llegan a las manos este miércoles tras la comparecencia de Leire Díez. / Chema Moya / Efe
Víctor de Aldama no es un hombre discreto. Cuando aparece, se nota. Y ayer apareció con estrépito, interrumpiendo a gritos una rueda de prensa de la fontanera más famosa del sanchismo, acusándola de ser una mentirosa, una sinvergüenza, una amenaza ambulante. Fue la escenificación del naufragio que viven el país y su presidente. Porque esto ya no es una crisis de reputación: es el sainete de la descomposición.
Aldama es el comisionista, jefe de Koldo, que confesó haber pagado a altos cargos del PSOE, incluidos el inefable Ábalos y Santos Cerdán. El mismo Aldama que está imputado en una macrocausa por el fraude fiscal de los hidrocarburos: más de 182 millones birlados a Hacienda en una operación que parece escrita por Mario Puzo y dirigida por Scorsese. Después de que reventara el caso Koldo, Aldama se metamorfoseó en un tipo decidido a romper la baraja de silencios y medias tintas. Ayer se presentó en mitad del show mediático de Leire Díez y la lio parda.
Hasta hace un par de días, Leire era una de las piezas clave del aparato de confianza de Santos Cerdán, una operadora del subsuelo, la fontanera a la que se refería Aldama en marzo, cuando declaró en televisión que el PSOE había montado un sistema de chantajes, ofertas de indulto y presiones a empresarios para conseguir denuncias contra sus adversarios. Según Aldama, Leire era la reina de los fontaneros del barro, los operativos del chantaje y los activistas de la cloaca.
El escándalo estalló la pasada semana, cuando El Confidencial publicó unos audios en los que Leire, junto al abogado Jacobo Teijuelo y Javier Pérez Dolset –un empresario especializado en pleitos, expropietario de una empresa valorada antes de su quiebra en 1.200 millones de euros, y perseguido por Anticorrupción por fraude en subvenciones y malversación de dinero público– ofrecían favores judiciales a cambio de información contra el guardia civil Balas, que investiga el caso Koldo, los borrados del fiscal general del Estado y las andanzas profesionales de Begoña. Toda una operación para desacreditar a la UCO por meter las narices bajo las alfombras de Moncloa. Aquí cabría una indignada reflexión sobre la ética institucional, pero hoy me la voy a ahorrar.
Ayer, y después de presentar su baja del PSOE para evitar que Ferraz tenga que molestarse en fingir investigarla, Leire ofreció una multitudinaria rueda de prensa que olía a ensayo de control de daños. Desmintió ser una fontanera, y aseguró que estaba realizando una «investigación periodística» para un libro que prepara sobre el fraude de los hidrocarburos. Por supuesto, negó haber cometido delito alguno: solo recogía opciones que «contempla el reglamento». ¿Qué reglamento? ¿El del Ministerio del Interior o el de la Camorra? El intento de disfrazar de reportaje lo que hiede a operación encubierta ha sido tan torpe como inútil.
El clímax llegó cuando Aldama irrumpió en la rueda de prensa acusando a gritos a Leire de mentir, manipular y amenazar a un teniente coronel de la Guardia Civil y a él mismo. Le dijo que diera la cara. Ella salió corriendo. Él la persiguió gritando sus acusaciones: «¡Que hable del presidente del Gobierno! ¡Que hable de Santos Cerdán!» Y fue entonces cuando el empresario Pérez Dolset –casualmente por allí, ejerciendo de guardaespaldas de la doña– se metió en medio para protegerla y se lio a empujones con Aldama. La sangre no llegó al río, pero el bochorno recorrió el país y se asentó en La Mancha. García-Page se sumó por primera vez a Lambán y pidió la inmediata convocatoria de elecciones. Uff.
Mientras tanto, en Moncloa, silencio absoluto. Sánchez sigue en su retiro emocional, mirando el horizonte a la espera de que escampe. Cerdán, muñidor de la fontanería sociata, niega saber nada. Leire no existe para él ni como holograma ni como manifestación ectoplasmática. Aldama nunca facturó un euro a un ministerio o una consejería.
En fin, el PSOE puede negar el esperpento, pero el problema no es ya el esperpento, es la saturación. Cada tres días estalla un caso, aparece una grabación o a alguien le da por largar. Lo que antes se resolvía con un tuit inspirado en el argumentario, ya no cuela. Ahora todo es susceptible de ser usado como munición judicial y mediática. El poder se está disolviendo a trozos, y debajo, lo que hay es puro fango.
Víctor de Aldama, en su estilo brutal y deslenguado, ha dicho algo cierto: que «estas son las cloacas del PSOE». Sabe bien de qué habla, porque vivió en ellas y gracias a ellas. Quiere vengarse y salvar su pellejo, pero no por eso lo que dice deja de ser terrorífico. Aunque ya ni sorprende. Nos hemos acostumbrado a que Moncloa se defienda deslegitimando a jueces, policías y periodistas, mientras los protagonistas de la trama aparecen en la televisión pública como ilustres servidores del Estado, porculeados por la maldad de la derecha y la ultraderecha. Hemos aceptado que los escándalos se resuelvan con dimisiones sin consecuencias y comunicados de tres líneas. Pero esto no es una anécdota: es el retrato de una forma de gobernar que nos prometió acabar con la corrupción y ahora apesta a fango, bulos y cloaca.
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