Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE
Yuval Raphael, bombas y canciones
Qué lejanos parecen los tiempos en que Eurovisión era diversión y petardeo. Pero se apagaron los petardos y estallaron las bombas. Y ya nada fue lo mismo

Yuval Raphael. / EPE
No sabemos en qué momento la exhibición de un elemento tan simbólico como la bandera, tan apegado al sentimiento de pertenencia a un país, comenzó a convertirse en parte de una performance incómoda. Y, sin embargo, ocurre. Nos pasa en España, donde, salvo en determinadas competiciones deportivas, especialmente en el fútbol, según quien agite la enseña nos pone en guardia o nos imbuye en la catarsis colectiva de la comunión desatada y gregaria del todos a una. Una bandera es tanto un motivo de orgullo como un elemento excluyente. No es lo mismo que el pabellón español se agite en las manos de decenas de espectadores mientras Alcaraz se la juega ante Djokovic en un partido de Roland Garros que en mitad de un Madrid—Barça, en el que lo más probable es que, por encima de la simbología propia de cada equipo, ondeen tantas banderas rojigualdas como senyeras, que, en teoría (por qué no), bien podrían representar a aficiones de un mismo país. Las banderas no tienen términos medios: o escenifican la eucaristía de un colectivo unido por un objetivo o se convierten en elemento diferencial.
El representante de Noruega en Eurovisión irrumpe en la pasarela principal del escenario envuelto en su bandera y a nadie le extraña. Idéntico gesto al que hace Yuval Raphael, los brazos alzados detrás del cuerpo sosteniendo un paño de poliéster con dos franjas horizontales y la estrella de David en el centro, todo en color azul sobre un fondo blanco. El elemento diferencial. Comienza el runrún, los murmullos, algunos silbidos, algunos aplausos, vítores, el silencio. Ha salido Israel.
Poco se sabe de la biografía profesional de Yuval Raphael, de 25 años, antes de las audiciones que le llevaron a representar a Israel en la edición de Eurovisión de 2025, donde quedó segunda gracias al televoto tras establecerse en decimoquinta posición por voluntad del jurado. En mitad del genocidio al que Israel somete a los palestinos de Gaza desde el 7 de octubre de 2023, en que el lanzamiento masivo de misiles por parte de Hamás y actos terroristas sincronizados en varios puntos de la franja acabaron con la vida de 1.200 israelíes y el secuestro de más de 250 personas, el Gobierno de Netanyahu trata de justificar por todos los medios su respuesta a aquel ataque, que ya se ha cobrado más de 50.000 palestinos muertos. Llevar al festival a una superviviente de la matanza del 7 de octubre y aprovechar el inmenso altavoz de un acontecimiento como Eurovisión es de primero de propaganda.
Lo más probable es que Yuval Raphael, con apenas cinco canciones en Spotify, quede como un producto musical restringido al ámbito doméstico
Yuval Raphael era una de las asistentes al festival de música donde los terroristas se abrieron paso a tiros y secuestraron y mataron indiscriminadamente a cuantos se iban encontrando a su paso. La cantante permaneció escondida unas siete horas en el interior de un refugio junto a otras 50 personas. La metralla de las granadas lanzadas al lugar donde trató de protegerse entre cadáveres le causaron heridas en varias partes de cuerpo. Lo demás es tragedia, historia, televoto y una canción aceptable, un poco ñoña, correcta. Exenta de emociones, resiste un par de escuchas entre melómanos exigentes. Cantada en inglés, francés y hebreo por si alguien no entiende el mensaje. Conclusión: Israel se queda. Un nuevo día llegará, la vida continuará. Todos lloran, no llores solo. La oscuridad se desvanecerá, todo el dolor pasará, pero nos quedaremos, incluso si dices adiós. Estaría escribiendo lo contrario si se tratara de aquella memorable oda al amor titulada A-Ba-Ni-Bi con que Israel ganó en 1978 o el Haleluya de la siguiente edición, a la que España le dio los puntos de ganador en la última votación y nos ahorramos el trago de pasar a la historia como vencedores con Betty Missiego.
Lo más probable es que Yuval Raphael, con apenas cinco canciones en Spotify, quede como un producto musical restringido al ámbito doméstico. No es Noa, no es Omer Adam, artistas israelíes de reconocida solvencia y proyección internacional. Yuval Raphael —tampoco tiene por qué pedir perdón por haber sobrevivido al horror— no es ni siquiera un producto de marketing, sino de la propaganda de un gobierno infame, cuya canción pasará a mejor vida sin que se tararee en la cola del supermercado. Comparada con las propuestas que viene presentando Israel a Eurovisión desde 2024, tan inducidas, tan de lavandería del exterminio, tan de televoto, se entiende el recuerdo perdurable de Dana International, ‘el demonio’, según los ultraortodoxos israelíes, la primera persona transgénero en concurrir al evento —representó a Israel y ganó en 1998—. Qué lejanos parecen los tiempos en que el festival era diversión y petardeo. Pero se apagaron los petardos y estallaron las bombas.
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