Opinión | El recorte

El Teidódromo

Un tajinaste con el Teide al fondo este sábado en el Parque Nacional del Teide.

Un tajinaste con el Teide al fondo este sábado en el Parque Nacional del Teide. / Andrés Gutiérrez

El Parque Nacional de El Teide está masificado, super visitado y deteriorado. Por eso ‘Canarias tiene un límite’ ha convocado una manifestación precisamente allí. No es una contradicción, ni una incoherencia, ni nada que tenga rima. Es solo una maniobra publicitaria inteligente para provocar polémica. Cualquier cosa que arda es buena para que el tren avance, como dirían los hermanos Marx.

Pero eso de que las manifestaciones se convoquen en el Teide me parece una idea espléndida. Un descubrimiento. No existe mejor escenario para una expresión genuina de la democracia. Ningún paisaje viste mejor en los telediarios que esos llanos desolados de lava que adopta caprichosas formas, casi como la fosilizada política contemporánea.

Si los partidos, sindicatos y organizaciones sociales se acostumbran a convocar sus manifestaciones en el Parque Nacional no solo conseguiremos que dejen de dar el coñazo en la capital, cortando el tráfico y jodiendo a todo el mundo, como si fueran el desfile de las Fuerzas Armadas Coloniales, sino que estaremos promoviendo el acercamiento del indígena a sus orígenes volcánicos. Y de paso, al finalizar las manifestaciones, se puede aprovechar para organizar chuletadas.

Dicen que nuestros espacios naturales están saturados de turistas. Y es verdad. Hace unas semanas me di una vuelta por el entorno de Ucanca y en todos los bosques del perímetro forestal encontré una masa inconmensurable de gente del país, mayormente familias, trajinando con fiambreras y garrafones de vino. Cocinando carne en algunas parrillas públicas, ante las que se formaban colas kilométricas, mientras los niños corrían como conejos por el bosque. Y en medio de esa exuberancia patriótica, ¡qué escándalo!, andaba una pareja de septuagenarios alemanes, sacando fotos, con sus ridículos sombreritos de expedicionarios y pantalones cortos, contaminándolo todo con su presencia. Repugnante.

Es hora de denunciar que el mayor atentado ecológico que se ha cometido en esta isla, que es el Teleférico del Teide, no fue realmente un proyecto de la sociedad tinerfeña, sino una siniestra conspiración de la Federación Mundial del Turismo que ya entonces deseaba atentar contra nuestro medio ambiente. Y si nos remontamos un poco más atrás, seguramente nos volveríamos a encontrar con esos seres malignos en la idea de la construcción del Parador Nacional del Teide, un hotel levantado en pleno corazón del Parque. Que parece ciertamente un espacio protegido, pero solo de los descamisados. Porque, bien mirado, las instituciones han hecho allí, desde siempre, lo que les ha salido de los bigotes, empezando por el Observatorio Astrofísico y acabando con los pollos a la brasa de las cafeterías que están por el Portillo pagando alquileres desde el viejo régimen.

Así pues, no es la marabunta que sube por esos riscos cuando nieva o cuando hace sol. No somos los nativos, que nos vamos para arriba con la suegra y los chorizos parrilleros. No es el millón de entusiasmados habitantes endémicos de este paraíso del bloque, sino los ciento cincuenta mil guiris que están todos los días entre nosotros cociéndose como cangrejos. Son ellos, maldita sea, la causa del mal.

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