Opinión | Reflexiones
Los verdaderos límites de Canarias

Manifestación del 18M en Tenerife de 'Canarias tiene un límite' / Arturo Jiménez
Canarias tiene un límite. La frase, convertida en lema de las manifestaciones del 18 de mayo, ha vuelto a ocupar las calles con fuerza simbólica, pero menos cuerpo que la vez anterior: de 57.000 manifestantes en Canarias se ha pasado a 23.000, unos 5.000 en Santa Cruz de Tenerife, según cifras oficiales.
Ese dato ya es una pista. El movimiento ciudadano mantiene energía, pero muestra signos de dispersión, de impaciencia y de falta de cohesión estratégica. Ha ganado en volumen emocional, pero ha perdido en dirección. Y si no hay dirección clara, cualquier movimiento corre el riesgo de ser absorbido por el ruido.
Lo que en abril fue una expresión transversal de malestar, ahora empieza a parecerse más a una trinchera ideológica. Las pancartas más duras, los discursos más incendiarios, los lemas más agresivos revelan una creciente radicalización del tono. Y con ella, el riesgo de que la protesta pierda legitimidad social si no se convierte en propuesta realizable.
¿Dónde está el verdadero límite?
Porque sí, Canarias tiene límites.
Pero no están en el número de visitantes, ni en el turismo como fenómeno en sí.
Están en otra parte:
-En un modelo de gasto público insostenible, donde se prioriza crecer en presupuesto más que en eficiencia.
-En una gestión institucional que no coordina, que no mide impacto, que no protege lo esencial ni impulsa reformas de fondo.
-En una desconexión progresiva entre ciudadanía y representación política, que allana el terreno a discursos de indignación pero no de construcción.
Ni romanticismo ni culpabilización
Muchos de los manifestantes trabajan o han trabajado en el turismo. No hay incoherencia en ello; hay realidad. Una realidad en la que el turismo sigue siendo el principal generador de empleo y actividad económica en el Archipiélago.
La solución no está en destruir lo que nos sostiene, sino en reequilibrar lo que nos condiciona.
Como empresarios, no somos ajenos al malestar. Pero tampoco podemos aceptar ser convertidos en culpables simbólicos de problemas que nacen, en gran medida, de una arquitectura institucional que ha fallado a la hora de planificar, coordinar y redistribuir.
Basta mirar los datos: en los primeros cuatro meses del año, los salarios han subido más del doble de la inflación. Es decir, hemos contribuido de forma directa a mejorar el poder adquisitivo de las familias, incluso en un contexto de incertidumbre.
El riesgo de gobernar desde la pancarta
El movimiento del 15-M tuvo su eco. Pero también su límite. Acabó derivando en la creación de una estructura política que no supo gestionar el poder que había conquistado.
Ahora estamos viendo un patrón similar: cuando el discurso se vacía de propuesta, la protesta termina siendo absorbida por el oportunismo o por la impotencia.
Por eso es legítimo alzar la voz. Pero más urgente aún es construir soluciones.
El verdadero desafío no es poner límites al turismo. Es poner límites a la incapacidad de transformar sin destruir.
Ese es el reto. Y ese es también el lugar desde el cual muchos empresarios estamos comprometidos.