Opinión | Retiro lo escrito
La muerte a tiros de Abdouli Bah

Abdoulie Bah. / ED
La réplica de los sindicatos policiales a las acusaciones –ciertamente graves– de organizaciones como Asociaciones Africanas de Canarias y la Asociación de Mujeres Africana, que han llegado a calificar como asesinos a los agentes que persiguieron y tirotearon al joven gambiano Abdoulie Bah, es inusualmente dura. Para los sindicatos los que hablan de asesinato están dinamitando la concordia civil y la convivencia pacífica en Gran Canaria y, por extensión, a todo un archipiélago que es destino y trampolín hacia Europa de miles de inmigrantes anualmente. Como cabe esperar la policía sostiene que el uso de armas de fuego estuvo justificado –en defensa propia y en defensa de la integridad de los ciudadanos–. Aún más: los sindicatos exigen que los cinco agentes que participaron en el operativo reciban por su actuación un respaldo público sin fisura por parte de los mandos.
Aun disponiendo de las imágenes que captaban las cámaras en el exterior del recinto aeroportuario es difícil calibrar la peligrosidad del joven. Lo cierto es que amenazó al taxista con un cuchillo y que al recibir gritos de la policía, no lo soltó, ni se detuvo en su carrera, aguijoneado quizás por el pánico y provocando a su vez la alarma y el miedo entre los que se encontraban ahí. Su corta pero dura biografía lo proyecta no solo como alguien perfectamente integrado en la sociedad isleña, con un comportamiento solidario, generoso, tranquilo. No está documentada su participación en ninguna bronca o tumulto, no había sido detenido jamás, ni siquiera le habían impuesto una multa en todos los años de su estancia en Gran Canaria. Cuando percibe que los policías corren hacia él es cuando Abdouli Bah echa a correr, pero en su carrera no amenaza a nadie: solo intenta escapar. ¿Por qué corrió? Por miedo. ¿Por qué no tiró el cuchillo al suelo? Por miedo. Quizás ni siquiera recordaba que llevaba un cuchillo en la mano. Lo cierto es que ni siquiera lo empuña. La impresión que da –y admito que puedo estar absolutamente equivocado– es que no sabe utilizar un cuchillo como arma ofensiva o defensiva, como la inmensa mayoría de los lectores de este artículo. Pero lo que más sorprende es el tiroteo. Abdouli se enfrenta a cinco policías. Los policías están a cuatro, cinco metros de distancia. Al menos tres lo encañonan. Y disparan. Una bala le alcanza en el cuello. ¿Apuntaron a la cabeza, al pecho? El gambiano tenia piernas, brazos. ¿Fallaron el tiro a cuatro o cinco metros de distancia?
Hay razones sumamente razonables para exigir una exhaustiva investigación policial, no solo judicial, sobre esta muerte que algunos pretenden normalizar. Porque la paz social o como quiera llamarse tiene una de sus bases en la confianza ciudadana en el buen funcionamiento de instituciones como la administración de justicia y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, entre otras cosas. También es conveniente –al menos– considerar el impacto que una desgracia irreparable como esta tiene en las comunidades de migrantes organizadas que existen en las islas y actúan a favor de más y mejor integración en sociedades cohesionadas por una cultura democrática común. Descalificarles cuando hay un joven muerto por medio como alborotadores, desquiciados o exagerados no resulta particularmente inteligente ni empático. No se trata de caricaturizar despectivamente a la policía como una fuerza bruta y autoritaria, sino de reclamar una aclaración de todas las circunstancias, de todos los hechos, de todos los comportamientos. Y en especial transparentar sin ningún equívoco que se utilizó un uso proporcionado de la fuerza, que se disparó con justificación normativa suficiente. Se le debe a cualquier ser humano que pierda la vida en esta manera amarga y atroz, se lo debemos a Abdouli Bah, que vino a salvar su vida y después de un suspiro de esperanza encontró la muerte.
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