Opinión | El recorte

La ceguera

Gustavo Matos en rueda de prensa en el Parlamento de Canarias

Gustavo Matos en rueda de prensa en el Parlamento de Canarias / Andrés Gutiérrez

El notición ha sido la filtración de una conversación privada del vicepresidente del Parlamento, Gustavo Matos, con el empresario libanés Mohamed Derbah, detenido y encarcelado en una operación contra el tráfico de drogas. Ha servido para que un periódico nacional relacione a Matos con actividades delictivas y, de paso, de aquella manera, a Ángel Víctor Torres.

La grabación de la policía muestra una charla inadecuada entre una autoridad y un empresario influyente. Y como casi todo lo privado expuesto al público, el contenido es escandaloso. De lo hablado por Matos –que incluso rechaza el ofrecimiento de «un regalo» a cambio de sus gestiones– no se deduce nada delictivo. Solo un político prometiendo favores que no debería.

Ahora es el momento de acordarse de otros políticos de los que se publicaron conversaciones estrictamente privadas pero que sirvieron para ponerles a parir. Entre otros por quienes hoy se horrorizan de la quiebra de la privacidad. A Gustavo Matos le tocó ayer defender su inocencia, aunque no esté acusado de nada. Bueno, salvo de meter la pata reuniéndose con quien no debía. Los sitios pequeños suelen tener infiernos muy grandes y el fuego ha pasado muy cerca de la pelambrera del expresidente del Parlamento.

Como en todo naufragio, en el hundimiento del Sanchismo se suceden escenas inquietantes. Gente que paga el pato del clima tóxico que vivimos mientras. Y otros que se ahogan en escándalos, rodeados de sangre y tiburones: una barahúnda de explosiones mediáticas que lanza víctimas a los dientes de la trituradora.

El secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, lleva unos meses desaparecido en combate. Justo desde que llegó a la mesa de Pedro Sánchez la información de que la UCO está preparando un informe sobre su participación en la llamada trama Ábalos con supuestos favores a grandes empresas, como Acciona. Es el próximo cuerpo que va a caer al océano de ácido sulfúrico. Y el responsable del partido que le ha abierto expediente investigador interno a Matos. Qué ironía.

Todo esto, lo presuntamente delictivo y el simple cotilleo, es parte del paroxismo de un régimen que se agrieta. Espasmos de una larga agonía. Existe en gran parte de la sociedad un indisimulado deseo de acabar con el Sanchismo, que lo mismo se muestra votando por Israel en el festival de Eurovisión como en la filtración de contenidos de sumarios judiciales que sirven para exhibir otro nuevo bochorno morboso en los titulares.

Desde hace meses se percibe claramente que el intento del presidente del Gobierno de salvar los muebles está condenado al fracaso. La atrabiliaria vida política de Ábalos ha contaminado el socialismo desde dentro y ha dejado al portavoz que defendió la limpieza política en la moción de censura a Rajoy a la altura del Everest de los ridículos. La figura del enchufado hermano de Sánchez o de las lucrativas actividades de la esposa o el borrado de mensajes del fiscal general… en fin, todo el espectáculo que estamos viendo, atónitos, parece conformar un escandaloso fin de ciclo. Zapatero nunca vio llegar la gran crisis económica. Y Sánchez tampoco es consciente de que su prestigio se desmorona. Es el poder, que produce ceguera.

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