Opinión | Risas y fiestas
¿Me pondrían en un estante junto a todas las demás?

¿Me pondrían en un estante junto a todas las demás? / El Día
¿Me pondrían? ¿Lo hago lo suficientemente bien? ¿Me lavo el pelo lo suficientemente a menudo? ¿Cocino como debería? ¿Duermo las horas que hay que dormir, y si alguien me cuenta algo malo sé darle el consejo justo que le hará irse satisfecha pensando que valió la pena el ratito comiendo pipas recogiéndolas con la mano porque si se nos cae alguna y alguien nos ve (y también por no ensuciar la calle, claro, porque qué puñetazo a mi conciencia sería ensuciar esta calle que tantas cosas cuenta de mí, foto y para mis redes porque quiero dar sensaciones de:), pf? ¿Qué tal queda esta laminita que acabo de colgar en la pared de mi cuarto, se parece a algo que colgaría yo?
Yo. ¿Qué soy yo? ¿Soy un cuerpo con interiores rugientes? ¿Soy lo que piensan mis amigas cuando escuchan mi nombre? ¿Soy mis perfiles y soy las cosas que he escrito y colgado en internet? ¿Soy mi blog de cuando tenía catorce años, aún latiendo por ahí, secreto, o no lo soy porque nadie lo une con mi cara y entonces no contribuirá a lo que pienso que piensan cuando piensan que pienso que me piensan? ¿Soy una idea? ¿Soy un concepto? ¿Soy un producto?
Quizá. Me despierto un poco más tarde de la cuenta, y encima de mal humor. Ya en el día arrastro una culpa. Luego, por la tarde, en el ratito libre que tengo, me pongo a ver reels y de pronto al ratazo abro los ojos que no son ojos que son ojos de consciencia que son ojos de mal humor que son ojos de joder, tía, otra vez, otra vez con el descanso no productivo que no es descanso, y el día no productivo que no es día, y la del enfado por dentro y la desidia trepándote por las piernas y solapándose contigo y esa no eres tú. ¿Que qué quiero? Descansos que me revitalicen. Sentirme la respiración para conectarme conmigo. Pensar ocurrencias. Hacer dibujitos que luego exhibiré pegados al gotelé de la columna esa tan vacía. Apuntar recetas que quiero hacer y haré prontísimo. Beber agua, que todavía no he cumplido. Llamar a todas mis amigas para ver cómo están y contarles que yo que te cagas.
Y legañosos los ojos de la consciencia. Y debajo, mis ojos reales. Que se me abren a la vez: llevo días escribiendo, retorcida en mi escritorio limpísimo, sobre la identidad capitalista y el chip que se nos planta para que nos pensemos desde las lógicas del consumo. Escribo sobre el imperativo de la búsqueda de la delgadez como imperativo de sacrificio y esfuerzo y proceso de producción que nos hace sentir que esforzarnos (ojo, hablo del esfuerzo que promueve la cultura de la dieta, ese es el único esfuerzo válido para el marco al que me estoy refiriendo) es valorarnos y si no nos esforzamos es que no valemos y no nos amamos a nosotras mismas y entonces será que no hay nada que amar. Tecleo eso con rabia, y luego digo son las 21 tengo que cenar ya porque si se me pasa la hora me sentiré un desastre y no me sentiré adulta y no valdré nada y.
El ejemplo de la cena, lo sé, conecta con mis manías personales, con mi tendencia a estructurar el día en rutinas porque eso diferencia mi vida de ahora de otros momentos en los que no he tenido estructura ninguna. Pero, me pregunto, ¿es normal sentir que, si se me escurre un hábito, si pierdo uno de mis emblemas de adultez y responsabilidad y buen hacer, voy a perder mi identidad? ¿Es normal no poder gandulear tranquila, sin hacer nada de nada, como cuando era adolescente y me parecía el tiempo largo como la autopista entera? ¿Cuántas cosas que nos gusta hacer se sustentan en realidad en la culpa que aparece debajo cuando no las hacemos, en una sensación de inadecuación que vamos sorteando a través de cierres de seguridad que nos encantarán, sí, pero a lo mejor que nos gusten no es lo que más nos gusta de ellos? Yo, que tengo tan presente lo que nos hace la cultura de la dieta y las sensaciones de superioridad que nos genera, no consigo escaparme de la necesidad de ser producto. Caro. Cinco estrellas.
Si me tomo unas vitaminas, quiero tomármelas porque me hacen bien, no por ser quien toma vitaminas. Si descanso, quiero hacer lo que me da la gana, no trabajar en sentirme siempre de la mejor manera. Si hago algo malhumorada, quiero sentir mi mal humor, afianzarme en sus razones y apretar los dientes, no culparme por no estar gestionándolo todo genial. Si hablo con alguien, quiero hablar de verdad, no calcular los movimientos que me harán ver más responsable: quiero serlo, no tener que serlo para que me quieran. n
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