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Ancianas en cárceles niponas por pequeños robos

Ancianas en cárceles niponas por pequeños robos

Ancianas en cárceles niponas por pequeños robos / El Día

Cada vez más gente mayor, sobre todo ancianas, acaban en las cárceles del Japón por pequeños robos en una tienda o un supermercado.

Un reportaje publicado en el semanario alemán Der Spiegel pone de manifiesto la inhumanidad de una legislación carcelaria que data de 1907.

Y que sólo ahora se trata de reformar porque las cárceles niponas parecen cada vez más residencias de mayores.

El autor del reportaje cuenta el caso de una reclusa de 85 años y pequeña ladrona reincidente, condenada ya tres veces a penas de reclusión, la última vez por el robo de una revista con crucigramas.

Un tercio de las mujeres encarceladas están hoy en la edad de jubilación cuando hace solo veinte años las reclusas de ese grupo de edad eran sólo el 20 por ciento del total.

En su mayoría se trata de ancianas que robaron una lata de atún, una botella de CocaCola o cualquier otra pequeña mercancía en el supermercado.

El delito de robo está castigado con multas por el equivalente de hasta 3.000 euros o alternativamente penas de hasta diez años de cárcel.

A las ladronas se las amonesta la primera vez, pero si vuelven a delinquir, pueden acabar en prisión y pasar allí entre uno y dos años.

Una de las reclusas entrevistada por el periodista, condenada a un año y cuatro meses, tiene, como la mayoría de las japonesas de su edad, una pensión mensual de 850 euros.

Y confiesa que si robó la revista con el crucigramas no fue porque no podía pagarla sino por someterse a una prueba de valor en medio de la vida solitaria y anodina que llevaba como tanta gente mayor.

La esperanza de vida media de las japonesas es de 87 años, seis años más que la de los varones, y el Gobierno no ha conseguido resolver el problema que representa una sociedad en rápido proceso de envejecimiento.

Para el año 2030, uno de cada dos ancianos podría vivir solo, y no hay suficientes residencias para acogerlos y evitar que a veces opten por cometer un pequeño robo para tener un momento de emoción en su vida.

Así, otra de las entrevistadas, de 86 años, que había acabado en la cárcel por el robo de seis pequeños tomates y un manojo de espinacas, confesó que el robo le había proporcionado un instante de felicidad.

Ese fenómeno de envejecimiento de la población carcelaria nipona hace que falte personal capaz de atender a muchas ancianas que no se pueden ya valer por sí solas o que incluso padecen demencia.

Como explica al periodista una trabajadora social en la cárcel de Tochigi, esas mujeres necesitan un lugar donde se sientan como en casa, pero en ningún caso puede ése ser la cárcel.

Muchas de ellas han perdido además el contacto con sus familiares, entre otras cosas porque en el fondo se avergüenzan de lo que hicieron.

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