Opinión | Retiro lo escrito

Banalizar lo impresentable

Gustavo Matos, vicepresidente segundo del Parlamento de Canarias, durante la rueda de prensa de este martes.

Gustavo Matos, vicepresidente segundo del Parlamento de Canarias, durante la rueda de prensa de este martes. / Andrés Gutiérrez

Lo que me parece más preocupante del affaire de Gustavo Matos es ese grimoso empinamiento en banalizarlo a todo trance. El primero que lo ha hecho, lamentablemente, ha sido el propio vicepresidente del Parlamento de Canarias, que dirigió la asamblea (y lo hizo bien) en la pasada legislatura. ¡Si solo se tomó un café con Mohamed Derbah! Igual le gusta a usted más o menos, pero solo fue un café. Cuando se cita la grabación de su conversación con el libanés en la cafetería de El Corte Inglés ya la cosa adquiere tintes surrealistas en Matos y sus apologetas. «Es que me comunicaron algo que podría ser un delito y mi primer deber como ciudadano es comunicar una conducta presuntamente delictiva». Es vergonzoso explicar estas obviedades, pero

a) En los cinco o seis minutos que duró ese café –la cronometría es gentileza de Matos– Derbah y su abogado no le trasladaron ningún indicio sólido que corroborara estar siendo objeto de una persecución policial ilegal o irregular, ninguna presión coercitiva indebida por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Ningún indicio, repito.

b) Cuando se tiene constancia o sospecha razonable de un delito, basada en indicios probatorios suficientes, el deber del ciudadano consiste en denunciarlo a la autoridad judicial, no contárselo al subdelegado del Gobierno.

d) Un buen abogado, por supuesto, aconsejaría al interesando que denuncie los hechos, especialmente si se trata de un señor con una situación económica espléndida, como es el caso. Incluso se presenta con su abogado al lado.

Lo más delirante de todo esto es que hemos llegado al extremo de que al político pillado en una situación (como mínimo) indecorosa monta sobre una excusa tan estúpida una defensa de su honorabilidad, cuando existe una grabación policial en la que dice lo que dice: «¿Tú qué necesitas mío? ¿Qué necesitas mío?»; «El día que te necesite yo sé que te tengo»; «Yo ayudo a mis amigos porque sé que cuando me hagan falta, me van a ayudar». Groucho Marx, cuando Margaret Dumont lo descubre en la cama con otra mujer, se excusa enseguida: «¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos?» Pero dudo mucho que Groucho pueda alcanzar el grado de sinvergüencería necesario para actuar como el vicepresidente. Por lo demás Matos se hartó de insistir el pasado martes en que era su primera reunió con Derbah, al que no conocía previamente, salvo algún saludo en este o aquel acontecimiento social. A los tres minutos (cronometría gentileza de la policía) ya se siente amigo de Derbah. Amigo de verdad. Amigo de corazón. Está entusiasmado en la reunión. Se crece. «¿Y si llegamos a Marlaska?», pregunta, como quien propone a los demás comensales, «¿y si pedimos el chuletón?» Lo que hace Matos es intermediar. Habla con el subdelegado y dos o tres días después, cumpliendo con el plazo con el que se comprometió con el libanés, llama y le reporta su conversación con el representante del Gobierno central.

Sí, todo el mundo conoce a Mohamed Derbah. Pero todo el mundo no toma café con él, no está dispuesto a hacerle favores que solo son posibles desde la condición de diputado, no intermedia con la Subdelegación del Gobierno, no le ofrece a ponerlo en contacto con un ministro. Y por eso precisamente Gustavo Matos debe dimitir. Debió haberlo hecho anteayer. En las últimas 24 horas nadie, absolutamente nadie de la dirección regional del PSOE ni del grupo parlamentario socialista le ha expresado públicamente su apoyo. Está bastante claro. Yo puedo entender que un individuo sumamente cuestionable quiera blanquear su imagen pública, pero lo que no comprendo es a aquellos que están tratando a Gustavo Matos como a un tío guay y simpático que una tarde se encontró una araña en el café. Pura casualidad. ¿Y quién no ha comido arañas con café en su vida, eh?

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